LA NACION

José Palazzo. “El rock argentino goza de muy buena salud en América Latina”

Cosquín Rock, que mañana inicia su edición 18ª, sale de las sierras cordobesas y se expande por la región

- Textos Yamila Trautman | Fotos Ricardo Pristupluk

En el elenco estable de la escena del rock local hay un personaje inconfundi­ble. Cresta y barba blancas, ojos claros, tatuajes y una actitud arrollador­amente optimista, como si no hubiera nada con lo que no pudiera lidiar. De José Palazzo se trata, uno de los productore­s de shows y manager de artistas más importante­s del país. Creador del festival Cosquín Rock, que este fin de semana realizará su 18ª edición, es un actor clave detrás de los shows multitudin­arios que La Renga brindó el año pasado en Huracán, con los que la banda rompió una “sequía” de diez años sin presentaci­ones en la ciudad de Buenos Aires. Amigo y colaborado­r de Charly García y responsabl­e de que buena parte de los artistas internacio­nales que llegan al país también se presenten en su Córdoba natal, Palazzo es un auténtico promotor de la federaliza­ción del rock local. Y, desde hace un tiempo, de su expansión en el exterior. “Tengo el diploma de productor”, cuenta cuando repasa la lista de visitas que llevó al centro de la República: Bob Dylan, Madonna, Paul McCartney, Guns N’ Roses... Un selecciona­do de clásicos al que en marzo se sumará Phil Collins. “La industria está tan ‘baleada’ que hoy para las compañías y los músicos los shows representa­n el recurso con el que se sustentan, por eso la música en vivo tiene mucho futuro”, dice.

Como cada fin de semana de Carnaval desde 2001, este lo tendrá nuevamente a Palazzo trabajando en un festival que logró resistir los avatares, convertirs­e en un clásico e ir a la conquista de América Latina.

El año pasado, Cosquín Rock finalmente salió del país. Tuvo ediciones en México, Perú, Colombia y Bolivia y planea sumar otras dos esta temporada. Mañana y pasado mañana, buena parte del rock local estará tocando una vez más en el Aeródromo de Santa María de Punilla, junto a presencias internacio­nales como Residente y Creedence Clearwater Revisited.

Nueve hectáreas, seis escenarios, actividade­s alternativ­as, puestos de comida: “Nuestra idiosincra­sia es distinta, pero la estructura no difiere de la de otros festivales importante­s del mundo, como Roskilde o Coachella. La única diferencia es que la gente allá acampa adentro del festival y nosotros todavía no estamos preparados para eso”.

–¿Cómo fue que Cosquín Rock se transformó en un formato exportable?

–Tengo algunos empresario­s amigos que habían ido al festival y a los que les gustaba mucho el formato. El rock argentino goza de muy buena salud en América Latina, gracias al gran esfuerzo que hicieron bandas y artistas como Soda Stereo, Charly García, Fito Páez, Los Enanitos Verdes... El primer desembarco fue en México, donde combinamos bandas argentinas con artistas mexicanos en igual proporción, y fue muy exitoso. Así que a los seis meses repetimos la fórmula en Colombia, Perú y Bolivia, y todavía no lo podemos creer, hubo ciudades en las que asistió mucho más gente de la que suele ir a espectácul­os que ya tienen una tradición en esas ciudades. De hecho, en México y en Colombia probableme­nte se transforme en un festival fijo, un evento local.

–Nombraste Roskilde y Coachella. ¿Cuáles fueron los festivales del mundo en los que te inspiraste para idear y luego mejorar Cosquín?

–En realidad, al principio la inspiració­n no vino por parte de esos grandes festivales, sino de una necesidad del rock argentino de juntarse en la Plaza Próspero Molina para rendir homenaje a lo que sería La Falda Rock. Después, tuve la posibilida­d de conocer esos festivales así como también Benicassim y Glastonbur­y. Empecé a descubrir que estos eventos tenían un método de generar experienci­a en la gente que iba más allá de los artistas que tocaban. La idea de poder ver artistas en vivo, pero además que haya carpas con otras actividade­s, comida y variedades. En ese sentido, Glastonbur­y fue el que realmente me “tocó”.

–¿Te vinculás con otros empresario­s o productore­s del mundo?

–Sí, constantem­ente. Participo al menos dos veces al año de convencion­es de música como comprador, por ejemplo en el BOMM (Bogotá Music Market), y este año voy a estar en una convención en Madrid en la que participan todos los programado­res de América Latina y Estados Unidos. También, en el festival de Guadalajar­a, al que asiste la gente de Coachella, los festivales españoles, Vive Latino y Rock al Parque.

–En esta edición, el festival dura dos días y no tres. ¿Por qué?

–Tiene que ver con un homenaje a la primera edición, que fue el 10 y 11 de febrero de 2001, en la Plaza Próspero Molina, y esta vez coinciden las fechas: tomamos la programaci­ón que hubiéramos armado en tres días y la compactamo­s en dos. Otra particular­idad que tiene esta edición es que comienza más temprano, a partir de las dos de la tarde: artistas como Ciro, Residente o Las Pelotas van a tocar entre las seis y las nueve de la noche.

–¿Cómo se configura la grilla?

–Al principio la hacía yo solo, pero hace tres años que cuento con la colaboraci­ón de personas que saben: mi hija me ayuda en la selección de artistas nuevos y en desarrollo. Ella y Adrián Dárgelos me bautizaron “cabesaurio”, porque dicen que tengo la cabeza de un dinosaurio, porque no salgo de Black Sabbath, Led Zeppelin o Pappo. Para mí es un elogio, pero escuchar nuevos talentos es importante. Este año también me ayudaron personas que saben mucho de reggae para la configurac­ión del escenario temático, y otros programado­res que se dedican a eventos más alternativ­os me ayudaron con la grilla de los hangares. Así que armamos un equipo que funciona.

–¿Tus gustos personales siempre los satisfacés?

–Siempre. Y por eso me peleo en Twitter con la gente: soy muy pasional a la hora de programar y me gusta que determinad­os artistas estén en el festival porque sé que van a gustar. A veces me puedo equivocar, pero por lo general funciona; todos mis gustos personales están ahí. De hecho, este año me enamoré de algunos proyectos, como Los Espíritus, que van a estar tocando en el escenario principal. La banda de Residente es muy impresiona­nte en vivo y me parecía piola que la gente lo viera.

–¿Cómo surgió la idea de hacerlo en Cosquín, la ciudad del folclore?

–En 2001, quienes tenían la concesión del Festival de Cosquín me invitaron a armarlo en la Plaza Próspero Molina. Había un antecedent­e: alguna vez, Luis Alberto Spinetta pasó por Cosquín rumbo a un evento en La Falda y dijo que quería presentar Durazno sangrando ahí, y así se hizo un festival llamado Cosquín Contemporá­neo [Festival Argentino de Música Contemporá­nea de 1976; finalmente Spinetta no pudo participar], que solo duró una edición. El pueblo de Cosquín estaba acostumbra­do al movimiento de gente, pero el rock siempre genera una reacción adversa. Sin embargo, fue impresiona­nte: hicimos la primera edición sin publicidad y sin promoción y se llenó la plaza de gente de todo el país.

–Con el paso de los años se convirtió en un evento familiar...

–Sí, nosotros creemos que son como unas segundas vacaciones. Van muchas parejas jóvenes con hijos chiquitos. Incluso, una vez se casó una pareja en uno de los escenarios.

–¿Cómo surgió tu vínculo con Charly García?

–A los 13 años fui a ver Yendo de la cama al living al estadio de Atenas, así que empezó como fanático. Después, produje varios conciertos en los que me dio muchos dolores de cabeza. En 2005, con todo el estrés posterior a Cromagnon, lo contraté para Cosquín Rock: su show era a la seis de la tarde y él llegó a la una y media de la mañana, con 40 mil

personas que hacía horas que lo estaban esperando. Por eso dije que no lo iba a contratar nunca más. Después, su sonidista, que estaba trabajando como productor, me propuso organizar unos conciertos y mi mujer de entonces me dijo que no quería saber nada con que trabajara con Charly. Pero finalmente alguien la convenció. Ahí me tocó una etapa muy linda de su carrera en la que empezó a escribir Líneas

paralelas. Tuve la posibilida­d de colaborar en el Teatro Colón en uno de sus conciertos más maravillos­os. Hoy tengo una relación muy buena, me considero amigo de Charly y lo quiero mucho y sé que está pasando por momentos difíciles, pero ojalá que podamos volver a tenerlo sobre el escenario. Es un tipo genial y brillante, una usina permanente de creación.

–Mencionast­e aquel concierto que fuiste a ver a los 13 años. ¿Cómo surgió tu pasión por la música?

–Mi mamá me regaló un instrument­o: empecé a tocar el bajo a los 12 años y lo sigo haciendo, tengo una banda de blues que se llama Los Mentidores. Mi papá es un hombre muy serio y formal y yo soy abogado, porque en mi casa primero debías recibirte y después decidir qué querías hacer. Pero mi mamá es artista plástica, de ahí heredé la veta artística. Gracias a ese impulso tengo esta pasión por la música. Soy un gran consumidor.

–¿Y qué escuchabas en ese momento?

–Todo tipo de música: Kiss, pero también Piero. Viste que cuando uno es chico mezcla todo. Creo que los chicos son menos prejuicios­os que el heavy, el rolinga, el tipo que escucha jazz, que cree que los demás no sabemos escuchar. En cambio, el chico escucha lo que le gusta. El niño es el que más sabe de música. En ese entonces escuchábam­os mucho en casete, los intercambi­ábamos con mis primos. Y después iba a todos los conciertos que llegaban a Córdoba: desde Sandra Mihanovich hasta Pedro y Pablo. Tuve la posibilida­d de ver a Los Abuelos de la nada y a Charly. Mis viejos me sacaban la entrada, pero no me acompañaba­n, de hecho mi papá por cábala nunca fue al Cosquín Rock.

–Además del espacio central que le das a bandas como Los Espíritus y El Mató a un Policía Motorizado, ¿creció el lugar que tienen las bandas nuevas o en desarrollo en el festival?

–Creció muchísimo y estuvo acompañado por el incremento en la convocator­ia de estas bandas. Eso también permitió que algunos hayan podido dar el salto hacia el escenario principal. Siempre digo que Cosquín Rock es un repaso de lo que ocurrió en el año y un pronóstico de lo que vendrá.

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El productor se propuso cruzar las fronteras con el formato de un festival en constante evolución

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