LA NACION

Temporada Alta, un festival de teatro que ya tiene un espíritu propio

Con buena afluencia de público y en medio de un clima de encuentro y debate permanente, la sexta edición de este festival internacio­nal que organiza Timbre 4 abrió con dos notables propuestas de Uruguay y de México

- Gabriel Isod PARA LA NACION

La primera quincena de febrero es, todavía, un período de escasas propuestas teatrales alternativ­as. En ese contexto, la sexta edición del festival Temporada Alta, que se organiza desde el teatro Timbre4 y Temporada Alta Girona, oxigena el panorama. Lo hace con criterios curatorial­es interesant­es, con obras hispanoame­ricanas que permiten ver poéticas complement­arias, que discuten y expanden las formas de abordar lo escénico.

Prueba de esto fue la primera jornada del festival, que comenzó con el unipersona­l Solo una actriz de

teatro en la sala de la calle México, interpreta­do por la actriz uruguaya Estela Medina. Discípula directa y dilecta de la mítica Margarita Xirgu, Medina arma un juego de cajas chinas, personific­a a la asistente de una gran actriz, a la gran actriz y, de a ratos, a la propia Xirgu que dialoga con García Lorca. A partir de esa identidad siempre flotante, cuenta su experienci­a. En la obra, todo es representa­ción y todo es verdad, los guiños al público y al proceso escénico se multiplica­n sin que ella pierda nunca el hilo. Clase magistral en la que Medina testimonia en su cuerpo una forma de entender el oficio del actor. remarca la importanci­a del texto, la capacidad de recitar en verso, la expresivid­ad en los ojos, la atención a la respiració­n y otros tesoros. no ahorra objeciones para lo posdramáti­co, pero lo más movilizant­e es el despliegue del legado de una estirpe irremplaza­ble, testimonio vivo de cómo ocupar el escenario.

La misma jornada terminó en la sala de Boedo, con la obra Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar de la compañía mexicana Vaca 35. Ya desde el título, parecía presagiar el opuesto complement­ario de la pieza uruguaya. Si la primera ofrecía una multiplici­dad de herramient­as

y recursos, esta afirmaba que las ganas podían suplir todo. El espacio es apenas una esquina. Allí, dos mujeres: un cuerpo enorme frente a otro menudo. Empiezan a recitar a los gritos textos de Las criadas, de Genet, mientras lavan el piso y se revuelcan. Si los primeros minutos hacen creer al espectador que está ante el típico trabajo festivaler­o altisonant­e, pronto caerá en su error. Con una artesanali­dad enorme, las actrices despliegan una teatralida­d que no está tanto en el dominio de una técnica o la sumisión a lo textual sino en dos cuerpos atravesado­s por un vínculo, de esos que solo puede generar el trabajo en grupo y el proceso de laboratori­o. Compartir

la comida, bañarse, insultarse, todo adquiere un sentido ritual no exento de humor a partir de la corporalid­ad extraordin­aria de estas actrices guiadas por un superlativ­o trabajo de dirección de Damián Cervantes. Aquí el texto está muy por detrás, lo que importa es la visceralid­ad del vínculo, la emotiva intensidad con la que se sostienen entre sí, mostrando las zonas a las que puede llegar el trabajo grupal. Vaca 35 toma su nombre porque cada uno de sus miembros, en sus inicios, aportaba 35 pesos mexicanos semanales (al cambio, casi lo mismo que los pesos argentinos) para producir. Desde esa austeridad presupuest­aria, llegaron a esta pie-

za de conmovedor­a honestidad que ha recorrido el mundo. El diálogo es fértil con la obra anterior, son dos maneras que aparentan ser opuestas pero que arriban, por distintas vías, a una verdad teatral.

La otra presentaci­ón de Vaca 35 investiga sobre Chéjov, se llama Ese recuerdo ya nadie te lo puede quitar.

Ahí se ve un abordaje algo más superficia­l, una sucesión de cuadros acerca de un equipo que busca llevar a escena al gran autor ruso desde el amateurism­o, emborrachá­ndose en el camino y perdiendo el espíritu que parecía unirlos. La metáfora, en esta obra, es bastante más explícita, se siente cierta subestimac­ión al público y, aunque no faltan los golpes y las caídas, la totalidad del espectácul­o deja de sorprender, se vuelve estable.

De cualquier manera, eso es también un recordator­io de que a un Festival conviene ir con la mente abierta, dispuesto a ver cosas distintas. Porque, lo que se destaca en Temporada Alta es un espíritu festivaler­o que respira teatro. Hay una gran presencia de la juventud, pero hay también fructífero­s cruces generacion­ales, las obras se discuten después de verlas en distintos acentos, con gente que proviene de latitudes remotas, que habita mesas de investigac­ión y conversato­rios. Los pasillos y los bares aledaños están poblados de personas interesada­s por el teatro que tienen ahí un faro de encuentro.

Esta sexta edición de Temporada Alta ha tenido una buena afluencia de público y todavía queda mucho hasta el domingo: obras de Chile como Yo maté a Pinochet y Pompeya, catalanas como Indomador y Psicosis 4:48, diversos especialis­tas, el estreno (a la gorra) de Yo tenía

un plan, y el tradiciona­l y siempre entretenid­o torneo de dramaturgi­a con entrada gratuita en el que, en un ring y con presentado­r, se baten a duelo dramaturgo­s catalanes y argentinos para que el público elija cuál es la mejor pieza.

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De México, la compañía Vaca 35
 ?? castagnell­o ?? la magnífica actriz uruguaya estela Medina abrió el festival
castagnell­o la magnífica actriz uruguaya estela Medina abrió el festival
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jorge sánchez Pompeya, de chile, hoy realiza su última función

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