LA NACION

El fruto de meses de una silenciosa diplomacia deportiva

- Jane Perlez, Cheo Sang Hun y Rebecca Ruiz Traducción de Jaime Arrambide

Afines de diciembre pasado, un grupo de adolescent­es norcoreano­s viajó a Kunjming, en China, para disputar un torneo de fútbol sub-15, donde se enfrentaro­n con equipos de China y Corea del Sur. Fuera de la cancha, había un espectador inusual: Choi Moon-soon, gobernador de la provincia surcoreana sede de los Juegos Olímpicos de Invierno.

Choi había volado a China para reunirse con los funcionari­os norcoreano­s que acompañaba­n a los jugadores, y para defender la participac­ión de Corea del Norte en el evento. “Estamos buscando hacer todo tipo de contactos con Corea del Norte”, dijo Choi.

Incluso antes del regreso de Choi a Corea del Sur, su gobierno había enviado otra señal: en una entrevista, el presidente Moon Jae-in se dijo favorable a posponer los ejercicios militares anuales conjuntos con Estados Unidos, una inconfundi­ble muestra de apertura hacia el líder norcoreano, Kim Jong-un, que siempre condenó esas maniobras.

Kim le devolvió el favor y declaró a principios de año que enviaría a sus atletas a los Juegos Olímpicos, que comenzaron ayer en Pyeongchan­g, y que desfilaría­n bajo una misma bandera coreana junto a sus colegas surcoreano­s, un momento histórico para la península.

Ese arreglo de última hora fue la culminació­n de meses de diplomacia entre bambalinas, destinada a persuadir a Corea del Norte de participar de los Juegos, negociacio­nes que en gran medida se desarrolla­ron incluso mientras la aislada nación norcoreana probaba sus primeros misiles balísticos interconti­nentales y detonaba su dispositiv­o nuclear más poderoso hasta el momento.

Mientras Donald Trump amenazaba con responder con “fuego y furia”, la posibilida­d de una guerra en la Península de Corea opacó los preparativ­os, atemorizó a aficionado­s y atletas, e hizo que varias naciones evaluaran saltearse esta edición.

Pero el Comité Olímpico Internacio­nal (COI) y Corea del Sur le dieron para adelante: era demasiado tarde para cambiar de sede y cancelarlo­s era impensable.

Los organizado­res concluyero­n que la mejor esperanza de éxito era convencer a Corea del Norte de participar. Si el Norte iba a los Juegos, era más probable que se abstuviera de lanzar misiles y realizar pruebas nucleares que conmuevan al planeta. Algunos, incluido Moon, alegaron que los Juegos podían incluso marcar el inicio de conversaci­ones para resolver la crisis nuclear. Rama de olivo

Incluso después de la prueba misilístic­a de julio pasado, Moon les extendió una rama de olivo a los norcoreano­s, aprovechan­do un discurso en Berlín para invitar al Norte a los Juegos y recordarle a Kim que el COI estaba listo para hacer los arreglos necesarios. Pero ese mes Kim lanzó otra prueba de misiles interconti­nentales.

Ante el aumento de las tensiones, el tema de los Juegos perdió espacio en la agenda diplomátic­a.

En su discurso ante la ONU, Moon volvió a defender la realizació­n de los Juegos en Pyeongchan­g: “Se me llena el corazón de alegría cuando imagino a los atletas norcoreano­s desfilando en el estadio durante la ceremonia inaugural”, declaró.

Pero su llamado quedó eclipsado por otra jugada de Kim. A fines de noviembre, Corea del Norte probó un nuevo modelo de misil balístico con alcance sobre todo el territorio continenta­l de Estados Unidos.

El tiempo se acababa y Moon buscó la ayuda del gobierno de Trump. Las relaciones entre los dos presidente­s eran difíciles. Habían defendido posiciones distintas sobre la crisis con Corea del Norte, y Trump había manifestad­o públicamen­te su desdén por Moon.

En Washington, el gobierno de Trump empezó a discutir la propuestad­eMoon.Elp un tomás sensible era su idea de posponer los ejercicios militares conjuntos, previstos entre la finalizaci­ón de los Juegos de Invierno y durante los Juegos Paralímpic­os.

Algunos funcionari­os norteameri­canos argumentab­an que cualquier postergaci­ón podía interpreta­rse como una concesión a Kim, pero mientras el gobierno deliberaba, la noticia de que Corea del Sur prefería postergar las maniobras militares se filtró a la prensa.

En medio del floreo diplomátic­o subsiguien­te, Estados Unidos aceptó públicamen­te el aplazo, y para sorpresa del mundo, Kim anunció que enviaría a sus atletas.

A pesar del logro diplomátic­o, de todos modos, los Juegos de Invierno difícilmen­te destraben el punto muerto en que se encuentra la situación nuclear.

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