LA NACION

La Curvita, el pueblo salteño donde el agua lo copó todo

inundacion­es. Sus habitantes debieron ser evacuados, y regresarán recién en marzo; estiman que el Pilcomayo no volverá a crecer

- Fernando J. de Aróstegui

LA CUrViTA, Salta.– Cuando hace una semana el río Pilcomayo amenazó desbordars­e en La Curvita, el cacique de esa comunidad toba del chaco salteño dijo que debían evacuar el pueblo. Pero Tomás Segundo, de 44 años, y su mujer Dina, de 43, sabían que eso significab­a abandonar al agua todo lo que tenían: unos 40 chanchos, algunas gallinas, la casa de adobe y todo su contenido. “Vamos a esperar un poco más”, coincidier­on, aunque se aseguraron de que sus hijos, Saúl, de 23 años, y Elizabeth, de 18, evacuaran enseguida.

Mientras la gente se iba, Tomás y Dina miraban el río inquieto, que bajaba y subía. Hasta que las defensas cedieron y el pueblo empezó a inundarse. Pero ni siquiera entonces Tomás y Dina se resignaron a someterse. Durante todo ese día frenético, un tractor de una lentitud imperturba­ble acarreó gente a través del camino anegado hasta una zona seca, a tres kilómetros del pueblo. En cada viaje, 20 personas se abarrotaba­n sobre el lomo de la máquina, que en total evacuó a unas 200.

Solo cuando al día siguiente el agua alcanzó un metro y medio de altura y en La Curvita ya no quedaba más nadie, Tomás y Dina aceptaron lo ineluctabl­e. Entonces cargaron sobre unos troncos varios bultos con lo indispensa­ble, sobre los cuales se acomodaron Tarzán y Gaucho, sus dos perros, y se fueron.

La vuelta de los evacuados de La Curvita a su pueblo está estimada recién para marzo, cuando el lodazal que invadió sus casas se seque. Sin embargo, la Cruz roja aclaró que ese retorno presenta dos dificultad­es graves. “Primero: muchas de las precarias casas de adobe fueron devastadas por la correntada”, explicó Cristian Bolado, director de Emergencia­s de la Cruz roja. “Luego, los medios de subsistenc­ia de estos pueblos ganaderos quedaron comprometi­dos por la incalculab­le pérdida de animales ahogados”, agregó.

Según las estimacion­es de la Cruz roja, el Pilcomayo ya no volverá a crecer. En total, en el Chaco salteño aún permanecen evacuadas unas 2100 personas. Aunque su número está bajando: hasta el martes eran 2800, calculó la Cruz roja. Las primeras evacuacion­es en la región se produjeron el 1° de febrero, luego de que el día anterior se registrara­n violentas lluvias en Bolivia. Entonces el Pilcomayo alcanzó una altura de 7,26 metros, unos tres por encima de sus valores habituales.

Tomás y Dina salieron del pueblo a las siete de la tarde, y durante una hora caminaron en el agua a pasos lentos y vacilantes sobre un piso resbaladiz­o, plagado de troncos y espinas. Dina cayó tres veces. Después cayó Tomás y los bultos quedaron empapados, aunque no los perdió. Sin una linterna, con la declinació­n del día aumentaron sus temores de toparse con un yacaré o una víbora. Dina ya no pensaba en sus 40 chanchitos, ni en las gallinas ni el rancho: “Sólo rogaba llegar para reunirme con mis hijos”, dijo.

Por fin alcanzaron la zona seca. Y desde ahí siguieron hasta el campamento de evacuados de La Curvita, ubicado a la vera de la ruta 54, donde hoy se concentran 262 integrante­s de esa comunidad, según cálculos de Defensa Civil.

Debido a las dificultad­es de muchos evacuados de distintas comunidade­s para conseguir alimentos al volver a sus hogares, el gobierno salteño les está brindando asistencia. Los afectados pertenecen en su mayoría a cuatro comunidade­s indígenas: wichi, toba, chorote y tapiete.

En el campamento de La Curvita, atestado de precarias carpas de nylon negro, la gente solo espera. En las ollas que trajeron, cocinan con leña de algarrobo los alimentos que les provee Defensa Civil, que cada día procura un camión cisterna con 1000 litros de agua. Algunos evacuados asisten a un curso para potabiliza­r el agua amarronada en potable.

Mario Segundo, de 54 años, hermano de Tomás, también espera en el campo de evacuados de La Curvita para volver a su hogar. Calcula que en su pueblo la corriente derrumbó al menos 40 casas de adobe. “Perdimos todo”, dijo. Y aunque agregó que estos desbordes brutales del Pilcomayo se repiten periódicam­ente una vez cada diez años, aún no se acostumbra a este estupor cíclico.

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Emiliano lasalvia/enviado especial Tomás Segundo, en el campo de evacuados de La Curvita

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