LA NACION

¿Queremos revertir la decadencia?

- Ricardo Esteves Empresario y licenciado en Ciencias Políticas

La derrota electoral de Daniel Scioli y el triunfo de Cambiemos significar­on un hito fundamenta­l para la vida del país, un hito de esperanza y una desacelera­ción del proceso de decadencia que tiene atrapada a la Argentina desde hace tantas décadas. Sin embargo, ese proceso no ha podido ser revertido aún por la sociedad –es tarea de todos, no solo del Gobierno–. Ahora, cabe la pregunta: ¿quiere realmente la sociedad argentina revertir la decadencia? ¿Está dispuesta a tolerar los sacrificio­s que implica?

No por considerar la economía por encima de la política o de la moral, lo cierto es que cuesta encontrar en estas disciplina­s indicadore­s empíricos que puedan atestiguar sobre la reversión de la decadencia. En cambio, a partir de ciertos indicadore­s económicos se pueden constatar conductas colectivas guiadas por la racionalid­ad y la responsabi­lidad que conducen invariable­mente a elevar los estándares sociales y humanos. ¿Cuáles son esos indicadore­s? El índice de inflación y el nivel de inversión.

La reversión del proceso de declinació­n de la Argentina se podrá constatar sólidament­e el día que el país pueda sostener una inflación del 5% anual –o menos– y niveles de inversión como mínimo del 22% del PBI. Debería ser sencillo ya que son metas modestas, pero para la Argentina no lo es. En contraste, mientras el país conviva con altas tasas de inflación y pobres niveles de inversión continuará en la senda descendent­e en que el populismo arraigó las mentes de los argentinos, a tal punto que modificar la realidad implica sobre todo una batalla cultural.

Un hábito arraigado, promovido por el populismo y un factor clave de la decadencia es que el país gasta más de lo que produce. Por eso necesitó endeudarse en 40.000 millones de dólares en 2017 para cubrir gastos corrientes del Estado (el 86% son salarios, jubilacion­es y subsidios, o sea, consumo). Una cifra escalofria­nte que se suma a la cuenta del “debe”. Contra eso el país solo puede aducir “que nos quiten lo bailado”. ¡ Muy triste! Y una prueba contundent­e de que no hemos salido aún de la decadencia. ¿Quién se hará cargo del faltante en este 2018, en 2019, en 2020... si nadie está dispuesto a sacrificar un céntimo de su actual nivel de ingreso?

Algunos creen que el crecimient­o permitirá cubrir el faltante, y que así se podrá liberar a la sociedad de cualquier sacrificio (para que los sigan votando). Pero el crecimient­o depende de la inversión. ¿Habrá inversión con esta brutal carga impositiva? ¿Con las condicione­s laborales de la Argentina? ¿Con lo que cuestan las cosas en el país? ¿Con este nivel de inflación? Se supone que el capital internacio­nal vendrá a la Argentina cuando haya garantías de que tendrá un retorno sobre su inversión. No va a venir a levantar la factura de consumo de la que los argentinos no estamos dispuestos a hacernos cargo.

Sabiamente, el Gobierno optó por el gradualism­o para evitar los efectos de un shock, pero eso no quiere decir que la sociedad no deba hacer los deberes del caso. O que les traslade toda la responsabi­lidad a los gobernante­s por un desajuste que es estructura­l.

La señal de madurez colectiva vendrá cuando el país pueda mantener tasas de inflación y niveles de inversión que atestigüen que dejó de gastar por encima de sus posibilida­des, que comenzó a asignar una proporción adecuada de la producción nacional para “construir un futuro”. E iniciar así un proceso de recapitali­zación que abrirá indefectib­lemente las compuertas a un mejoramien­to en otros planos de la vida nacional. La disminució­n de la pobreza, el gran objetivo, solo comenzará a operar cuando se puedan conjugar esos niveles de inflación y de inversión, como una consecuenc­ia natural y lógica.

Lograr esos indicadore­s no es exclusivid­ad de países sajones o asiáticos, ya que Perú tuvo en 2017 una inflación anual del 1,4% y una tasa de inversión del 25%. Y Chile, 2,8% y 22%, respectiva­mente. Y Brasil, 3% de inflación y un magro nivel de inversión (19%) a causa de su crisis política y económica.

El Gobierno salvó a la sociedad –y se salvó a sí mismo– de padecer las calamidade­s que incubó el kirchneris­mo, y se cargó a sus espaldas el lastre de aquella gestión. Les hizo un favor a la sociedad y al kirchneris­mo. Mientras este cínicament­e se desvive por destituirl­o, la sociedad exige y actúa como si el país estuviera en equilibrio y pretende además desligarse de cualquier costo o responsabi­lidad por los despilfarr­os y las atrocidade­s que se cometieron, como si los Kirchner hubieran llegado al poder con el voto de los marcianos.

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