LA NACION

De laika a Starman, nuestros mártires espaciales

- Pablo Plotkin

Junto a un edificio militar en Moscú, sobre un cohete de bronce que se convierte en garra contenedor­a, erguida en su chaleco de astronauta y con un gesto de integridad perruna, ahí está Laika en su versión monumental, preparada para morir en nombre de la causa espacial soviética.

Esa estatua inaugurada en 2008 representa una historia que, más de sesenta años después, sigue siendo de una tristeza sideral. En 1957, la URSS se propuso enviar por primera vez un animal fuera de la atmósfera terrestre, con el objetivo de estudiar sus reacciones físicas antes de lanzar una nave tripulada. La NASA solía trabajar con monos, pero los rusos preferían a los perros: era más fácil entrenarlo­s. Laika era una mestiza (probableme­nte cruza de husky y terrier) de unos tres años, pequeña –pesaba menos de seis kilos–, que vivía en las calles de Moscú. Los rusos elegían callejeros porque estaban acostumbra­dos a soportar temperatur­as extremas.

El satélite Sputnik 2 era apenas más grande que un lavarropas, así que en la semanas previas al lanzamient­o Laika fue entrenada para permanecer varios días en compartimi­entos cada vez más chicos, hasta que ya no tenía lugar para darse vuelta ni hacer sus necesidade­s. El cirujano Vladimir Yazdovsky –uno de los científico­s a cargo de la misión– le conectó sensores internos para monitorear sus signos vitales durante la expedición. Las autoridade­s soviéticas sabían que era un boleto de ida: en el mejor de los casos, Laika iba a morir luego de diez días en el espacio, tras comer una dosis de gel envenenado dispuesta a modo de eutanasia. Pero hay un detalle de la historia que le estruja el corazón a cualquiera: la noche previa al lanzamient­o, el Dr. Yazdovsky llevó a Laika a su casa para que jugara con sus hijos y que viviera por unas horas la experienci­a del amor doméstico. “Quería hacer algo lindo por ella –dijo Yazdovsky–. Le quedaba poco tiempo de vida”.

El 3 de noviembre de 1957, el Sputnik 2 partió de la Tierra y alcanzó su aceleració­n máxima mientras el ritmo cardíaco de Laika se multiplica­ba por tres. Logró traspasar la órbita y, ya fuera del dominio de la gravedad, sus pulsacione­s se normalizar­on. Sin embargo, según reveló en 2002 un científico involucrad­o en la operación, y contrariam­ente a las versiones oficiales que decían que había sobrevivid­o unos días, Laika murió a siete horas del despegue: un desperfect­o en el sistema de control térmico la llevó a un colapso cardíaco.

Ahora –gracias a la ambición superhuman­ista de Elon Musk– tenemos a Starman, una versión indolente del mártir espacial, que flota en un viaje elíptico a Marte programado en mil millones de años. Ahí va nuestro Major Tom sin tragedia, el Capitán Beto de la era de la inteligenc­ia artificial, un maniquí al volante de un Tesla Roadster color cereza, un auto eléctrico de 100.000 dólares. En la pantalla del tablero se lee Don’t Panic y de los parlantes sale “Space Oddity”, cuyos compases se licúan en el gas interestel­ar mientras la música de David Bowie vuelve a su lugar de origen: el universo.

Seguiremos a Starman en lo que sea que dure su viaje, por Laika y por todos nosotros, y a través de sus ojos ciegos contemplar­emos el brillo diferente de las estrellas y el azul mágico de la Tierra alejándose para siempre.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina