LA NACION

LIBROS EN MOVIMIENTO

Nació hace 150 años pero ahora tuvo un renacimien­to; es pasión de coleccioni­stas, y hay tutoriales y talleres para hacer el propio

- Juan Pablo Bonino

Las ediciones pop up nunca pasan de moda; editan nuevos títulos

Entre dos tapas brota un mundo nuevo. En las páginas de los libros pop up todo adquiere movimiento y volumen, los escenarios son espacios dinámicos que despliegan situacione­s que pasan, una tras otra, para asombrar al lector. Son artefactos que estallan delante de los ojos como si tuvieran vida y proponen una interacció­n que difiere de la relación que se establece con los libros tradiciona­les. Si bien los pop up tienen una enorme dimensión lúdica, no son los chicos, sino los adultos, quienes más los disfrutan, aunque tengan historias infantiles.

En contraste con los libros digitales y la proliferac­ión de plataforma­s de lectura en distintas pantallas, el pop up es un formato que requiere el contacto físico: son objetos concretos tener entre las manos y maravillar­se con los matices de los colores. Entre tanta tecnología, aquí se impone la de la ingeniería del papel, al servicio de inventar formas novedosas de narrar historias. Pero aquello que fascina requiere un trabajo artesanal que encarece su precio, porque todavía, en su mayor parte, no se hacen industrial­mente.

La historia de los pop up se remonta ciento cincuenta años atrás. Ese término lo inventaron los americanos, “es la idea de un libro que explota, sorprende y exhala movimiento”, describe Pablo Medina, fundador de la biblioteca La Nube, ubicada en Jorge Newbery 3537. Pero en verdad los pioneros fueron los alemanes, que los llamaban libros con movimiento. Hubo dos precursore­s: Lothar Meggendorf­er, un pintor e ilustrador que a partir de nociones de matemática y física, realizó para sus hijos, en ocasión de las Navidades, el primer libro en 1887, titulado El circo internacio­nal. “Es un artefacto en el que al pasar cada página se forma un escenario por capas, diferentes decorados, personajes. Unos años después de él, Ernest Nister, en Nuremberg, armó libros más refinados, con nuevas técnicas, movimiento­s tipo mariposa de apertura y cierre y partes desplegabl­es donde las páginas adquieren volumen”, cuenta Medina. En movimiento

En la Argentina, en los últimos años se publicó y distribuyó material muy interesant­e. En 2018 se publicó Carancanfu­nfa, un libro pop up de tango, realizado y editado por Julia Lazarte y Román Krup. “Se hacen ediciones a pulmón con una distribuci­ón limitada y pocos ejemplares”, analiza Medina. En 2017, salió Paddington, Londres desplegabl­e (Riverside Agenpara cy), un hermoso libro en edición de coleccioni­sta, con ilustracio­nes de Joanna Bill y olga Baumert. Está basado en la película Paddington 2, estrenada el último jueves. Paddington es un oso que vive con la familia Brown y cuando Mr. Gruber descubre un maravillos­o libro para regalarle a la tía Lucy para su cumpleaños, Paddington hará extraños trabajos para poder comprarlo.

Además se publicó Océano (Libros del Zorro Rojo), de Anouck Boisrobere­t y Louis Rigaud. “Este libro se agotó muy rápido, pero como es una coedición no se puede reimprimir, tiene limitacion­es funcionale­s”, comenta García Schnetzer, director de la editorial. Desde la librería calibrosco­pio, los últimos libros que importaron son El jardín de las mariposas (Kókinos), de Philippe Ug, y 9 meses, ilustrado por Jean Marc Fiess, de la misma editorial. En Rosario se publicaron Latitas y Caserío (Libros Silvestres): el primero, realizado por Federico Tinivella y Paula Schenone; y el segundo, por Laura oriato y carolina Musa.

Paz Tamburrini, docente de artes visuales, ilustrador­a y grabadora argentina, publicó libros pop up y realiza talleres de libros extraordin­arios hace varios años. Según ella, “el público que participa es diverso: escritores, editores, titiritero­s e ilustrador­es, pero también físicos, ingenieros y contadores”. Por otro lado, García Schnetzer destaca que “los consumidor­es de libros pop up son adultos porque son objetos muy delicados y frágiles que necesitan de la presencia de una persona mayor para que los chicos interactúe­n”. con un punto de vista similar, Medina señala que “no están pensados para un público infantil”. Sin embargo, remarca que es una contradicc­ión porque “es raro que no haya pop up con narracione­s para adultos cuando ese es el verdadero público”.

con las nuevas tecnología­s se ha reinventad­o el formato. “El avance de la lectura en diferentes pantallas quizá produjo un pequeño resurgir, porque el pop up no se puede replicar de forma digital, es pura materia”, dice el director de El Zorro Rojo. Además plantea que hay una muy buena incorporac­ión de los smartphone­s, ya que “muchos libros nuevos tienen calados en el medio y con la luz del teléfono se proyectan, con el movimiento y la sombra, diferentes imá- genes y se juega más con el volumen, los planos y la ilusión óptica”.

Todos aquellos que están inmersos en este mundo coinciden en las dificultad­es de hacer libros pop up por su costo. “Son objetos con mecanismos, solapas, lengüetas, agujeros, lacas y brillantin­as, que requieren procesos de imprenta específico­s, maquinaria­s particular­es y mucho trabajo artesanal”, subraya Tamburrini. “No hay un consumo masivo –recalca Medina–. La mayoría son coleccioni­stas y la producción está concentrad­a en china”.

La relación entre lo visual, desplegabl­e y el texto no siempre se da de la misma forma. Detalla Tamburrini: “Algunas veces la incorporac­ión del pop up no aporta en realidad nada a la dimensión narrativa; otras nos sería imposible pensar ese libro sin los aspectos materiales. Esos son mis favoritos, difíciles de encontrar y también de idear, pero cuando aparecen, se agradecen”. Color local

A partir de la década del cuarenta del siglo pasado, este tipo de libros se empiezan a hacer en la Argentina. “Acá empieza la editorial Abril, de Boris Spivacow, con el ilustrador oscar Blotta y textos escritos por Germán Berdiales”, describe Medina. Entre 1945 y 1960 existieron pequeñas editoriale­s que hicieron este tipo de libros. “Editorial Sigmar compró derechos y tuvo algunos títulos –cuenta el dueño de La Nube– y hubo otra editorial, que todavía se desconoce quiénes eran, que hacían libros carrusel que se abrían y cerraban formando una calesita: un símbolo emblemátic­o de Buenos Aires”. con el paso de los años, a finales de los sesenta, Medina remarca el trabajo realizado por Nelly oesterheld, la hermana de Germán.

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en Paddington, Londres desplegabl­e, la ciudad “salta a la vista”

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