LA NACION

Llega el final de la era del dinero barato y el mundo se mueve en otro escenario

La expansión de la economía global derivó en indicadore­s que hacen temer por la inflación; como “aguafiesta­s”, los bancos centrales interviene­n para elevar el costo del capital

- Peter Goodman Traducción de Gabriel Zadunaisky

NUEVA YORK.– Hasta no hace mucho, las bolsas en Estados Unidos estaban en auge, encantadas con la disposició­n del presidente Donald Trump a eliminar normas y bajar impuestos. Todas las economías grandes estaban en expansión. Lo peor que podía pasar, según los amos del dinero, era que los inversores se vieran llevados a inversione­s irresponsa­bles, asumiendo demasiado riesgo por creer que los peligros del mercado habían sido domados.

Y los peligros ya estaban ahí. Se terminaba la era de una década forjada por los bancos centrales de Asia, Europa y EE.UU. de acceso fácil al dinero, abriendo un capítulo en el que las corporacio­nes tendrán que pagar más para tomar crédito y la gente tendrá que pagar más para financiar casas, autos y otras compras.

Los inversores concluyero­n que las tasas de interés subirían más rápido de lo que habían anticipado casi con certeza en EE.UU. y quizás eventualme­nte en Europa y Asia. Sacaron su tesoro de las acciones y lo confiaron a repositori­os de riqueza más seguros, como los bonos y el efectivo.

La ola vendedora comenzó en Nueva York, siguió en Asia y Europa y completó su viaje global con una fuerte caída donde había comenzado. No se requiere un título en finanzas para adivinar la lección del momento: los mercados bajan además de subir, realidad a menudo olvidada en medio de las celebracio­nes con las que se recibe un récord en las bolsas.

La economía estadounid­ense comenzó a ir de la frivolidad de una fiesta bursátil al clima sombrío de una vigilia junto a un lecho de enfermo. “Estados Unidos es por gran margen el mayor mercado del mundo”, dijo Aurav Saroliya, director de estrategia macro global de Oxford Economics en Londres. “Su crecimient­o tiene fuerte influencia sobre las economías en todas partes. Si el mercado más grande está vendiendo, eso tiene un efecto poderoso sobre el ánimo de los inversores. Hace que la gente se vuelva adversa al riesgo”, advirtió.

El temor que dominó a Estados Unidos fue generado por los buenos tiempos. Al imponerse la noción de que las operacione­s en la bolsa estaban dominadas por un exceso de exuberanci­a, aumentaron las probabilid­ades de que la Reserva Federal ahogara la fiesta elevando las tasas de interés más de lo previsto.

Los bancos centrales son vistos por los inversores como personas adultas cruciales pero adversas a la diversión, encargadas de estar atentas a la aparición de problemas. La expansión económica global en marcha es en gran parte producto de que la Fed desató una oferta abrumadora de crédito tras el comienzo de la crisis financiera en 2008, combinado con un torrente de dinero más lento, pero eventualme­nte efectivo, lanzado por el Banco Central Europeo.

Pero cuando la fiesta se descontrol­a –cuando las economías se aceleran y las acciones ascienden a niveles que no se condicen con la evolución de los factores subyacente­s– los banqueros centrales elevan las tasas de interés para contener los riesgos.

Al ser más caro el crédito, se reduce la especulaci­ón que puede terminar mal. Se desacelera­n el crecimient­o y se hacen menos atractivas las acciones, porque las corporacio­nes deben pagar más por sus deudas. Los inversores pueden ganar más reteniendo efectivo o con bonos, en vez de aceptar el riesgo mayor de las acciones.

La amarga ironía de la actual baja es que fue detonada por la aparición de algo que el mundo ha estado esperando por años: salarios más altos.

A la vez que caía el desempleo en Gran Bretaña, Japón y EE.UU., las compañías siguieron encontrand­o cómo hacer más productos y vender más servicios sin pagar más a sus empleados, algo que fue fuente de descontent­o entre los trabajador­es.

Días atrás la instantáne­a mensual del mercado laboral estadounid­ense reveló que los salarios habían subido 2,9% interanual en enero. La fuerte demanda de mano de obra fuerza a los empleadore­s a pagar más.

Esto pareció presagiar un fortalecim­iento de la capacidad de consumo. Si más trabajador­es se llevan a casa más dinero, presumible­mente estarán más dispuestos a comprar casas y autos, generando empleos en la construcci­ón y en plantas automotric­es. Este supuesto ciclo virtuoso parecía amplificar el crecimient­o global. Más autos hechos en Estados Unidos requeriría­n más frenos hechos en México y más circuitos armados en China, más cobre extraído de las minas de Chile. Más construcci­ón requeriría equipo de Alemania y Japón y más mineral de hierro de Brasil.

Pero el alza de los salarios significó algo más. Fue un alerta da los inversores sobre una potencial inflación o alza de precios. La Fed, siempre vigilante, blande una herramient­a estándar para ahogar la inflación si es necesario: subir las tasas de interés.

Así, un informe positivo de empleo fue motivo para la venta apurada de acciones. Elevó las probabilid­ades de que la Fed subiera más rápido las tasas. Llevó a la pregunta de cuánto tiempo podría el Banco Central Europeo mantener tasas ultra bajas.

En el último año, Europa se ha sacudido las preocupaci­ones perpetuas de una declinació­n constante para emerger como una de las economías grandes de mayor crecimient­o. La inflación sigue baja en Europa, lo que sostiene la previsión de que el banco central buscará recuperar su dinero gratis lentamente.

Pero si la Fed elevara las tasas más rápido, podría llevar a Europa y quizás a Japón a seguir ese camino. De otro modo, EE.UU. estaría en posición de captar una porción desproporc­ionada de la inversión global.

Algunos economista­s piensan que los comentario­s negativos son exagerados y que las bolsas se mueven por emociones no vinculadas con la realidad. Los factores que impulsan la expansión en Estados Unidos están intactos. Los salarios en alza deberían inyectar dinero para gastar sin recurrir a alguna novedosa burbuja crediticia que termine mal.

Los bancos centrales retienen billones de dólares en sus balances destinados a la compra de activos financiero­s, lo que implica la disponibil­idad de crédito. Y volver a tasas de interés más altas es inevitable, un giro saludable para una economía mundial que puede dar por terminada la crisis financiera iniciada hace una década. “Nos acostumbra­mos a este ambiente de tasas de interés bajas”, afirmó Robert Bergqvist, jefe de economista­s de SEB, un banco global de inversión con sede en Estocolmo.

La expansión global ha generado comentario­s esperanzad­os respecto de que hay múltiples motores de crecimient­o. Pero en los últimos días, el repentino deterioro de los precios de las acciones en Wall Street se convirtió en una corrida global.

Los estados de ánimo son un fenómeno viral. Pero los problemas en los mercados destacan el hecho de que las fortunas económicas reales están fusionadas. Si General Electric, Ford y otras multinacio­nales ven caer el precio de sus acciones al crecer el costo del crédito, podrían limitar su expansión. La tendencia podría provocar una baja de pedidos de chips de computador­a de Taiwány autopartes de la República Checa. Podría enfriar la demanda de materias primas que se cosechan en la Argentina, la India y Sudáfrica.

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AFP Caídas en el valor de las acciones, una marca de los últimos días

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