LA NACION

La crispación manda en un fútbol con poco juego y excesivos vicios

- Diego Latorre

Los torneos se suceden y la tendencia no cambia. Pasó el receso veraniego, se jugaron solo dos jornadas y la crispación ya domina el clima de nuestro fútbol. Ahora es Boca el que ocupa el centro de la escena y los demás ejercen el papel de víctimas. Se deduce que todos benefician al puntero, sustentánd­ose en la supuesta alianza de poder entre Mauricio Macri, Daniel Angelici y Chiqui Tapia, igual que en su momento escuchamos decir que se ayudaba a River cuando ganó la Copa Libertador­es.

El análisis no es tan fácil ni puede ser tan lineal. Para saber por qué se dicen las cosas deberíamos ir a lo profundo, a la articulaci­ón general de nuestro fútbol, conocer las alianzas, los intereses escondidos. Pero también ser consciente­s de que toda declaració­n de cualquier integrante de la gran masa social del fútbol (dirigentes, jugadores, árbitros, técnicos, periodista­s) está contaminad­a por una enorme cantidad de vicios que ya se hicieron costumbre.

Las calenturas son pasajeras. Cualquier dirigente o entrenador se ha quejado en algún momento y la distorsión es de tal dimensión que todas las protestas pueden encontrar fundamento. Ahora coincidió que a San Lorenzo le expulsaron cuatro jugadores en dos partidos, injustamen­te en un par de casos. Pero quienes se quejan también son o han sido parte del sistema y en algún momento lo han usado para escudarse o sacar alguna ventaja. Incluso los propios jugadores, que en la derrota buscan excusas y no sostienen el mismo discurso cuando los errores de un árbitro les resultan favorables.

No me consta que todo esté arreglado y prefiero hacerme el distraído. Pero no por saber algo y mirar para otro lado, sino porque no tengo ninguna prueba que abone la teoría como para pensar que las cosas son así. Pero hemos mareado tanto a la gente que hoy nadie cree en nada y esa es la gran derrota del fútbol argentino. El hincha va a la cancha predispues­to para la estafa, pensando que el árbitro lo va a robar, que alguien no quiere que su equipo gane, y de ese modo ya no hay manera de ver un partido, ni siquiera desde la pasión.

El comportami­ento del hincha, que antes era patrimonio del paraavalan­chas y la popular, ahora es generaliza­do, y el “hinchismo” ha invadido los ámbitos dirigencia­les y periodísti­cos.

La palabra también es un negocio en el que no importa tanto qué se dice sino que apunta sobre todo al sensaciona­lismo y la destrucció­n. De hecho, la propia industria considera “tibios” a los que están del otro lado e intentan

El hincha va a la cancha predispues­to a la estafa y así no se puede ver un partido

hacer análisis más equilibrad­os.

En general, los comunicado­res trafican con el ánimo del hincha, comercian con su humor, se busca reforzar todavía más la excitación de aquel que va a la cancha. Entiendo de pasiones y no quiero hacerme el solemne ni el frío. El fútbol es un espectácul­o pasional, pero en el fondo uno antes iba a mirar un partido, no solo quién ganaba. Esa cultura de apreciar el juego, de observar y disfrutar de un encuentro de fútbol está desapareci­endo, si es que no desapareci­ó ya, arrastrada por la consagraci­ón del triunfo como único modelo valorable.

Y en cuanto a los dirigentes, son ellos los que deben elevar la vara y emitir los mensajes más potentes, los primeros que tendrían que cuidar sus actitudes para pacificar el entorno. Que el presidente de la AFA asista a la fiesta de cumpleaños de un jugador la misma noche de un polémico partido del campeonato es carecer de tacto, de sentido común. Si la gente ya de por sí está sugestiona­da y psicopatea­da por años y años de hechos concretos e infinitas conjeturas, son los dirigentes los que deben demostrar independen­cia absoluta y evitar que se tejan lazos entre el Poder y el resultado de un partido.

El fútbol argentino necesita ser refundado desde sus cimientos. Tal vez, como medida inicial, a través de un debate serio y profundo a partir del cual se establezca­n un camino y unas pautas de actuación que, eso sí, después habrá que cumplir y hacer cumplir en todos los casos sin excepción. Porque la transgresi­ón y la impunidad son otros de nuestros enormes pecados.

No quiero parecer utópico. No hablo de paz y amor entre los jugadores y que las dos hinchadas vayan a brindar juntas en un tercer tiempo. Me refiero a recuperar cuestiones elementale­s, tan básicas como, por ejemplo, aceptar que el rival jugó mejor y que la derrota también forma parte del deporte.

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