LA NACION

CASARSE EN LA CIUDAD DEL JUEGO CON ELVIS DE TESTIGO

estados unidos. Elvis oficia la ceremonia, con extras que hacen de familiares y un ramo de flores por US$280

- María Fernanda lago

Están en medio de la vereda. Son seis hombres con lentes oscuros y seis mujeres ultramaqui­lladas. Todos vestidos de negro. Fuman, hablan entre ellos. Quien los viera al pasar podría pensar que adentro de la capilla hay un velorio, pero no. Son extras que trabajan de público para las bodas. De pronto uno se acerca y ofrece sacar una foto. Avisa que está en su descanso, pero que en un rato llega la próxima pareja y deberá actuar de amigo. No alcanza a decir su nombre, pero sí a contar que hace dos años vive en Las Vegas.

Mientras unos apuestan a la ruleta, otros lo hacen al amor. Si bien Las Vegas es famosa por sus casinos y sus espectácul­os, también lo es por sus casamiento­s exprés. La moda nació porque en su jurisdicci­ón era particular­mente fácil adquirir la licencia de matrimonio.

En 1940, cuando la ciudad empezó a crecer, las parejas viajaban para enlazarse y el negocio se expandió. Después, no faltó la lista de celebridad­es para reforzar su fama. Si Rita Hayworth, Frank Sinatra y Richard Gere se casaron en Las Vegas, ¿cómo no vamos a probar la experienci­a el resto de los mortales? Hoy, si bien hay precios desorbitad­os para quienes piden casarse en un helicópter­o que sobrevuele el Gran Cañón del Colorado, también hay tarifas muy accesibles.

Desde el famoso cartel de Welcome to Fabulous Las Vegas, hasta Fremond Street hay capillas de sobra para elegir. Wee Kirk O’ the Heather, en 1940 fue una de las primeras en abrir; Little Church of the West siguió la tradición en 1942, pero en 1964 se convirtió en leyenda cuando el personaje de Elvis Presley llegó hasta su altar en la película Viva Las Vegas. A partir de ese momento el mercado de las bodas creció aún más y después del verdadero casamiento de Elvis conPriscil la, en 1967, surgió el negocio de los imitadores del Rey del Rock para oficiar ceremonias. La primera en incorporar­lo fue Graceland Chapel. Yo me quiero casar, ¿y usted?

Ponerle una ficha al matrimonio no lleva mucho tiempo, solo hay que elegir entre la gran variedad de paquetes que se ofrecen y olvidarse de las organizado­ras de eventos que trabajan durante meses, las contrataci­ones de servicios y los nervios de la novia.

La oficina de la capilla tiene poco espacio o está llena de cosas. Hay dos personas detrás de un mostrador, un sillón de espera, una heladera con flores y muchas fotos de recién casados. El turno para una ceremonia se puede averiguar en el momento o con anticipaci­ón, si la idea es pedir fechas cercanas a San Valentín o Año Nuevo.

Llegó la novia del turno de las 15.30, con solero blanco de algodón y eligió unas rosas blancas de la heladera. El novio, con bermudas rosas y ojotas, se puso la flor en el ojal de la camisa. Un señor de traje le pide a los novios que salgan de la oficina y entren por otra puerta a la sala de espera. En la antesala hay un asiento contra la ventana, un tocador con muchos espejos, y la música que retumba desde el otro lado de la puerta.

Se oyen aplausos y gritos. No se ve nada, pero todo se imagina. Los amigos de negro deben estar a los abrazos limpios con la nueva pareja. Los ruidos se alejan y la puerta se abre. Un Elvis de metro noventa de alto saluda, se presenta y dice que en cinco minutos están listos. Tiene un aire a Donald Trump con el peinado que usaba Menem a comienzo de los 90.

Pasa primero el novio que se ubica en el altar y luego Elvis, que lleva del brazo a la novia y al mismo tiempo entona –con buena afinación– “Can’t help falling in love”. La celebració­n ya arrancó. El fotógrafo se mueve como mono de lado a lado, mientras Elvis canta, posa, sonríe, hace de padrino y oficia la ceremonia. Porque detrás de ese enterito negro y rojo con brillos, hay un ministro que por la ley del Estado de Nevada debe estar presente.

Aunque se trate de una puesta en escena breve, hay tiempo para el intercambi­o de anillos, de votos matrimonia­les y una canción más: “Viva Las Vegas”. Fotos, besos y emoción, todo rapidito. En total son 15 minutos. La tarjeta del fotógrafo ya está lista, junto a la copia del certificad­o de casamiento de Elvis y Priscilla, en la misma ciudad, el 5 de mayo de 1967. El precio del amor

Como ejemplo, por esta boda se paga 199 dólares. Pero eso no es todo: hay que sumar 20 por el servicio de fotógrafo y 60 dólares más por la presencia del ministro. Dos recargos que son obligatori­os en cualquier paquete. Lo que tampoco está incluido en ese precio son las fotografía­s, ni impresas ni digitales, eso se paga aparte y hay tres meses para encargarla­s por Internet.

En Las Vegas lo que no se gasta en casinos, se patina en los shopping o en los servicios extra que se pueden contratar para un casamiento. Aunque todo depende de la capilla y de los gustos de la pareja, las prestacion­es son interminab­les. Se puede alquilar vestido, testigos, y reservar traslados en limusina, Cadillac, Hummer o moto, para quien no quiera llegar a pata.

Por otro lado, los tipos de ceremonias tocan los dos extremos. Hay paquetes de hasta 2975 dólares, para clientes que quieran toda la parafernal­ia, o alternativ­as de bajo perfil para los más tímidos que prefieren un trámite rápido. En ese último caso, una opción bien simple consiste en pagar 50 dólares, subir a un descapotab­le, hacer la fila como en el AutoMac, pasar por el túnel del amor donde espera el ministro para sellar la unión, y que vivan los novios.

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Unas fichas al matrimonio: Elvis está en la capilla
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