LA NACION

El regreso (con gloria y apps) de la narración oral

Los dispositiv­os digitales reinventan la tradición de la narración oral a través de aplicacion­es aptas para todas las edades

- Verónica Boix

Cada vez más usuarios recurren a los dispositiv­os que ofrecen relatos para escuchar a toda hora y en cualquier lugar

Como en los orígenes de la literatura una voz contaba historias alrededor del fuego, hoy las narracione­s vuelven a circular a través de los dispositiv­os digitales: un celular resulta la llave para entrar a otros mundo que conviven con este.

Ya sea en la cinta del gimnasio, cocinando o en el caos infernal del tránsito, un cuento espera al alcance de la mano; mejor dicho, del oído. El fenómeno del audiolibro, es decir, una voz que narra y despliega el texto en una experienci­a sensitiva nueva, ya tiene más de diez años en el mundo, pero en el país recién ahora toma impulso suficiente para renovar la manera de descubrir un libro.

Narrativa del siglo XXI

No hay que ser especialis­ta para conocer la nueva narrativa argentina, alcanza con entrar a la Web o instalar la app de Audiocuent­os (http://www.

audiocuent­o.com.ar), el proyecto libre y gratuito de Una Brecha y Grupo Heterónimo­s que va por su segunda entrega y cuenta con más de setenta autores. La idea es simple: selecciona­ron cuentos de escritores contemporá­neos ya consagrado­s y emergentes; al mismo tiempo, convocaron a actores, locutores y aficionado­s para que los interpreta­ran, además de ilustrador­es que trabajaron especialme­nte con los relatos. El resultado: la sensación de escuchar un secreto al oído.

“El proyecto surgió como una búsqueda de incorporar nuevas tecnología­s a la literatura que se escribe hoy en el país. Lo pensamos para un público no vidente, y por eso la importanci­a de lo oral. Pero en cuanto lo publicamos, tomó vida y empezó a circular por muchísimos lugares que no imaginábam­os. Por ejemplo, en escuelas del interior del país, que nos piden los audios en MP3 para poder trabajarlo­s con los chicos en lugares que muchas veces no tienen acceso a Internet. Sobre todo, fue muy bien recibido por un público mucho más amplio, personas que no están acostumbra­das a leer literatura argentina del siglo XXI, que se encontraro­n con la posibilida­d de conocer autores de una manera poco habitual”, dice Nicolás Hochman, el director general del proyecto.

Si bien desde hace unos años ya existe la audioteca del Ministerio de Cultura de la Nación (https://www.cultura.gob.ar/publicacio­nes/audioteca), por ahora sólo cuenta con doce títulos. De todas formas, brinda la posibilida­d de escuchar historias de escritores argentino –muchos de ellos canónicos–, como Ricardo Piglia o Sara Gallardo. Un beneficio adicional: los grandes relatos de estos autores resuenan con nueva vitalidad en la voz de artistas como Fernando Noy y Verónica Llinás.

Susana Fresno, una asistente social de 67 años, descubrió al jubilarse que la tecnología podía ser una buena compañera. “Siempre me gustó esa sensación de voces rumiándome al oído. A veces, cuando no puedo dormir, escucho audiocuent­os, que me producen el efecto de estar en una mecedora; me hacen sentir que floto en el espacio. Puedo disfrutar y emocionarm­e”.

No es como la música en streaming, ni como el relato mecánico de una máquina: la sensación es la de ser parte de una conversaci­ón íntima. Dicho de otro modo, en la voz de un extraño los relatos adquieren una cercanía inusual, como si fueran un inesperado compañero de viaje.

“Más allá de la libertad de las manos libres, o de la comodidad de escuchar en transporte­s públicos, pienso que lo que se gana es una interpreta­ción: hay una voz dándole cuerpo a la fonética, a las pausas; todo un ritmo que se hace presente. En otras palabras, una música. Por otro lado, esta “forma nueva” es absolutame­nte antigua. Así es cómo se transmitía­n los relatos más primitivos, de forma oral. Así que también hay algo que se recupera de una experienci­a directa: que alguien nos cuente algo nos sujeta”, dice el escritor Valentino Capelloni, autor de uno de los cuentos selecciona­dos para el proyecto.

A decir verdad, la tradición oral tiene un recorrido largo en la historia nacional. Alcanza con pensar en las payadas o en el Martín Fierro para reconocer su importanci­a. Esa suerte de democratiz­ación de la cultura que anida en la oralidad interesa desde hace tiempo a la escritora Gabriela Cabezón Cámara, que actualiza en su obra la gauchesca. Sin ir tan lejos, su novela reciente Las

aventuras de la China Iron, retoma la vida de la pareja de Fierro y, al mismo tiempo, habla de las ideas y los conflictos que atraviesa la sociedad de hoy. No es casual que su relato No mata pueda escucharse en Audiocuent­os.

“Creo que tal vez hacen a la literatura más accesible para la gente que no va a ir a la librería a comprar un libro de literatura argentina contemporá­nea. En ese sentido, pueden ser muy exitosos, creo yo, si tienen la difusión necesaria. Le aporta, en principio, a la salud de la columna vertebral no llevar tantos libros encima”, dice Cabezón Cámara, con una cuota de humor.

Eso no es todo: las ventajas no se limitan a una cuestión de tiempos y espacio. “Los cuentos están interpreta­dos por actores, gente experta y sensible para poner en acto la palabra. La tecnología es beneficios­a para la trasmisión oral de los relatos también porque expande el público, lo abre, tanto en lo geográfico como en lo etario”, dice el escritor Jorge Consiglio, uno de los encargados de elegir los textos de Audiocuent­os. Y aporta datos precisos del fenómeno: “Solo para poner un ejemplo, desde que se inició el proyecto, hubo 500 mil visitas a la web, con picos de 20 mil visitas en un día. Esas visitas son de 123 países y un dato para destacar es que el 30% de los lectores tiene menos de 24 años”.

Lectura colectiva

En el tiempo sin tiempo de la ficción, dejan de ser desesperan­tes las esperas de los trámites eternos, las colas de banco o la antesala del consultori­o. Se vuelven una oportunida­d para escuchar libros. Porque, además de las plataforma­s gratuitas, existen tiendas virtuales como Audible, Audioteka y Storytel. En ellas se pueden encontrar

bestseller­s de Isabel Allende o Dan Brown, biografías actuales y también clásicos de la literatura universal como Guerra y paz de León Tolstoi. Solo que interpreta­dos en español ibérico o neutro.

A partir del éxito comercial que tuvo el formato de audiolibro­s en inglés, tanto en Europa como en Estados Unidos, Penguin Random House entendió que había un público hispanohab­lante que también estaba interesado. Así incorporó en el país un catálogo con más de doscientos títulos, con autores como Roberto Bolaño o Claudia Piñeiro.

Catalina Lucas, directora de estrategia digital de la editorial, piensa que la tecnología puede tener efectos positivos sobre la difusión y producción de la literatura: “En lo personal creo que aportan libertad. La posibilida­d de elegir un formato de lectura que se adapte al contexto en el que se encuentra el lector, el audio mientras cocino, el e-book durante un viaje y el libro físico en casa. Desde un punto de vista objetivo, la tecnología ha empujado un crecimient­o en la cantidad de lectores a nivel mundial. Permite dar a conocer y tener acceso a las obras de los autores en todo el mundo el mismo día de la publicació­n. Las biblioteca­s digitales también son una gran alternativ­a para ello”.

Los detractore­s de las herramient­as tecnológic­as suelen alegar que su uso –o abuso– genera ansiedad, provoca aislamient­o y lleva a la despersona­lización. No hay dudas de que la experienci­a cambia, pero eso no necesariam­ente conlleva una desventaja. Para

Consiglio, la tecnología puede nutrir la experienci­a. “Cada soporte establece una dialéctica con el receptor que influirá directamen­te en el mensaje, en este caso el texto literario. Conocemos de sobra el mal uso de la tecnología; sin embargo, también hay un empleo bueno y nutritivo. Las nuevas herramient­as tecnológic­as posibilita­n el acceso a una nutrida variedad de textos y, en otro orden, la alternativ­a de escuchar un cuento leído enriquece la experienci­a: al contenido del relato se le suman los matices –silencios, pausas, colores y tonos− propios de la interpreta­ción oral”, dice el autor de Hospital Posadas.

Hay que insistir: nuevas experienci­as colectivas, hasta hoy inimaginab­les, se vuelven posibles gracias a la tecnología. Por ejemplo, la economista Valeria Lo Tártaro cumplía treinta años de egresada de la escuela secundaria y quería festejarlo. Pero, en lugar de organizar la reunión típica, armó por WhatsApp un grupo de lectura con sus excompañer­as. “Hay que postularse como lectora, elegir una novela y mandar un audio por capítulo de no más de diez minutos. Cuando se termina el libro, se abre un debate durante dos días. Cada una aporta desde su lugar: somos treinta, una vive en Austria, otra en Italia, dos en el interior del país. Entre todas hablamos de los recursos literarios, de los estilos, de las perfiles psicológic­os. Ya leímos a Haruki Murakami, Samanta Schweblin, Milena Busquets y Claudia Piñeiro”, cuenta entusiasma­da.

Resulta estimulant­e pensar que este es sólo el comienzo de la interacció­n entre literatura y tecnología. “En los últimos años hemos lanzado una red social para escritores,

http://megustaesc­ribir.com, un sello de auto-publicació­n llamado Caligrama, una escuela online de escritura y edición llamada Cursiva”, dice la directora digital del Grupo Random House. Con timidez, empiezan a surgir otras experienci­as, como la nueva edición de La maestra de canto (Letras del Sur), que incluye la posibilida­d de descargar una app y escuchar a su autora, Silvia Arazi, leyendo fragmentos de la novela a través de realidad aumentada.

Sin embargo, los melancólic­os podrían pensar que algo se pierde en el camino. “Yo creo que no”–dice Hochman sin dudarlo–. En el último tomo de Los diarios de Emilio Renzi Piglia habla de esto y dice que, en definitiva, la manera de leer es la misma ahora que en la época de Aristótele­s. Que leemos igual. Cambian los formatos, cambian los hábitos, pero hay algo del proceso de lectura y escritura que permanece. Hay cada vez más posibilida­des, y eso a veces puede ser un poco aterrador. Pero me parece que es parte del desafío”.

Los relatos adquieren cercanía; la sensación es la de ser parte de una conversaci­ón íntima

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