LA NACION

Un móvil narrativo y sonoro as

- Gabriel Caldirola

LVariacion­es Goldberg, Las mil y una noches, Sgt. Pepper’s, las pinturas de arena de los indígenas navajos y la música planetaria que imaginó Kepler no parecen tener, en principio, mucho en común. Pero si algo caracteriz­a Una ofrenda musical, de Luis Sagasti (Bahía Blanca, 1963), es la manera insospecha­da con la que logra hilvanar materiales heterogéne­os de acuerdo a una lógica propia. Retomando procedimie­ntos que había explorado en Bellas Artes y que, más cerca de la novela, continuó en Maelstrom, el autor se vale de una combinator­ia personal para yuxtaponer datos aparenteme­nte inconexos quepa sana componer las piezas de un móvil que transita entre la ficción y el ensayo, con resultados poéticos.

El libro empieza cuando el conde de Keyserling le encomienda a Bach una composició­n para remediar su insomnio. El resultado es un aria con treinta variacione­s que serán conocidas por el nombre de su primer ejecutante, Johann Gottlieb Goldberg. Como quien dibuja constelaci­ones, con la premisa de que “el orden Ecósmico es un orden musical”, Sagasti traza las líneas que unen a Bach con Glenn Gould (uno de sus más granados intérprete­s), y a este con los Beatles. Las narracione­s de Sherezade para mantener en vilo al sultán en Las mil y una noches aparecen el reverso de la ensoñación que inducen las Variacione­s sobre el conde. El canto de la madre que mece en brazos a su bebé –la economía de notas que se repiten, el ritmo dictado por su suave balanceo– se impone como figura primigenia del vínculo entre música y sueño en la primera sección, titulada “Lullaby” (canción de cuna).

Después de zambullirs­e en la ficción con un relato en el que imagina un órgano de dimensione­s descomunal­es concebido por el delirio de un barón del siglo XVIII, un capítulo titulado “Guerras” entrelaza historias en las que la música tiene como escenario el horror bélico y sus periferias, como la del compositor francés Oliver Messiaen, quien escribe y estrena su célebre Cuarteto para el fin de los tiempos en un campo de concentrac­ión en 1941. Aquí también, como en el resto del libro, Sagasti imagina derivas, derroteros posibles para sus personajes. Los datos de la realidad se vuelven, así, semillas de ficción sobre las cuales se lanza a narrar.

El libro avanza a través del encadenami­ento de pequeños motivos temáticos, personajes, anécdotas y recuerdos, sobre los que ensaya variacione­s y dibuja discretos contrapunt­os. De este modo, la escritura termina por incorporar algunos de los procedimie­ntos musicales a los que se refiere. No es en su carácter fragmentar­io sino en su circularid­ad que el libro acaba por configurar­se, para descubrir, en el final, un modo de recomenzar, constatand­o que “de un círculo solo se sale antes de dar el primer paso”.

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UNA OFRENDA MUSICAL Luis Sagasti Eterna 128 págs., $299

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