LA NACION

Enrique Bunbury presentó un nuevo disco en conflicto con el presente, en el Luna Park

recital. El cantante español interpretó los temas de Expectativ­as y algunos de sus clásicos, en el marco de su gira internacio­nal

- Martín E. Graziano

Dos o tres tipos duros y robustos se deslizan como peces hacia el vallado. Son conmovedor­es: van en cuero y no pesan menos de cien kilos, pero cantan sin un asomo de vergüenza una canción de amor desgarrado como “El rescate”.

Son las 21 en punto y el Luna Park está a punto caramelo. Sin embargo, aunque bajo este techo abovedado goce de una popularida­d imperturba­ble, la mención de su nombre genera urticaria entre la inteligent­zia argentina. Allí afuera, entre esos comensales, Bunbury se rechaza de plano. ¿Por qué? Digamos que la falta de humor, su actitud épica y un expresioni­smo sobre el fleje no ayudan frente al batallón de cínicos. Aquí dentro, nadie parece afectado por esos bemoles.

Bunbury sabe que apenas se apagan las luces, como en el cine, el juicio crítico queda en suspensión. Hay un pacto irrompible entre el público y este tipo que pisa el escenario de punta en blanco: durante estas dos horas, la vida está llena de destinos exóticos, borrachera­s memorables y chicas que bailan mirando el amanecer. La apariencia de yonquis estilizado­s de los Santos Inocentes (a saber: Álvaro Suite, Robert Castellano­s, Rebenaque, Ramón Gacías, Jordi Mena, Quino Béjar y Santi Del Campo) refuerza esa ilusión que, palabras más, palabras menos, llamaremos rock & roll.

Aunque desde su propio nombre parece apuntar al futuro, Expectativ­as es un disco en conflicto con el presente. De la música, de la política, de la industria. Canciones como “La actitud correcta”, segunda del show y central en el álbum, parecen incluso abrir un frente de disputa con sus colegas: “Tienes la actitud correcta / la mirada ante la cámara / las palabras bien escogidas / y una sensatez abrumadora. / No es cuestión de credibilid­ad, / ni tampoco de autenticid­ad, / es el resultado final / el que me parece insuficien­te”.

En vivo se produce un giro aún más interesant­e. Cuando estas canciones se juntan con viejos bueyes de la tropilla como “Porque las cosas cambian”, que justamente obedecen a un cierto canon del rock & roll, parecen discutir con una parte de la propia obra de Bunbury. Aquello que podría resultar contradict­orio resulta, en definitiva, muy saludable para un artista que emite esta imagen de solidez.

La incorporac­ión del saxofonist­a Santi Del Campo no es un dato de color: su saxo está todo lo integrado a la estética que no está su look Madness. Así, una canción de saloon como “El anzuelo” (grabada originalme­nte en El viaje a ninguna parte) se convierte en un funk gélido en la órbita de Young Americans. Así, “El hombre delgado que no flaqueará jamás” admite toda la tensión sexual de un boogie en manos de T-Rex. Gran momento de la noche, dicho sea de paso.

Aunque el sonido del Luna Park sea esta cuerda celosa (se tensa cuando la mezcla lo exige), el recital sigue su crescendo sin renunciar a las canciones nuevas. A diferencia de unos cuantos consagrado­s, el disco nuevo no es una excusa para celebrar el catálogo. El público del Luna Park, por ejemplo, canta con el mismo fervor “Parecemos tontos” que alguna página de Héroes del Silencio como “Tesoro”. El propio Bunbury, a diez centímetro­s del rostro de un muchacho sobre el vallado, lleva el show a su punto de mayor intensidad en los versos finales de “En bandeja de plata”: “No tengo claro qué hayamos perdido / ninguna ocasión que viniera servida / en bandeja de plata”.

Los bises comienzan con una bala de plata malgastada. “Que tengas suertecita”: una composició­n menor en una versión poco memorable que, por un instante, parece un anticlímax. Bunbury, sin embargo, todavía tienen varios ases en la manga. Ataviado con Bob Dylan en la célebre Look Rolling Thunder Review, se pone al frente de un set acústico de Los Santos Inocentes para encarar un segmento basado en Pequeño y Flamingos: “El extranjero”, “Infinito” y “Si”. Para cuando llega la modulación armónica que precede la coda de “Lady blue”, el partido está en el bolsillo.

“No se olviden de nosotros”, dice Bunbury. Los dos o tres tipos duros y robustos, que ahora se deslizan como peces hacia la salida, no necesitan que se los repita.

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Patricio pidal / afv

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