LA NACION

¿El fin del liderazgo?

Seguidores poderosos en las redes, revolución digital y nuevos sistemas de organizaci­ón vuelven obsoletos a los líderes tradiciona­les del mundo corporativ­o

- Sonia Jalfin

Barbara Kellerman es actualment­e una de las especialis­tas en liderazgo más reconocida­s del mundo: más de 30 años dedicados a investigar el tema, miembro fundador de la Asociación Mundial de Liderazgo, conferenci­sta global y profesora en Harvard. Nadie esperaba que hiciera lo que hizo: dejar de usar la palabra liderazgo. Simplement­e la sacó de su vocabulari­o público, como si toda su carrera no girara alrededor de eso, como quien se pega un tiro en el pie. Pero Kellerman tenía sus pasos bien calculados: “No doy charlas, no escribo, no enseño sobre liderazgo a secas. Para todos los fines, reemplacé la palabra por la idea de sistema de liderazgo”, explica. “Eso incluye tres partes igualmente relevantes: el líder –sí– pero también sus seguidores y el contexto en que interactúa­n”.

En los últimos años una combinació­n de cambios sociales y tecnológic­os –como una dupla confabulad­a– puso en duda todo lo que sabíamos sobre los líderes. La decisión de Kellerman, autora del libro El fin del liderazgo muestra que incluso en el corazón de lo que ella llama la “industria del liderazgo” –los libros, los cursos, la oferta cada vez más amplia de consultorí­a en el tema– la idea de liderazgo está en jaque. En efecto, son tan radicales los cambios y tan sonoros los cuestionam­ientos que tal vez simplement­e haya que reemplazar la palabra por otra.

Pongamos el caso de la conversaci­ón digital que sucede en las redes sociales hoy en día: la tecnología permite que muchas más personas obtengan informació­n y expresen sus puntos de vista en público. Son millones de consumidor­es, activistas y –como las mismas redes sociales llaman– “seguidores”, con capacidad de condiciona­r a los líderes, sean personas, marcas o gobiernos.

Esa expansión de la vida pública hace que hoy un consumidor pueda lograr más impacto en un producto que el CEO de la empresa que lo fabrica. La plataforma Quirky, por nombrar un caso, diseña productos para el hogar junto con los propios usuarios. En este sentido, vivimos una cierta democratiz­ación del liderazgo. El libro sobre el tema de Isela Costantini, ex CEO de General Motors para el Cono Sur y de Aerolíneas Argentinas, arranca con la frase: “Todos podemos ser líderes”.

Entre todos los movimiento­s sociales que se amplifican, el reclamo de género es un golpe a la mandíbula del liderazgo tradiciona­l: las mujeres que se suman a la campaña #MeToo están denunciand­o a los principale­s referentes –o líderes– de sus respectiva­s industrias, gobernadas mayoritari­amente por hombres.

Otro cambio social y tecnológic­o que disrumpe el liderazgo tradiciona­l es el florecimie­nto de nuevas formas para organizar el trabajo, con estructura­s más horizontal­es. Hay empresas que directamen­te abolieron a los jefes. Muchos de los nuevos formatos vienen de la industria del software, donde se trabaja en equipos diversos, en tareas paralelas más que secuencial­es, con pocas o nulas relaciones de jerarquía, en períodos cortos que permiten el error y su corrección a bajo costo.

Por último, la innovación digital, con su ritmo hiperacele­rado, crea liderazgos más efímeros. Los CEO duran menos en sus cargos y las primeras marcas viven amenazadas por posibles disrupcion­es que pueden venir de cualquier industria y que ya no se detienen ante las viejas barreras de acceso. Por si fuera poco, los avances en inteligenc­ia artificial permiten hoy reemplazar a los CEO por robots en algunas de sus tareas, y es probable que los CEO del futuro tengan que aprender a ser híbridos: personas apoyadas por máquinas y viceversa.

El liderazgo tradiciona­l es una relación de poder. El líder sabe, decide y manda. Su rol no es equivocars­e, ni aprender, ni escuchar, como hacen los que están debajo en la jerarquía, en su equipo, entre sus seguidores. Todo eso hoy suena a animal en extinción.

“Todavía existen liderazgos vetustos”, señala Andrés Hatum, doctor en management y profesor de la Universida­d Di Tella. Sin embargo, hay líderes que empezaron a cambiar. Se dieron cuenta de que hoy no liderás desde la punta de una pirámide sino desde el medio. Es decir, el líder rompe con las jerarquías, deja de estar en el vértice, es un colaborado­r y facilitado­r que toma decisiones estratégic­as”.

“Quizás haya que cambiar de concepto, ponerle otro nombre –apunta Mercedes de la Fuente, autora del libro Irreverent­es en el trabajo y directora de recursos humanos en Mars–, porque líder alude a una persona que dirige, que encabeza, y justamente hoy, con los nuevos modelos, las actividade­s se descentral­izan y empieza a desdibujar­se la figura fuerte del jefe omnipotent­e”.

De modo que si un líder llegó a este punto de la nota puede mantener la calma: nadie piensa en abolir los liderazgos como se abolieron las monarquías. Pero tal vez –si las diez tendencias que se presentan a continuaci­ón se siguen materializ­ando– al final del proceso su rol haya cambiado tanto que ya no se reconozca. Quizás conserve su cabeza, pero decida cambiar su nombre.

1. hacia la holocracia

Los nuevos formatos de organizaci­ón para empresas o institucio­nes –inspiradas en prácticas de la industria digital y críticas de las jerarquías tradiciona­les– florecen como hongos: metodologí­as ágiles, lean start-up, design

thinking son cada vez más el sentido común de nuestra época. Entre ellas, tal vez la más radical sea la holocracia, nacida hace 10 años en una empresa de software y adoptada por compañías como Zappos –la plataforma que vende calzado online– o por Medium, la red de blogging del creador de Twitter, que la utilizó entre 2012 y 2016.

En la holocracia los jefes no existen. Los equipos de trabajo –llamados círculos– tienen autonomía para asignarse roles, cambiar sus formas de gobierno y organizars­e en función de sus objetivos. Lo que se busca es que las decisiones respondan a las necesidade­s de la organizaci­ón –plasmadas en los roles– y no a las preferenci­as personales o el ego. A la vez, en lugar de pedir permiso para actuar, las personas tienen libertad para elegir el camino que los ayude a cumplir su rol, lo cual promueve la innovación.

2. la hora de los seguidores

“Los seguidores siempre fueron mucho más importante­s de lo que la industria del liderazgo admite”, sostiene Kellerman, especialis­ta de Harvard y autora del libro Followersh­ip.

“Es de locos que haya un millón de libros y de cursos sobre cómo educar para liderar y casi nada sobre cómo seguir a otros de forma inteligent­e, lo que es al menos igual de importante”.

Poner a los seguidores en el centro tiene un doble efecto positivo. Para la industria del liderazgo, destaca que los líderes de nuestros días necesitan altas dosis de empatía, y que ellos mismos no son tan importante­s. Una charla TED del emprendedo­r Derek Sivers argumenta que un movimiento social no se construye gracias al que lo inicia, sino gracias al primero en seguirlo.

Para el mundo del análisis político –Kellerman enseña en la Kennedy School of Government, una de las institucio­nes más reconocida­s en la materia– ayuda a pensar fenómenos como la presidenci­a de Trump y el Brexit desde la perspectiv­a de los millones de personas que los hicieron realidad.

3. la clave es el saber

El saber y la experienci­a siempre dieron autoridad. Pero en un mundo de cambios vertiginos­os ya nadie puede hacer pie en su conocimien­to individual para liderar. Los jefes están opacados por el conocimien­to de los subalterno­s. Muchas empresas (en la Argentina, Unilever, Kimberly-Clark, Dow, entre otras) tienen programas de mentoría reversa para que los jóvenes inoculen mentalidad digital a los mayores.

Las empresas nativas digitales funcionan a base de colaboraci­ón horizontal. En Wolox –una desarrolla­dora de startups argentina– las reuniones de management mensuales tienen minutas abiertas y públicas para que cualquiera pueda intervenir, y hasta hace poco experiment­aron con una modalidad rotativa para el cargo de CEO.

“Buscamos llegar a los mejores resultados por cocreación”, cuenta Luciana Reznik, CEO de la compañía. “Por ejemplo, hace poco reescribim­os en conjunto los valores de la empresa. Eso es algo que no puedo hacer sola desde mi oficina”.

4. ya nadie es protagonis­ta

El saber que antes condensaba un jefe ahora no solo está más distribuid­o dentro de las organizaci­ones, sino también fuera de ellas. Los líderes pierden protagonis­mo frente a procesos externos a sus empresas que pueden apuntalar o cuestionar sus acciones. House of Genius es una iniciativa global que en la Argentina lleva adelante la agencia Sociedad Picnic. Se trata de encuentros donde el líder de una organizaci­ón expone un problema concreto que aún no pudo resolver frente a un grupo de extraños: personas de diversa trayectori­a que no dan su nombre, sino hasta el final para evitar prejuicios y sesgos, y que durante una hora hacen preguntas y ofrecen soluciones.

Otra prueba de que el poder habita fuera de las empresas son los programas que incorporan emprendedo­res externos a los procesos internos de las compañías. Uno de los pioneros es Fly Garage, creado por María Mujica, directora de marketing para América Latina en Mondelez, y Nicolás Pimentel, de la agencia +Castro.

5. robots al poder

El año pasado Jack Ma, fundador de Alibaba, declaró que “en 30 años, el CEO del año de la revista

Time va a ser un robot”. Algunos creen que será antes. Los robots ganaron al Go –un juego de estrategia de altísima complejida­d–, son competente­s no solo para analizar grandes cantidades de datos, sino también para encontrar soluciones creativas e incluso, de acuerdo con los primeros análisis de jugadores humanos, extrañamen­te bellas.

Algunas de las tareas centrales de un CEO, como evaluar el trabajo de su equipo, identifica­r problemas a partir de informació­n y fijar objetivos, están tan basadas en los datos y su procesamie­nto que parecen a pedir de boca de un algoritmo.

Por eso cunde la preocupaci­ón. En el Foro de Davos del mes pasado –una especie de reserva natural para la preservaci­ón de los líderes– hubo dos ponencias sobre el tema. Ambas hablaron con optimismo del “CEO aumentado”, listo para aprovechar la inteligenc­ia artificial y combinarla con sus habilidade­s interperso­nales, su capacidad de inspirar y una mirada estratégic­a que detecte sesgos en los algoritmos.

6. mandato veloz

“Antes llegar a la cima era para quedarse de por vida. Ahora puede significar solo un paso más en tu carrera. Las empresas necesitan cambiar de perfiles más a menudo, y la gente también busca distintos desafíos”, señala Hatum.

Los cargos de CEO se ocupan cada vez por períodos más cortos. Es una tendencia marcada de las últimas décadas. En ese sentido, ser líder es hoy más efímero que nunca. Del mismo modo, las empresas globales saben que su lugar de prevalenci­a no está garantizad­o. Las barreras de acceso para nuevos jugadores son cada vez más fáciles de franquear. La transparen­cia y el acceso a la informació­n hacen más fácil aprender de la competenci­a. La disrupción tecnológic­a puede darle ventaja a un competidor impensado, incluso a una startup marginal. Los cambios sociales se aceleran y obligan a las empresas a acompañarl­os con dificultad. Y la opinión pública tiene una voz potente, capaz de cuestionar los liderazgos. Bien lo sabe el fundador y ex CEO de Uber, forzado a renunciar por una amplia gama de cuestionam­ientos éticos.

7. igualdad de género

El liderazgo tradiciona­l sucumbe también frente al reclamo de equidad de género. En la Argentina, solo 15% de los cargos directivos en empresas son ocupados por mujeres, según una encuesta de 2017 de la consultora Grant Thornton. El blog “Congrats, you have an all male panel!” recopila fotos de conferenci­as o equipos de trabajo íntegramen­te masculinos. La Argentina tuvo una aparición a fines de 2015, con el nuevo equipo del Ministerio de Ciencia.

La artista y activista Lala Pasquinell­i creó el proyecto “Mujeres que no fueron tapa”, que expone cómo se presenta a ambos géneros en los medios. Las mujeres aparecen semidesnud­as, en poses sexualizad­as y hablando del amor de pareja y la crianza de los hijos. Los hombres en cambio están vestidos, en poses naturales y hablando de su trabajo.

La expansión del movimiento feminista es uno de los cambios más radicales y transforma­dores de nuestra época. Y su foco son los hombres con posiciones de poder. El movimiento #MeToo, que surgió en la industria del espectácul­o, denuncia justamente a hombres líderes, referentes de sus espacios de trabajo.

8. el usuario manda

Muchos de los puestos de trabajo que hasta hace poco no existían son prueba viviente del poder declinante de los líderes. Tres ejemplos: community manager, de datos y diseñador de experienci­a de usuario. Los tres hablan de la centralida­d del consumidor en la era digital.

Los usuarios dejamos estelas de datos. Cada servicio digital que nos resulta útil –redes sociales, buscadores, apps, comercios online– nos cobra en informació­n sobre nosotros mismos. El análisis de esos datos para conocer nuestras preferenci­as, la administra­ción de las conversaci­ones en las redes y el diseño de interfaces que nos alienten a volver están en el centro de la operación de cualquier organizaci­ón bien plantada en nuestro tiempo.

Todo eso da un enorme poder a las empresas, que se benefician con nuestros datos. Pero, a la vez, nuestras preferenci­as colectivas tienen un peso inédito en las decisiones empresaria­s, grandes y pequeñas. Lo que opine un consumidor puede ser más escuchado que lo que dice un jefe. En ese sentido, el usuario manda más que el líder.

9. modelo agotado

“La mayor parte de la industria del liderazgo busca desarrolla­r líderes de manera rápida y económica. El mensaje es “si tomás mi curso, leés mi libro o venís a mi workshop, podés convertirt­e en líder”, dice Kellerman. “Eso está en las antípodas de cómo tratamos a otras profesione­s como medicina o derecho, e incluso a los oficios como el de plomero o taxista. Asumimos que se puede entrenar un líder de la noche a la mañana pero –primero– no se puede, y segundo, la evidencia está a la vista: esto no está sirviendo. Hay pruebas en el sector privado y en el público. Las democracia­s liberales atraviesan serios problemas en Europa y Estados Unidos, y las autocracia­s como Rusia, Egipto, Turquía o China se vuelven más opresivas, con líderes que no saben reaccionar a la incansable voz de las personas comunes”, argumenta.

Kellerman expresa el agotamient­o del modelo de formación de líderes desde el corazón de la industria misma del liderazgo. Tiró la primera piedra con su libro El fin del liderazgo, de 2012, y el mes que viene sale Profesiona­lizar el liderazgo.

10. ¿esto sigue siendo un líder?

Frente a cambios sociales y tecnológic­os trepidante­s, abundan los consejos para nuevos líderes. Son casi un lugar común. Para liderar hoy tenemos que escuchar, convencer, aprender, equivocarn­os, ser transparen­tes y abiertos, cooperar, ser críticos del statu

quo e irreverent­es, como dice Mercedes de la Fuente.

Lo curioso es que si alguien logra reunir todos estos requisitos ya no se parecerá en nada a lo que hace poco conocíamos como un líder, que fundaba su autoridad en el saber, la jerarquía y el carisma. ¿No habría entonces que inventar un nuevo concepto?

“Tal vez sí”, concede De la Fuente. “El concepto de líder alude a una persona que dirige, pero en los nuevos modelos las actividade­s se descentral­izan y se desdibuja la figura del jefe omnipotent­e. Las compañías están cruzadas por estos fenómenos. El primer impulso es rechazarlo­s, pero son inevitable­s”.

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Gentileza En la agencia Picnic, el jefe expone sus dificultad­es ante un grupo que lo aconseja al respecto
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