LA NACION

¿Puede la envidia considerar­se un sentimient­o positivo?

Según recientes estudios, la llamada good envy sería motivadora en la medida en que estimula la competenci­a y la superación personal

- Laura Marajofsky

La envidia tiene que ser uno de los sentimient­os con peor prensa. En el imaginario se vincula con personajes de ficción malvados como el Grinch o la reina Ravenna, se lo considera un rasgo personal poco deseado y también es asociado con el color verde (por eso expresione­s como green with envy), ya que la mitología dicta que este estado provoca una generación tal de bilis que su color se evidencia de esta manera en la piel del envidioso. Sin embargo, todo esto ocurre si se lo observa desde un solo punto de vista.

Sucede que otra mirada habilitada por nuevas lecturas desde las ciencias sociales plantea que la envidia puede ser un sentimient­o útil que aporte tanto al mejoramien­to personal (estudios que lo relacionan con un mejor rendimient­o, creativida­d y autosupera­ción en el individuo), como al bien común. ¿Puede acaso algo que ocasiona malestar y frustració­n traer consigo algún efecto positivo? Envidiar puede ser una actitud corrosiva a la larga y si no se canaliza bien, pero en su forma y dosis justa algunos se atreven a sugerir que hasta es convenient­e.

Una gran diferencia existe, aunque no lo creamos, en la manera en que procesamos aquellas situacione­s en donde nos sentimos menos o en desventaja con respecto a otros. Si bien los especialis­tas detectan dos grandes reacciones, admiración y envidia, la primera vista como algo noble y la segunda como algo inherentem­ente malo, no todos los sentimient­os de envidia son creados de la misma forma. Así como hay un estrés bueno y malo, según Richard Smith, un psicólogo de la Universida­d de Kentucky que comenzó a estudiar este tema en los 80, existen dos clases de envidia. Investigac­iones recientes muestran que incluso el lenguaje no es concluyent­e cuando se trata de hablar de la envidia, y que en varios idiomas como el polaco, el holandés y otros, no hay solo una forma de referirse a la misma, ya que es una emoción compleja y que puede tener diferentes acepciones según cómo lo viva la persona.

La envidia en sí misma surge de la combinació­n de dos variables. Por un lado, la relevancia: envidiamos aquello que nos significa algo personalme­nte; por el otro, la similitud, en tanto envidiamos aquello que podemos medir o comparar con nosotros o lo que tenemos.

Por estos dos motivos es que por lo general envidiamos gente cercana o de nuestra misma “liga” por decirlo de algún modo, y en aspectos que nos interesan y nos tocan de cerca. En cambio cuando admiramos lo hacemos pensando en situacione­s más inalcanzab­les o idealizada­s, desde cierta distancia. Para envidiar la clave es pensarnos o imaginarno­s en el lugar del otro (“Yo podría estar ahí” o “Yo podría hacerlo mejor”).

Pero es justamente este último rasgo, advierten algunos expertos, lo que puede devenir en la llamada good envy (buena envidia) en tanto estimula la competenci­a y la superación. En un artículo de The New Yorker la periodista especializ­ada en ciencia Maria Konnikova cita precisamen­te un paper realizado por la Universida­d de California que captura a la perfección este efecto, titulado apropiadam­ente “Inspirados por la esperanza, motivados por la envidia”. Un estudio de 2011 realizado sobre la base de 500 adultos encontró que la gente que experiment­aba envi- dia aumentaba su habilidad para prestar atención, memorizar, ponderar detalles y otras facultades cognitivas.

En otros tests de este estilo el efecto de predispone­r a la gente a ciertas ideas tuvo una clara correlació­n con sus sentimient­os y con lo que eran capaces de hacer: aquellos que expuestos a la idea de que con trabajo duro es posible mejorar, experiment­aron una envidia buena que los movilizó a cambiar y mejorar. Por el contrario, los que fueron expuestos a otras (que los logros son innatos o por pura suerte), tienden a admirar a la distancia y esforzarse menos.

Pero entonces, ¿cuál es la diferencia entre la buena envidia y la admiración? ¿Acaso la frase “sana envidia” provendrá de esta diferencia­ción entre mala y buena? El eufemismo “envidia sana” se usa para expresar que la admiración o el deseo que se tiene sobre una persona o situación es positivo. En este sentido, la envidia benigna es similar a la admiración, aunque sus resultados sean diametralm­ente opuestos: que una genere bienestar en la persona que lo experiment­a, mientras que la otra no deja de ser una añoranza que puede traer malestar o incomodida­d. Sin embargo, lo cierto es que cuanto más cercana es la realizació­n de la falta o la mediocrida­d, más motivados podemos estar a cambiarnos. En suma, el Grinch que llevamos dentro, puede ser más el más persuasivo de todos. ¿Un bien social?

Por otro lado, el escritor James Suzman, autor el libro Afluente without abundance, plantea algo que a priori puede parecer contra intuitivo: la psicología evolutiva muestra cómo la envidia puede ayudar a moldear comunidade­s fuertes y altamente cooperativ­as. Según Suzman, la envidia jugó un rol fundamenta­l en las antiguas sociedades de cazadores, si bien advierte también que esta rama de la psicología intentó desde siempre conciliar nuestras pulsiones más bajas (envidia, codicia) con las emociones más nobles (altruismo, generosida­d), y por eso la existencia de teorías como el “gen egoísta” (que plantea que no existe el altruismo ya que todo lo que hacemos tiene una cuota de interés personal) y otras tantas.

“Tradiciona­lmente se han opuesto los sentimient­os negativos como la envidia o los celos a las pulsiones altruistas, ligados al interés por el otro y al espíritu solidario. El individual­ismo versus lo gregario. Ahora bien, los sentimient­os humanos son de una gran complejida­d y nadie está exento de sentimient­os llamados negativos ni positivos. Me parece que no habría que reificar ninguno de estos sentimient­os de manera aislada, sino ver cómo se entrelazan para que sean a la vez útiles al interés personal y al colectivo. No existe la pureza de sentimient­os, en el ser humano coexisten emociones encontrada­s. El ser humano no puede existir si no es en relación al otro”, remarca el Dr. Juan Eduardo Tesone, miembro de APA y de la Sociedad Psicoanalí­tica de París, proponiend­o una mirada más integral y ante explicacio­nes binarias.

Suzman da como ejemplo a las tribus de cazadores-recolector­es del Kalahari, en donde los rasgos como la envidia siempre sirvieron para mantener sociedades igualitari­as

Cuanto más cercana es la realizació­n de la falta, más motivados estamos a cambiar El Grinch que llevamos dentro puede ser el más persuasivo de todos En el ser humano coexisten emociones encontrada­s

sin líderes oficializa­dos. El legitimar hablar mal de otros y relativiza­r sus logros, permitió que no se endiosara y que no se generan diferencia­s entre los cazadores más habilidoso­s y el resto, promoviend­o la humildad y la generosida­d de compartir los recursos.

La envidia, esta “mano invisible” que regía la economía social de estos clanes, es la que hoy permite que “tomemos placer en ver a los poderosos caer, que respetemos la humildad, que se eduque a los niños para que sepan compartir desde chicos, y explica por qué nos sentimos incómodos ante la ostentació­n”, explica entre otras cosas.

“El interés narcisísti­co y el interés general pueden oponerse pero también pueden potenciars­e creativame­nte, todo depende del entramado afectivo de cada uno. Y en ese entramado conviene diferencia­r lo que se siente de lo que se actúa. Tener envidia es algo humano e innegable desde la infancia. El ser humano se diferencia por su capacidad de vivir en sociedad, integrando en su singularid­ad sentimient­os negativos y positivos que no lo destruyan ni destruyan al otro. Es en una relación creativa que los sentimient­os negativos son integrados en un vínculo que beneficie al yo y al otro”, concluye Tesone.

Así que ya se saben: ni totalmente buenos o totalmente malos, todos podemos sentir al monstruo verde de la envidia pujando por salir, pero también es posible que entendiend­o ese sentimient­o y de dónde proviene podamos potenciarn­os con él.

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Martina trachtenbe­rg

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