el cirujano de la planificación
Rítmico juego de pies y desplazamientos de bailarín clásico. Capacidad de anticipación. Milimétrico rigor para golpear la pelota y espíritu competitivo. Un amor propio inagotable que actúa como combustible. Roger Federer construyó una carrera profesional de casi dos décadas con extraordinarias virtudes naturales y ejercitadas. Supo rodearse del equipo acertado. “La gente equivocada puede afectarte de manera horrible”, dijo en diciembre de 2012, cuando llegó a Buenos Aires para jugar un par de exhibiciones. No precisaba reinventarse cuando cambió su raqueta de toda la vida por otra de aro más grande y flexible, ni cuando sumó a figuras como Stefan Edberg o Ivan Ljubicic para incorporar estrategias; su leyenda ya era inigualable. Sin embargo, lo buscó y lo hizo. Varias veces se lo dio por terminado, pero a seis meses de cumplir 37 años, el superhéroe volvió al N° 1 del mundo y lloró como un niño. Y con él lloraron millones de admiradores. Además de todas las bondades ya escritas, el ganador de 20 Grand Slam potenció sus logros durante su “veteranía” con una sabia habilidad para ahorrar energías y administrar el descanso, planificando un calendario que le permite sentirse siempre activo, fresco y hambriento. “Muchos que conozco me dicen: ‘¿Cómo podés estar tres semanas de vacaciones y después entrenarte y hacer ejercicio y volver a empezar?’. Yo pude. Mi vida cambió mucho en estos últimos años, necesitaba estar motivado para adaptarme a los cambios en mi familia”, confió hace unos años, como padre de mellizos. Y por allí hay que escarbar para hallar otro de los grandes secretos de su longevidad. ¿Cómo continuará el tenis cuando ya no compita? Difícil imaginarlo.