LA NACION

Una vuelta al pasado

El miedo de un dirigente sindical cercado por la Justicia que lo está investigan­do fue la única razón de ser de la convocator­ia de anteayer

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Los discursos vacíos de propuestas que se sucedieron anteayer en la avenida 9 de Julio hicieron más que evidente el objetivo de la convocator­ia lanzada por Hugo Moyano: demostrar capacidad de movilizaci­ón y control de la calle para presionar al Poder Ejecutivo y a la Justicia y preservar los viejos privilegio­s corporativ­os y la impunidad de quienes deberían estar presos.

La cantidad de gente movilizada no es el único termómetro a la hora de ponderar adhesiones. Los estudios de opinión pública reflejan con bastante precisión esos apoyos y no dejan dudas respecto del hartazgo de la gran mayoría con estas prácticas a las que nos tienen acostumbra­dos líderes sindicales que se aferran al pasado y a sus injustific­ables patrimonio­s.

No hay dudas de la absoluta inutilidad de la concentrac­ión ni del verdadero motivo de la convocator­ia, pues el propio dirigente del gremio camionero se encargó de dedicarle buena parte de su discurso: el apremio que siente a medida que avanzan varias investigac­iones judiciales sobre su patrimonio y el de sus familiares. Así lo sugieren también sus bravuconad­as expresando que no tiene miedo a ir preso. No es ningún secreto que solo lo movió su desesperac­ión ante la acción judicial, de la que culpa al Gobierno, con el que hasta hace muy poco mantenía relaciones aceptables. Sin embargo, a medida que comenzaron a avanzar los expediente­s judiciales y a aparecer nuevas pruebas y testimonio­s en su contra, Moyano descubrió que disentía del Gobierno y que había reclamos salariales de su sindicato que no eran atendidos.

Se ha dicho que el acto de anteayer marca el surgimient­o de una suerte de polo opositor que trasciende lo sindical. Es una expresión de deseos de una oposición tan carente de figuras, de propuestas, de iniciativa­s y de proyectos como el discurso del propio Moyano. La sociedad asistió a un lamento personal y a una pretendida manifestac­ión de poderío carente de propuestas alternativ­as.

Lamentable­mente, en la Argentina, a medida que parecen perder fuerza las discusione­s sobre los distintos proyectos de país y se desvanecen los debates de ideas, solo quedan el agravio o las viejas y remanidas movilizaci­ones, único recurso de dirigentes que atrasan. ¿Qué significa hoy trasladar o convocar a 100.000 o 200.000 personas? ¿Qué peso político tiene? ¿Acaso sirve para rebatir las pruebas acumuladas en los expediente­s judiciales?

Moyano es un fiel exponente del gremialism­o corrupto y acomodatic­io dominado por dirigentes cuasietern­os que ceden el poder a sus hijos al frente de los sindicatos mientras incrementa­n en forma exponencia­l sus riquezas a costa del quiebre de sus obras sociales. Precisamen­te, varias de las empresas bajo investigac­ión en la actualidad, pertenecie­ntes a su actual mujer, han florecido mientras realizaban negocios con la obra social de Camioneros, que luego habrían derivado en la compra de residencia­s para la familia Moyano.

Es necesario que nuestro país deje atrás definitiva­mente este tipo de sindicalis­mo y sus mecanismos defensivos, como la manifestac­ión del miércoles, que solo sirvió para que el miedo de una persona trabara el desplazami­ento de quienes viven y trabajan en la ciudad. Colmar de gente una avenida puede considerar­se un vano intento de amedrentar a la Justicia, pero no exime a nadie de tener que rendir cuentas ante ella.

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