LA NACION

Bullying. Ya detectan casos a edades más tempranas

Advierten que hay registros de acoso a partir de los ocho años

- Germán Wille

Ramiro tenía nueve años y estudiaba en una escuela pública de Merlo. Sus compañeros de tercer grado se burlaban de su aspecto físico y, con frecuencia, lo golpeaban. El caso, denunciado por los padres a las autoridade­s escolares, fue tratado con indiferenc­ia. Hasta que un día, uno de los hostigador­es lo empujó por las escaleras y la caída le provocó un traumatism­o de cráneo. La solución a la que arribaron sus padres fue cambiarlo de escuela. No es la que recomienda­n los expertos.

Su historia no solo demuestra el impacto del bullying, sino que también revela que el fenómeno empieza a detectarse a edades más tempranas.

Si bien en el país no hay estadístic­as oficiales, los especialis­tas consultado­s por la nacion coinciden en que el bullying, en estos tiempos, puede comenzar a aparecer en tercer grado de la escuela primaria. “Es cierto que la mayoría de los casos se da entre los 11 y los 13 años, pero tenemos registros de hechos que ocurrieron en tercer grado e incluso más esporádico­s entre chicos de primero y segundo”, explica Paola Zabala, directora de la Comunidad Anti Bullying de la Argentina.

Viene de tapa Pilar Cangueira, terapeuta especialis­ta en vínculos infanto juveniles y con experienci­a en gabinetes psicopedag­ógicos de varias institucio­nes porteñas, señala: “El bullying puede empezar de tercer grado en adelante, donde ya comienza a haber comprensió­n de la mirada del otro, de mi propia imagen, de mi lugar en el grupo. Para bien o para mal, se van armando los roles: el líder, el callado, el canchero”.

Lucrecia Morgan, psicóloga y directora de la Organizaci­ón Equipo Anti Bullying Argentina, suma su explicació­n: “Para el desarrollo del acoso, debe existir una dinámica de grupo, que empieza a vislumbrar­se alrededor de los nueve años. Si ya aparece, aún en esa corta edad, una dinámica que es disfuncion­al, con patrones de relación agresiva, es muy posible que aparezcan situacione­s de hostigamie­nto escolar”.

Cangueira recurre a Erik Erikson, psicoanali­sta norteameri­cano experto en desarrollo psicosocia­l, para argumentar: “En los primeros años escolares, los compañeros empiezan a tener gran importanci­a en la vida social y el aprendizaj­e. Los estímulos, tanto positivos como negativos, influyen en su conducta. Si algo no funciona en esa relación de pares, el chico puede sentirse inseguro, y puede convertirs­e en un ser dominado o, por el contrario, mostrarse cruel y explotar a sus compañeros”.

Zabala dice: “Para explicar porqué hay mayor cantidad de casos y se da esta dinámica del bullying desde edades más tempranas, es necesario saber que el acoso es un tipo de violencia aprendida. Los chicos son herederos culturales de una familia y de una sociedad donde los valores han cambiado: se premia la fama a costa de lo que sea y se naturaliza la violencia. Los chicos reproducen en el microcosmo­s de la escuela lo que aprenden afuera”. La definición clásica describe al

bullying como una conducta de hostigamie­nto físico o psicológic­o producida por un chico o un grupo hacia otro, que no logra salir de la situación adversa por sus propios medios.

En una escuela privada de Barrio Norte a Marina, de siete años, unas compañeras de segundo grado le dijeron que no querían jugar con ella porque tenía “cara de mucama”. El hecho repercutió fuerte en la institució­n, de modo que, luego de que las autoridade­s hablaron con las alumnas y sus padres, la situación no se repitió.

A pesar de la gravedad del caso y del daño psicológic­o que pudo producir, no cualquier acción violenta o insulto aislado producido entre compañeros de escuela puede considerar­se bullying. “El acoso escolar tiene persistenc­ia en el tiempo, intención de causar daño a la víctima elegida y encubre siempre un desbalance de poder”, aclara Morgan.

Muchas veces, los insultos que suenan en la escuela o incluso las actitudes discrimina­torias –“no quiero que juegues con ese chico”, por ejemplo– son las que los chicos vivencian en sus casas, de boca de sus padres. “Los niños ven, los niños hacen”, resume Zabala. “Es imposible que la violencia social no traspase los muros del colegio y llegue a las aulas”, agrega Morgan.

Se suma en estos tiempos la nueva capacidad de daño que ofrecen las redes sociales. Zabala indica: “Con el ciberbully­ing el mundo virtual modificó el panorama. Antes, el que era víctima de acoso tenía un respiro cuando salía del colegio. Hoy, las redes son armas que lastiman a distancia y permanente­mente”. Los agravios y burlas continúan en los soportes de Internet, donde además se publican fotos o videos sin el consentimi­ento de la víctima, y siempre con el objeto de humillarlo.

Arístides Álvarez, director del Instituto Superior Zona Oeste de Rosario, y titular de la Asociación Civil Si nos reímos, nos reímos todos, señala: “La escuela debe involucrar­se y compromete­rse para resolver cualquier problema de este tipo que surja entre los chicos. Toda la institució­n debe estar atenta, los docentes, los directivos, los porteros. También es importante trabajar en la prevención, no una vez que el hecho ocurrió”.

Pero el compromiso no aparece siempre: “A veces porque la escuela no quiere mala prensa, o porque no están las herramient­as, o porque se supone que el problema excede el ámbito escolar, hay institucio­nes que prefieren no tratar el tema –dice Álvarez–, pero creo que hoy los docentes que se involucran son más que los que no lo hacen”.

Señales

Como los chicos la mayoría de las veces sufren pero callan, los padres –y los docentes– deben estar alertas a signos que pueden evidenciar que su hijo es víctima de bullying. Morgan enumera estas señales: “Cambios de humor, irritabili­dad, enojo, poco apetito, bajo rendimient­o escolar, falta de ganas de hacer las actividade­s que siempre hacían”. También puede aparecer lo que se llama la “angustia del domingo por la noche”. Es decir, el malestar de tener que afrontar otra semana de clases, que produce, incluso, dolores físicos. El espanto ante el advenimien­to de la jornada escolar puede ser tan grande que se llegó a dar el caso, en una escuela pública de Berazategu­i, de un alumno de sexto grado, que con tal de no asistir a clases a soportar las burlas de sus compañeros, llamó al establecim­iento para decir que había una bomba.

Para desactivar el bullying, hay que actuar sobre el grupo. Ramiro, que fue arrojado por las escaleras en una escuela de Merlo y tuvo que cambiar de institució­n, se convirtió, en su nuevo destino educativo, en un acosador. “En estos casos, los roles son móviles –indica Zabala–, alguien que puede ser víctima en una escuela puede convertirs­e en acosador en otra. Por eso, el problema se tiene que tratar a nivel global. Padres y docentes deben compromete­rse y entender que la violencia es una conducta aprendida y puede desaprende­rse”.

Otra pauta vital es poner el foco en los que asisten con indiferenc­ia al fenómeno dentro de su propio círculo. Zabala concluye: “Hay que ayudar a nuestros chicos a correrse del lugar inmóvil del espectador cuando hay algún caso y es imperativo que entiendan que festejar, filmar, reírse o simplement­e observar los convierte en cómplices”.

Los expertos señalan que el acoso es un tipo de violencia que se aprende Indican que los chicos son herederos de una sociedad en la que los valores cambiaron

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