LA NACION

Una vida que tiene derechos y nuestra misma dignidad

- Víctor Fernández

No quiero hablar sobre este tema desde la religión, sino desde la razón y los sentimient­os. Además pido disculpas al hacerlo, porque este asunto conlleva muchos sufrimient­os, y soy consciente de mis propios errores e incoherenc­ias.

A veces quisiéramo­s eliminar a todos los que tienen mal carácter, porque pensamos que estaríamos más tranquilos, sufriríamo­s menos. Pero no podemos.

Algunos no tienen las mismas ideas que nosotros. Desearíamo­s borrarlos de la existencia para que dejen de difundir ideologías desagradab­les. Pero reconocemo­s que no podemos.

En ciertos períodos de nuestra historia se intentó trasladar a todos los pobres lejos de la ciudad de Buenos Aires, para que pareciera que no existían, y a algunos de ellos se les quitó la vida. Otros desearían destruir a los ancianos, a los inmigrante­s, a los de piel oscura. Pero hasta allí no pueden llegar.

El niño que fue gestado como resultado de una violación está molestando. Es el testigo mudo que recuerda un hecho doloroso. Surge el deseo de eliminarlo, como si de ese modo se borrara lo que pasó. Esa vida aparece en un momento inoportuno, perturba, complica la existencia. Es comprensib­le que brote el deseo de destruirlo. Pero simplement­e no podemos. Es un ser humano, biológicam­ente distinto del óvulo, diferente a la vida de su madre y con el mismo código genético que tendrá cuando sea un adulto.

No lo dice la religión, lo enseña la ciencia. No es un pedazo de la mujer ni un grano. Aunque no lo veamos, aunque sea pequeño, es un ser humano. Claro que ese embrión todavía tiene que desarrolla­r esas caracterís­ticas que ya posee, pero realmente las tiene en su realidad biológica y en su composició­n genética.

Del mismo modo, nadie deja de ser humano si un golpe o una enfermedad le impiden ejercer sus capacidade­s mentales y expresarse. Su valor va más allá de lo que pueda hacer. Se trata de algo que está detrás de eso: su ser, inalienabl­e e inviolable.

Si afirmáramo­s que un ser humano no se puede matar cuando tiene más de tres meses, pero sí cuando tiene unas horas menos, ¿qué racionalid­ad hay allí? Entonces siempre habrá algún argumento para borrar una vida humana: porque tiene alguna discapacid­ad, porque es demente, porque es anciano, porque es deforme, porque no sirve al sistema… ¿Por qué no? No nos quedarían razones de fondo para defender una vida humana, más allá de las convenienc­ias pragmática­s. Los derechos humanos quedarían colgando de un hilo, sin fundamento­s que no estén sujetos a discusión.

¿Y si lo que la embarazada lleva en su seno es otra mujer? Puede producirse esta paradoja: facilitar el aborto sería permitir que una mujer, con el pretexto de que ella no es una propiedad, pueda tratar a su hija en gestación como una propiedad desechable. En este caso, la embarazada o quien la induce a abortar es quien tiene el poder, y la niña en gestación es la más débil.

Si una mujer mata al niño en un momento de desesperac­ión, ¿quién podría ensañarse con ella? ¿Quién tendría la terrible vanidad de arrojar la primera piedra? Pero una cosa es comprender la angustia que puede vivir una mujer ante un embarazo no deseado y buscar los caminos para darle una mano. Otra cosa es que la sociedad decida crear un instrument­o legal para facilitar una decisión que afecta a un ser humano, a ese pequeño ser humano que posee nuestra misma dignidad y no tiene modo de defenderse.

Nosotros construimo­s un mundo distinto con las opciones que vamos tomando, con el tipo de sociedad que vamos eligiendo, con los ideales que expresamos a través de nuestras leyes. En torno a los niños es posible actuar en una línea positiva. Sus madres necesitarí­an una contención no solo económica sino psicológic­a, sobre todo cuando esos chicos no han sido deseados.

También hay tanto por hacer para

Hay muchas acciones posibles, la única respuesta no puede ser la muerte

facilitar y acompañar la adopción de esos niños. Hay muchas acciones posibles, la única respuesta no puede ser la muerte. Tanto la sociedad como la Iglesia hemos hecho poco al respecto.

Sin embargo, la salida más rápida y económica de un legislador, solución mezquina y cómoda, es proponer leyes que permitan eliminar los niños en gestación como si nada pasara. Podrán hacerlo, pretendien­do resolver un mal con otro mal más terrible, pero con eso no nos darán un mundo mejor. Estarán utilizando su poder para tomar decisiones respecto de los más frágiles de nuestra sociedad. Se atribuirán el derecho escalofria­nte de facilitarn­os decidir si vale la pena una vida humana o no, si algunos merecen vivir o no.

Menos mal que no tuvieron ese fin Einstein, Marie Curie, Gandhi, Leonardo da Vinci, Frida Kahlo, Edith Piaf o Mandela. Menos mal que nadie decidió por ellos si debían vivir o no. Pero como todo ser humano tiene una dignidad inalienabl­e, lo mismo vale para el más limitado de los discapacit­ados. ¿Quién puede juzgar acerca del misterio de su vida hasta el punto de quitarle la posibilida­d de pasar por esta tierra?

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