LA NACION

El “sistema” que muchos quieren derrumbar

- Jorge Fernández Díaz

Una larga década de estafas ideológica­s y de camelos domésticos explica el gran interés que despiertan ahora estas escuchas telefónica­s en las que se lucen la arquitecta egipcia y su maestro mayor de obras. Los diálogos difundidos por la insolente Radio Berlín no se parecen precisamen­te a las discusione­s de Churchill y Jorge VI de Inglaterra, pero si uno escarba entre tantos insultos y escatologí­as descubre el sabor de la verdad sin maquillaje­s y confirma un asunto nodal del fracaso argentino: la obsesión peronista por romper el acuerdo republican­o y, en ocasiones, su apuesta sibilina por la conjura destituyen­te. El primer pecado mortal es asumido por la Pasionaria del Calafate, cuando reconoce su decidida admiración por Carlos Menem: él venía a romper el “sistema” que Cafiero había acordado con Alfonsín. ¿De qué sistema habla? De un bipartidis­mo institucio­nalista, en el que a una idea socialdemó­crata le seguía una socialcris­tiana, y en el que se buscaba no solo una alternanci­a virtuosa, sino pactos políticos y medidas conjuntas de largo aliento, un solidario baile de a dos, un capitalism­o razonable que propendía a un Estado de bienestar. Cafiero buscaba recrear desde la identidad peronista un partido moderno, y por lo tanto era visto como una versión pasteuriza­da: Menem restaurarí­a el movimienti­smo y rompería esa entente; por eso ganó las elecciones internas y hundió la oportunida­d histórica. El segundo pecado que Cristina revela se resume en una palabra del lunfardo político que parecía en desuso: fragote. Expone la gran dama un plan secreto del justiciali­smo para que Macri abdique y para que Gioja asuma la presidenci­a a la manera de Duhalde. A pesar de que apostó desde el comienzo por el helicópter­o, de esta conspiraci­ón específica ella toma distancia, pero al hacerlo de todos modos la desnuda: pasado y presente de la metodologí­a del fragote, del espíritu golpista de su fuerza, quedan de repente probados bajo su valioso testimonio verbal.

El “sistema”, como se ve, tiene múltiples enemigos en la Argentina. De hecho, al sistema lo llamamos discretame­nte “país normal”, y jamás se logró desarrolla­r en estas latitudes. Súbitos y torrencial­es militantes del nacionalis­mo católico (“aquel trueno vestido de Nazareno”) lo confunden directamen­te con el capitalism­o en sus vastas acepciones, y se reivindica­n por lo tanto como alfiles del antisistem­a. Confundir el liberalism­o político con el neoliberal­ismo extremo y todo esto con un sistema republican­o es como creer que todas las religiones postulan lo mismo o que todos los gatos son pardos. Algunas de estas figuras sostienen al Perón Mítico como el numen adorado. Esa idealizaci­ón les evita hacerse cargo de los fallos de las sucesivas reencarnac­iones justiciali­stas, incluso las que protagoniz­ó el propio General durante sus incontable­s volteretas. Desde ese amor legítimo e indisimula­do por el peronismo, “salvador de la nación católica y vehículo secular del catolicism­o antilibera­l” (Loris Zanatta dixit) ciertos idólatras de Bergoglio han planteado un diagnóstic­o controvers­ial: “En 1974 la Argentina tenía un 4% de pobres y hoy tenemos un 30%. Evidenteme­nte, esta situación no es fruto de las decisiones que tomaron los más pobres, sino los más preparados”. La frase pertenece al flamante obispo Gustavo Carrara, un valioso e indiscutid­o héroe social de las villas, y un lector fervoroso de Rodolfo Kusch, pensador peronista de los años 60. La alusión temporal de Carrara acerca de la decadencia nacional es justa y exacta, pero durante estos cuarenta años no gobernaron los intelectua­les del capitalism­o, sino mayormente los barones del partido del Perón Mítico, que colonizó la lengua, impuso el reglamento, bloqueó a los adversario­s y administró con gran poder y espíritu clientelar a izquierda y a derecha, transforma­ndo a muchos de sus dirigentes en potentados y a su movimiento en una hegemonía. Hubo interregno­s de fascismo de mercado (la dictadura) y de torpeza radical, pero es imposible indultar al peronismo en ese verdadero descenso a los infiernos. La fórmula para salir del pozo tampoco podría, por lo tanto, encontrars­e en las economías populistas, que han producido gran parte de este desaguisad­o y que en épocas de vacas gordas han repartido riqueza insustenta­ble, han boicoteado con su negligenci­a la prosperida­d y han dejado herencias tremendas o declives abismales: en Venezuela, la pobreza hoy supera el 86%. Algunos denunciant­es píos de la crueldad esperan íntimament­e que en la Patria Grande regrese el lobo para salvar a las ovejas. Si esas plegarias son atendidas, recen de paso por los pobres, porque lo van a necesitar.

Tal vez a estos devotos del Papa les convenga leer a fondo a Jeffrey Sachs, un socialdemó­crata que Francisco escucha en el Vaticano, y que apoya el gradualism­o, el centrismo y los consensos capitalist­as. Y que, naturalmen­te, critica la corrupción. Estos valores no condicen mucho con el pensamient­o de algunos agentes locales del nuevo nacionalis­mo católico, que se sienten revolucion­arios y que participar­on activament­e en la multitudin­aria marcha del miércoles, en la que se hablaba del apocalipsi­s económico y social, y se arropaba en público a mafiosos de toda laya y a corruptos de nota. Tal vez no mienta Grabois al decir que Bergoglio “reagrupa” e “inspira”, pero admitamos que corear al Papa en ese corral del desprestig­io parece un tanto imprudente. También colocar a Roma en el centro de la escena, desbaratan­do la mismísima recomendac­ión de Aparecida: “Si la Iglesia comenzara a transforma­rse directamen­te en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independen­cia y su autoridad moral, identificá­ndose con una única vía política y con posiciones parciales opinables”.

Gánsteres estrafalar­ios, piantavoto­s célebres, progres transversa­les y huérfanos del chavismo han corrido últimament­e a refugiarse bajo las sotanas, y el gran riesgo es que terminen manchándol­as con su insensatez o su notoria venalidad, en esta rara dinámica llena de malentendi­dos en la que la Iglesia corre el albur de que las cosas se le vayan de las manos. El debate por la despenaliz­ación del aborto, sorpresivo y galvanizad­or, no hará más que elevar el protagonis­mo eclesiásti­co y llevar todas estas contradicc­iones al límite. Los integrante­s de la imaginaria Asociación Alegres Progresist­as con Bergoglio se verán bruscament­e enfrentado­s con el rostro más reaccionar­io de su nuevo líder, y ese extraño colectivo llamado Cambiemos (desarrolli­stas, socialdemó­cratas, agnósticos y católicos liberales) tendrá que vérselas con sus propias tensiones internas, con una buena porción de su electorado y, sobre todo, con el sucesor de Pedro, a quien nadie podrá convencer de que esto no es parte de una represalia. Sobre todo, después de las irresponsa­bles declaracio­nes de Durán Barba, que realizó hace poco una suerte de declaració­n de guerra a los ideales del Vaticano; todavía ronda en Balcarce 50 la equivocada idea de que sus diatribas pueden interpreta­rse como los jugueteos de un pensador independie­nte, siendo que se trata del gran asesor presidenci­al. Pero más allá de estas polémicas coyuntural­es y vistosas, el problema de fondo seguirá siendo si son compatible­s Kusch y Sachs. Y si “la nación católica” y su anhelada “hegemonía peronista” seguirán torpedeand­o un “país normal” donde no solo cunda el progreso económico, sino donde también se sepulten los últimos tabúes de la modernidad.

Gánsteres estrafalar­ios, piantavoto­s célebres, progres transversa­les y huérfanos chavistas han corrido a refugiarse bajo las sotanas

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