LA NACION

Flores Porteñas, la panadería más antigua de la ciudad

Por el local de Once, que se inauguró en 1885, pasaron de Perón a Cortázar; aún mantiene los vitrales y el mobiliario originales

- Pablo Mascareño

Acodado en el mostrador de la panadería Flores Porteñas, Julio Cortázar bosquejó algunas de las líneas del cuento “La escuela de noche”. El autor de Rayuela era un habitué del lugar en la década del 30, cuando era estudiante. Él fue uno de los personajes notables que pasaron por aquí, la panadería más antigua de la ciudad.

Dos datos asombran: el local, ubicado en el barrio de Once, se inauguró en 1885, y la propietari­a del inmueble era Josefina Sarmiento, hermana del expresiden­te y educador argentino.

“Al local se acercan personas de más de 80 o 90 años que nos cuentan, con lágrimas en los ojos, que cuando eran chicos venían con sus padres”, dice Leonardo Messina, quien desde hace 15 años es el propietari­o de este lugar. “Tenemos clientes que se toman el subte especialme­nte para venir a comprar las medialunas acá. Llegan desde Caballito, Flores y algunos hasta del Gran Buenos Aires”, confiesa. Esas delicias, junto con las ensaimadas y las sfogliatel­las son las grandes estrellas de la panadería. Eso sin mencionar el lemon pie de receta exclusiva.

Aquí todo se cocina en el horno de ladrillos de antaño. “No tenemos horno rotativo. Con eso te cocina cualquiera. Aunque casi siempre sale de esas máquinas un pan gomoso y crudo”, desafía Messina.

Y cuenta que su vocación era la panadería, pero su padre le enseñó también el oficio de maestro pastelero. Se le nota el amor con el que habla de su local y de los productos que elabora. Una pasión que heredó de sus padres italianos, que siempre se dedicaron al rubro. Aún hoy su madre, a los 83 años, es una buena anfitriona de las vecinas. Atiende la caja y conversa todo lo que puede. Será por eso que huyó de Nueva York, donde la familia se asentó durante dos años, porque extrañaba ese contacto con el público.

Messina se despierta poco después de las cuatro para empezar con su trabajo. “Es sacrificad­a esta vida. No es para cualquiera. A las cinco y cuarto ya estoy acá para ponerme a armar el negocio. La mercadería tiene que estar muy bien exhibida y con prolijidad. A las seis, cuando se abre, llueva o truene, todos los días del año, ya hay gente esperando en la puerta”, relata.

En 1885, cuando abrió la panadería, los carruajes paraban sobre una Plaza Miserere que no era más que un potrero. Una línea ferroviari­a que salía de la Estación Parque, donde hoy se ubica la Plaza Lavalle, pasaba por Once y seguía su rumbo hasta una zona algo lejana: Flores. Con los años, Once se convirtió en cabecera, impulsando el crecimient­o de la zona en paralelo con el asentamien­to de varias corrientes inmigrator­ias.

En el local de Rivadavia 3129 todavía se puede respirar un poco de todo aquello, de esa atmósfera pueblerina que tenía ese Buenos Aires. El negocio conserva mucho del mobiliario y la decoración de 1885. Además de las

delicatess­en, los vitrales, la boiserie, un reloj de madera y la vieja foto de tres bellas damas, las flores porteñas, le dan al espacio un aire nostálgico. “Cuando llegué, hace 15 años, puse en valor la cuadra y el negocio. Saqué el techo que se le había anexado y me encontré con los vitrales originales, que estaban escondidos”.

Así como Cortázar y Juan Domingo Perón, Leopoldo Marechal y Raúl González Tuñón hicieron honor a las recetas de Flores Porteñas, la panadería que desde 1885 seduce el paladar de los porteños.

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Diego Spivacow Leonardo Messina, el dueño del comercio

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