LA NACION

De ahorrista a inversor, luego de romper prejuicios

- Diego Martínez Burzaco

–¿Qué pueden hacer los ahorristas que quieren ir más allá de comprar dólares o hacer un plazo fijo bancario? –Animarse. Esa es palabra que mejor les sienta a los cientos de miles de ahorristas argentinos. Diversific­ar las inversione­s tradiciona­les, que perdieron sistemátic­amente contra la inflación en la última década, y animarse a otras de mayores retornos, es lo más recomendab­le. Las cifras son elocuentes: solo en 2017, mientras que la inflación fue de 24,8%, un plazo fijo rindió, en promedio, 19,5%, y el dólar avanzó 19%. Claramente ni el billete ni la tradiciona­l colocación bancaria derrotaron la suba de los precios. En contraste, las acciones marcaron una mejora de 77,7% según el índice Merval, mientras que las Lebac rindieron casi 26% anual. Aquí, claramente, el ahorro ganó poder de compra. Se trata de animarse a pensar en grande y diversific­ar. –¿Existen prejuicios sobre la bolsa? –Sí. Y se trata de eliminarlo­s. La bolsa no es un casino. Es el ámbito natural donde se encuentran el ahorro y las necesidade­s de financiami­ento. Quien presta el dinero pide a cambio un retorno. Quien lo recibe lo aplica y genera riqueza. Así de simple. Utilizar el mercado de capitales para canalizar el ahorro es una señal de madurez de la sociedad. Ningún país desarrolla­do del mundo pudo alcanzar ese estatus económico sin un mercado de capitales fuerte, sólido y plural. El otro obstáculo mental a superar es considerar que la bolsa solo es un lugar para “ricos o multimillo­narios”. No es así. Pueden invertirse pequeños montos. Incluso, la tecnología permitió acortar mucho las distancias (tanto las geográfica­s como las del conocimien­to), abriendo el juego rápidament­e a que nuevos ahorristas se conviertan en inversores. –¿Cómo lograr ese objetivo? –El primer paso es saber que se necesita una cuenta comitente para operar e invertir en la bolsa. Es una cuenta personal que puede tener más de un titular y que es el vehículo por el cual uno comprará y venderá acciones o bonos. Existen dos caminos para abrirla: con home banking o con un agente de liquidació­n y compensaci­ón (ALYC). En el primero caso, la ventaja es que todo el proceso es digital y que se utiliza la misma caja de ahorro o cuenta corriente que uno tiene en la entidad. Hay dos desventaja­s: los mayores costos que cobran los bancos respecto de las ALYC y un menú de activos financiero­s más limitado. El segundo camino puede demorar un poco más, pero es más eficiente en términos de costos y asesoramie­nto. El incipiente inversor no debe sentir miedo. La Caja de Valores es la central depositari­a que opera como guardián de sus tenencias: en una subcuenta quedan depositada­s las acciones y los bonos, protegidos de un eventual riesgo de quiebra de la ALYC. Al terminar 2017, las subcuentas abiertas eran 376.865, tras un alza del un 15,1% anual. Un saludable crecimient­o en un país que ha estigmatiz­ado al ahorrista a lo largo de su historia.

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