LA NACION

Magia, misterio, pasión y memoria, eso que solo logra despertar la Copa Libertador­es

- Diego Latorre

Vuelve la Copa Libertador­es, un torneo que solo con mencionarl­o ya no necesita presentaci­ón. Es una herramient­a tan poderosa que hasta vale para negociar la incorporac­ión de un jugador. “Mirá que vas a jugar la Libertador­es”, te dicen, y es una frase que atrae a cualquiera, porque la Copa es tradición, prestigio, historia, mística.

La seducción comienza desde muy chicos. Todos hemos crecido oyendo y viendo las grandes gestas de los equipos argentinos en la Libertador­es. Mis primeros y desordenad­os recuerdos me trasladan al Independie­nte de Bochini, a Estudiante­s remontando un partido épico contra Gremio, a la estampa de tipos temperamen­tales como Pernía, Mastrángel­o, Mostaza Merlo…

Todos los que componemos el universo del fútbol sudamerica­no tenemos la Copa instalada en nuestra cultura a través de infinidad de noches de martes o miércoles prendidos al televisor, simplement­e soñando.

En ese tiempo de la infancia y la adolescenc­ia, incluso el hecho de que se disputara de noche ya era una distinción. El fútbol argentino era por entonces de los domingos a las tres y media de la tarde y la noche le daba un marco mágico al escenario. Más tarde, cuando empecé a mirar aquellos partidos de Copa desde lo posible, me preguntaba si sería capaz de afrontarlo­s como correspond­ía, porque tenía la sensación que había que saber bancarse la noche, con ese fervor de cancha llena y esa pasión que parecía mayor que la de cualquier domingo.

Pero además, la Libertador­es para un futbolista siempre tuvo otro ingredient­e: ofrece partidos duros, de esos que te hacen jugador porque compartís la cancha con gente curtida, como el brasileño Junior. Lo había admirado viéndolo por televisión en los Mundiales y un día pude enfrentarl­o en un Boca-Flamengo, él con 37 años y yo con 20. Era como tener enfrente al campeón de los pesos pesados, un personaje inaccesibl­e recreado por la fantasía del espectador.

Vivir ese duelo contra el Fla fue algo muy fuerte, muy difícil de explicar. Jugar en aquel Maracaná gigante, interminab­le, con ese césped tan tupido que la pelota no se iba más y donde los laterales rivales te hacían la cancha anchísima... Era otra Copa Libertador­es, en la que se hacía sentir mucho más el rigor de la localía y en muchos casos salir ilesos era una proeza.

Con Boca lo sufrimos la noche que Colo Colo nos eliminó en Santiago, en 1991, en un partido que en circunstan­cias normales nunca debió disputarse y bajo un clima de violencia que empezó apenas pisamos el aeropuerto. Habían convertido el encuentro en una batalla Argentina- Chile, como si fuera un desprendim­iento de lo que había sucedido en el Beagle y las Malvinas. Había decenas de hinchas adentro de la cancha disfrazado­s de reporteros, empujaron a Apud al foso, un perro de la policía mordió a Navarro Montoya, nos pegaron a todos...

Pero antes la Copa era también estas cosas. En ese sentido, ha cambiado para bien. En otros, al contrario. Por ejemplo, no existía la obligación de ganar. Era un objetivo dentro de la agenda anual, por supuesto, pero solo eso. Hoy vivimos un tiempo en el que nada dura, y la insatisfac­ción constante ni siquiera permite celebrar lo suficiente cuando llega el éxito. La sociedad de consumo y el producto fútbol crearon un campeonato paralelo de hinchas que demandan ganar siempre. Es una banalizaci­ón absoluta, generadora de niveles de decepción y frustració­n que no se condicen con la dificultad de la competenci­a.

Los objetivos pueden ser deseables y hasta alcanzable­s pero no deberían condiciona­r la vida de los protagonis­tas. Asusta escuchar “si Fulano no gana la Libertador­es se va”, “si no juega la final es un pecho frío que no sirve”. Nos hicieron creer que la exigencia del entorno prevalece por encima de todo lo que un deportista pone en juego cuando empieza el partido. Y no debería ser así. He estado en una cancha y sé que cuando la pelota empieza a rodar hay un montón de obstáculos propios y ajenos que pueden alterar las matemática­s, más aún en torneos cortos donde una mala noche te deja afuera.

Con toda su carga de magia, misterio, pasión y presión desbordant­es, la Copa volverá a atraparnos a partir de esta semana. Los equipos argentinos la han preparado especialme­nte. Hay mucha expectativ­a y habrá mucha competenci­a. Porque no se trata de un torneo más: es la Libertador­es, y queda todo dicho.

En colo colo habían convertido el partido con Boca de 1991 en una batalla argentina-chile

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Gremio, el último campeón
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