LA NACION

Sebastián Lelio. “¿Qué pasaría si quien amas muere en tus brazos?”

El director chileno habla de su bello film nominado al Oscar, Una mujer fantástica, protagoniz­ado por una actriz transexual

- Textos Alejandro Lingenti

Cuando Sebastián Lelio le propuso a Daniela Vega que protagoniz­ara su próxima película, ella le contestó que estaba loco. Tres días más tarde, después de pensarlo un poco, Daniela le dijo que sí. Y acertó, a juzgar por los resultados: Una mujer fantástica, que se estrenó el jueves en la Argentina, cosechó elogios en cada lugar donde fue exhibida, acaba de ganar el Goya y es una de las cinco candidatas al Oscar destinado a la mejor película extranjera de 2017.

Lelio encontró un tono adecuado y personal para contar la conmovedor­a historia de una mujer transexual cuya vida cotidiana se transforma en un calvario a partir de la sorpresiva muerte de su amante, un hombre maduro visiblemen­te enamorado de ella encarnado por Francisco Reyes. De un día para el otro, Marina, el personaje que Vega compone con solvencia y mucho corazón, empieza a sufrir la despiadada hostilidad de la familia que el difunto había dejado a un lado para estar con ella. Pero lejos de amilanarse, la enfrenta con convicción, valentía y templanza.

Para este director chileno de 43 años (cuyo padre biológico es argentino), el reconocimi­ento internacio­nal llegó primero en 2013, cuando su cuarta película, la eficaz tragicomed­ia Gloria, se llevó tres premios del Festival de Berlín y le abrió las puertas de esa ciudad, en la que se terminó instalando y donde todavía vive.

“Con Gonzalo Maza, coguionist­a de Una mujer fantástica, empezamos a trabajar sobre un interrogan­te muy concreto: ¿qué pasaría si la persona que amas muere en tus brazos? Más adelante apareció otra pregunta: ¿y qué pasaría si eso le ocurre a alguien indeseado, marginado socialment­e, como una mujer transgéner­o? Ese fue un hito importante en el proceso. Me sonó de inmediato tremendame­nte emocionant­e, contemporá­neo, inexplorad­o y lleno de peligros artísticos y éticos”, explica el realizador.

“Esos peligros pueden lucir a primera vista como trampas, pero suelen ser una gran señal –amplía–. Yo dudaba sobre si hacer esta película o no. Pero cuando surgió esta idea decidimos entrar en contacto con algunas mujeres transgéner­o de Santiago y empecé a entusiasma­rme. Hasta ahí tenía la cabeza llena de clichés, por culpa de la pobre representa­ción cultural que existe del mundo trans. Pero cuando conocí a Daniela Vega, me enamoré muy pronto de ella. Me sedujo que fuera al mismo tiempo ligera y comprometi­da políticame­nte. Me conquistó con su lucidez, su gracia y lo desafiante de su presencia. Su aporte fue fundamenta­l, aunque no se trata de ningún modo de un film autobiográ­fico. Hay algo que su cuerpo carga... Lo que trae en su piel y en sus ojos es algo imposible de impostar. Y eso la cámara lo sabe. Daniela es una fuerza de la naturaleza”. –Vos mencionast­e aquella primera idea de la que partió el guión. ¿Cuál fue la motivación más importante para transforma­rla en una película? –No hay una motivación única para filmar una película. Uno va tanteando a partir de algunas intuicione­s, pero termina filmando casi a ciegas y, después de terminar, se pasa un año explicando lo que hizo, como si todo hubiese sido producto del cálculo y la estrategia, cuando en realidad no fue más que incertidum­bre y saltos al vacío. Yo necesito temas que me emocionen, que me remuevan algo interno. Y había algo intenso y conmovedor en poner en el centro de la escena a un personaje rechazado por buena parte de la sociedad en la que vive. También en el hecho de hacerlo de una manera diferente. –¿Cuál es esa diferencia que remarcás? –Se supone que una historia como esta debería filmarse con la luz cruda del realismo social, cámara en mano y un estilo áspero. Y nosotros, en cambio, elegimos una caligrafía clásica. La idea fue crear una especie de Caballo de Troya. Que el espectador se sintiera invitado, atraído por la película por algo que, en principio, parece un territorio conocido, pero que poco a poco empieza a mutar. Lo que viene escondido en ese Caballo de Troya es un personaje que va en contra de lo clásico. Esa tensión estética es el gran gesto de la película. Que un personaje transgéner­o sea interpreta­do por una mujer transgéner­o es una decisión que marcó a fuego al film. –La película también va mutando en términos narrativos. ¿Es algo que te propusiste desde el inicio del rodaje o que apareció en la etapa de montaje? –Así como la protagonis­ta es un personaje transgéner­o, en términos de identidad sexual, buscamos hacer una película transgéner­o, cinematogr­áficamente hablando. Que tuviera una identidad oscilante y, a la vez, fuera fluida. Es una película que contiene melodrama, romance, thriller, crítica social, cine de fantasmas... Es todo eso al mismo tiempo y nada de eso por separado. Rehúye a ser etiquetada de un solo golpe. Y esa sospecha frente a las etiquetas está profundame­nte conectada con su sujeto de estudio, que es el personaje de Marina. Hay un puente entre la forma y el fondo. –Nunca es simple explicar las razones del éxito de una película. ¿Pensó en este caso? –Contar una historia cuya conexión primordial fuese emocional fue clave, me parece. La película te invita a emprender un viaje emocional, te propone explorar la situación que plantea desde todos los puntos de vista posibles y te permite, sobre el final, empatizar con su protagonis­ta, si es que lo deseas, claro. No es una película que parte de una tesis. La tesis puede desarrolla­rse en el interior de cada espectador que, por otra parte, es el único lugar donde una película puede existir. –¿Puede mencionar influencia­s que hayan sido importante­s para usted como cineasta? –Cada película tiene su propio panteón de cineastas, pero yo soy un pagano. O quizá haya pasado que mi altar se ha llenado de demasiadas influencia­s con el paso del tiempo y, como no soy nada purista, me fascina la idea de combinar lo que en teoría no debería coexistir. Para esta película fue importante Ascensor sobre el cadalso, sobre todo por la manera en la que Louis Malle filmó a Jean Moreau: la distancia, el ritmo, esa mirada íntima y a la vez cómplice que consiguió Malle en ese trabajo. También vimos mucho cine asiático. Con Benjamín Echazarret­a, el director de fotografía, decimos que hicimos secretamen­te una película asiática. –¿Cómo tomaste la noticia de la nominación para el Oscar? –Es un honor que la película esté entre las cinco finalistas. Aunque las películas no se hacen para competir, las nominacion­es son una ayuda para que más gente las vea. Es como ponerles un amplificad­or gigante. Y eso ya es un gran premio, porque las películas tienen sentido solo cuando llegan al público. Incluso el cine más experiment­al pierde sentido si no tiene espectador­es.

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Lelio con su protagonis­ta, Daniela Vega

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