Un gran festival que se reinventa sin perder sus tradiciones
El evento que enorgullece a los chilenos desde hace casi 60 años costó 11 millones de dólares y presentó a figuras de la talla de Luis Fonsi, Jamiroquai y Carlos Vives
Con un costo total de 11 millones de dólares (700.000 destinados a Fonsi y su “Despacito”, el artista más caro de esta edición), gran parte de la inversión tiene un doble objetivo: traer a los nombres del momento y alimentar el hambre voraz del “monstruo”, como se conoce al implacable público del festival, capaz de abuchear al menos querido hasta hacerlo estallar en lágrimas o vitorear a sus favoritos para que se lleven los premios simbólicos, la Gaviota de Plata y la Gaviota de Oro. El monstruo mutó con los años, se hizo más inclusivo. “La constitución del público refleja el crecimiento sociocultural del país, la antigua rivalidad entre los países vecinos quedó en el pasado, por ejemplo”, dice Rafael Araneda, animador del espectáculo junto a Carolina de Moras. A pesar de continuar sentenciando de manera marcial, es verdad que el monstruo se muestra más abierto, sobre todo en lo que respecta a los humoristas, hasta hace no mucho tiempo exclusivamente chilenos. De Moras redobla, también refiriéndose a la competencia de talentos que se realiza entre número y número, donde se ven representados otros países de la región: “Es la principal fiesta de Latinoamérica, es única y por eso perdura: los artistas vienen a graduarse frente a un público que no es exclusivamente suyo”. De Sandro a Shakira, en sus seis décadas de existencia, una larga lista de cantantes y bandas buscó ese reconocimiento y logró catapultarse con éxito.
Más allá de la necesidad de mantener su reputación, el público tiene por lo menos una razón para ser exigente: asistir al Festival de Viña no es barato. A los costos de traslado se les suman los valores de las entradas: los palcos cuestan 225.000 chilenos (unos 7500 pesos argentinos), mientras que las plateas, de acuerdo con la ubicación, pueden salir entre 150.000 (5000 pesos) y 67.000 (poco más de 2000) por noche. Los valores se dimensionan cuando se los contrasta con este dato: el sueldo básico en Chile es de 280.000 pesos. Para la familia Lobo Sánchez, sin embargo, el desembolso no representó un esfuerzo: “Mis hijos son profesionales así que cada uno se hizo cargo de su entrada y yo pagué la mía y la de mi mujer”, cuenta el padre de Caterina (30, fonoaudióloga) y Esteban (29, ingeniero), que asistieron por primera vez al festival para ver a Jamiroquai y al humorista local Stefan Kramer. Durante el show, los cuatro miembros del clan –las mujeres con coronas de flores decorando sus cabelleras– tiran pasos al ritmo del funk británico e inmortalizan el momento con una selfie. Una postal que no parece estar alejada de lo que sucede en el resto de los festivales del mundo, donde el disfrute compartido (y viralizado) es parte fundamental de la experiencia. Aunque, sí, monstruo hay uno solo.