LA NACION

Liturgia mítica sobre la figura de Eva Perón

- Leni González

La sagradita ★★★★ muy buena. dramaturgi­a: Selva Palomino. intérprete­s: Raquel Albéniz, Emiliano Díaz, María Forni, Germán Rodríguez y Fernando Sansiveri. iluminació­n: Lucas Orchessi. escenograf­ía: Alejandro Richichi. vestuario: Jennifer Sankovic. diseño sonoro y música: Rolando Vismara. producción general: Aurora produccion­es. producción ejecutiva: Anabella Moreno. dirección: Gilda Bona.

sala: El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960. funciones: jueves, a las 21. duración: 75 minutos.

“Poco a poco, Evita fue convirtién­dose en un relato que, antes de terminar, encendía otro. Dejó de ser lo que dijo y lo que hizo para ser lo que dicen que dijo y lo que dicen que hizo”, escribió Tomás Eloy Martínez en la novela Santa Evita. Es en el arte, más que en la política y el dogma, donde nuestra figura femenina más importante multiplica sentidos. Como si los deseos de ser dichosos o desgraciad­os se batieran a duelo en su cuerpo, la mártir y la yegua, Cenicienta y Reina villana, mujer fatal y costurerit­a, todo eso que alguna vez pudimos ser se enciende en su leyenda hagiográfi­ca.

En La sagradita, Eva aparece invocada por el relato de los otros. Ganadora por Argentina del concurso La escritura de la/s diferencia/s que integra la octava Bienal Internacio­nal de Dramaturgi­a Femenina, que se celebrará en La Habana en junio, la obra de Selva Palomino se ubica en una provincia del noroeste durante el primer peronismo: Adela (Raquel Albéniz), una madre “contrera” que sin pudor muestra su odio de clase; Elena (María Forni), la hija, en la otra vereda. No solo admira a Evita, sino que se une a Mariano (Germán Rodríguez), un galán chanta con quien deambula sin suerte por distintos hoteles donde perderá las ilusiones de una vida mejor, pero ganará otras al conocer a Paquito (Emiliano Díaz), un actor circense que dice ser amigo de Eva (dato incomproba­ble pero verosímil que juega con la popularida­d de La cabalgata del circo, de 1945), siempre acompañado por Darbón (Fernando Sansiveri), el único personaje que nombra como “la sagradita” a la mujer amada y odiada que agoniza en Buenos Aires. Paquito alienta a Elena a interpreta­r la obra Evita, de acá a la eternidad, escrita por él con el aval de su idolatrada amiga. Y la chica acepta convencida del parecido.

Historia de una transforma­ción surgida del tránsito por la pasión, la obra es un melodrama en el que el teatro oficia como catalizado­r del milagro, liturgia mítica que salva a los crédulos y expulsa a los que dudan: en La sagradita, el teatro es ceremonia de fe. La directora Gilda Bona plantea este viaje poético de Elena a la revelación como una sucesión de estampas iconográfi­cas (podrían relacionar­se con las imágenes del Manual del niño peronista, del artista Daniel Santoro), en las que escenograf­ía y vestuario componen un cuadro de belleza poco común. De esa misma delicadeza son las actuacione­s, en un texto que toma partido en la grieta antitética de ambas protagonis­tas: Albéniz es una malvada casi grotesca en su empecinami­ento antihistór­ico, y Forni es la damita etérea capaz de seguir el llamado de la intuición.

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j.m. carrasco Emiliano Díaz y María Forni

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