El imperdonable señor Pérez
Un día un tal Pablo Pérez descubrió luego de un expeditivo test psicológico que ya no podría conducir su automóvil. Ni infracciones, ni pequeños o grandes incidentes anteriores en la calle le habían advertido sobre sus graves trastornos de ansiedad. Ahora era un tipo peligroso para la sociedad y la idea no le disgustaba del todo: en su existencia gris, sustentada sobre la base de un nombre más gris todavía, quizá este hecho aportara algo de color. Pero tampoco le cerraba del todo semejante diagnóstico. “Entonces ¿no puedo manejar más?”, preguntó tranquilo, un tanto perplejo, en el impecable mostrador de un CGP de la ciudad. “Señor Pérez, va a tener que someterse a un estudio neurológico en un hospital público y luego…”, empezaron a responderle cuando recordó lo que había sucedido apenas unos instantes antes.
Es que en el apuro de lo que consideró un trámite más o menos común de renovación del carnet pifió en las dimensiones de un dibujo que una psicóloga algo despeinada le había solicitado que copiara. Cometió el imperdonable error de pedir otra hoja para enmendar su escracho. Ahí notó una muy imperceptible incomodidad en los movimientos de la profesional, pero prefirió no darle importancia. ¿Cómo iba a saber el tal Pablo Pérez que esa demanda de prolijidad sería considerada una confirmación de que en realidad escondía a un psicópata obsesivo en su cuerpo?
“Señor Pérez, como le estaba diciendo, ahora usted tendría que sacar dentro de seis meses el registro de conducir desde cero si es que todavía quiere volver a manejar...” La voz del funcionario público resonaba como desde adentro de una caverna. Mientras tanto en el interior del “señor Pérez”, nacido en Barracas en una familia de clase media porteña y criado más por su abuela que por sus padres, en una felicidad bastante constante espoleada a veces por ligeros problemas de salud, alumno promedio de un colegio parroquial cerca de Plaza Colombia, pésimo jugador de fútbol y muy fanático de las manzanas asadas, una bestia de lava caliente empezó a crecer, a empujar para salir de sus entrañas. Y se contuvo.
¿Acaso el sistema le estaba revelando solidariamente a Pérez su zona oscura, esos vericuetos insanos de la personalidad y la conducta que hasta ahora nunca había descubierto? ¿Acaso ese departamento de renovación de licencias de la Ciudad en apariencia común y corriente era en verdad un organismo supraeficiente de una inteligencia superior que logra dilucidar y retirar rápidamente (en menos de 20 minutos) de las calles a los conductores asesinos, aunque no posean ni un mácula en sus fojas? Pérez no llegó a pensarlo de esta manera: pero ni la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de los Estados Unidos podría ser más eficiente. Identificar y aislar a los peligrosos siempre ha sido una obsesión estatal y de sus elementos de inteligencia criminal. Pero, vamos, seamos honestos... ¿el pobre Pablo Pérez? ¿Peligroso?
Un año antes del incidente psicológico y de conocer gracias al CGP su nueva identidad inquietante, a Pérez le habían cortado el gas de su edificio ubicado en Py Margall y avenida Regimiento de los Patricios . Supuestamente alguien, un transeúnte anónimo y bienintencionado, denunció una pérdida de gas y, como si el edificio se tratara de una bomba de tiempo a punto de estallar, la empresa de gas (Metrogas, supongamos) cortó el suministro. Claro, cuando el arquitecto imaginó hace 50 años el diseño del edificio, al parecer, se le olvidaron muchas exigencias de seguridad porque antes la gente era más inconsciente. Entre los
Ahora era un tipo peligroso para la sociedad y la idea no le disgustaba del todo
vecinos hay algunos que piensan en subterfugios un tanto morosos para conseguir la reconexión (hablan de juntar un “combustible espiritual” para estimular a los inspectores, una costumbre tan cara a nuestra idiosincrasia). Pero Pérez nunca quiso entrar en esa. Al contrario, pidió un presupuesto a un profesional y solicitó un crédito en el banco para acondicionar la ventilación de su departamento de dos ambientes que comparte con Suky y Lina, dos hermosas gatas. Los trabajos dentro del departamento demoraron meses y Pérez, Suky y Lina vivieron un poco trastocados. Sin embargo, el resto de los habitantes de la vivienda horizontal prefirió reemplazar sus electrodomésticos de gas por otros que se conectan al sistema eléctrico, lo cual ahora provoca cortes de luz. Hace un año Pérez no tiene gas. Ahora tampoco licencia de conducir. Y de vez en cuando se siente un poco loco. Como todos.