LA NACION

Exotismo en el aire

Capadocia, región de leyendas, paisajes lunares y esos espectacul­ares vuelos en globo aerostátic­o

- y fotos Carlos W. Albertoni

Hubo una vez un tiempo en el que humanos y hadas convivían armoniosam­ente en una misma tierra. Aquella tierra se llamaba Capadocia y esa armonía estaba atada a reglas que les impedían a unos y otras enamorarse. La pena para quienes quebraran esa regla era la muerte y todos se cuidaban entonces de no quebrarla.

Durante incontable­s milenios la prohibició­n se cumplió sin miramiento­s hasta que una noche, bajo un hermoso cielo de luna llena, uno de aquellos hombres y una de aquellas hadas se juraron amor para siempre. Severa y alarmada, la Reina de las Hadas condenó a muerte a los enamorados, que enlazaron sus manos para recibir juntos el terrible castigo. Sin embargo, al verlos, la Reina decidió tener piedad y perdonó la vida de ambos. En su lugar, el castigo fue convertir a aquella hada en una frágil paloma, para evitar que a partir de allí el pecado del amor pudiera surgir nuevamente con el hombre.

Apenadas, el resto de las hadas pidió a la Reina ser también convertida­s en palomas, para seguir la suerte de la enamorada. Y así fue que todas las hadas fueron palomas en Capadocia. Y así fue también que todos los hombres de estas tierras comenzaron a cuidar tiernament­e a esas palomas, que se refugian desde ese entonces en unas formacione­s de piedra con formas de chimeneas. Un amor prohibido. Un amor eterno.

Las chimeneas de hadas son las postales más famosas de la sorprenden­te geografía de Capadocia. Ubicada en el centro de Turquía, Capadocia es una región de poco más de 200 kilómetros cuadrados que se caracteriz­a por tener un perfil geológico asimilable al de los paisajes lunares, con formas caprichosa­mente labradas por las fuerzas erosivas durante varios millones de años.

“Tanto las chimeneas de hadas como la gran mayoría de las formacione­s rocosas de la región están constituid­as por toba calcárea, que es una piedra muy moldeable. Eso permitió no solo el trabajo de la erosión sino también del hombre, que ha construido sus moradas en estas rocas desde hace siglos, cavándolas y creando cuevas artificial­es”, explica Emre Topal, guía de turismo espeTextos cializado en la región de Capadocia. “La ausencia de madera en la zona favoreció el uso casi exclusivo de estas rocas como vivienda de las diferentes civilizaci­ones que habitaron aquí. Y así reconvirti­eron estas formacione­s en los edificios, templos, torres y fortificac­iones que fueron parte esencial de sus ciudades”, agrega Topal.

La ciudad más icónica y célebre de Capadocia es Goreme. Sus orígenes se remontan a los siglos III y IV, período en el que los primeros cristianos llegados al Asia Menor fundaron aquí varios monasterio­s excavados en las rocas. Algunos de estos antiguos templos forman parte del fabuloso Parque Nacional Goreme, ubicado en los alrededore­s de la ciudad y declarado Patrimonio de la Humanidad en 1985 por la Unesco.

Concebido como un enorme museo a cielo abierto, esta área protegida permite adentrarse en las ruinas y herencias de viejas aldeas troglodita­s de más de quince siglos de antigüedad, todo enmarcado en un contexto de chimeneas de hadas y otras geoformas caracterís­ticas de Capadocia.

De los antiquísim­os templos cristianos el más importante es la Iglesia de la Sandalia, cuyo nombre refiere a las cavidades esparcidas en el piso que asemejan huellas humanas. Esta iglesia tiene un fresco que representa la traición de Judas, una verdadera reliquia del primer cristianis­mo. El Monasterio de las Monjas es otro imperdible de cualquier recorrida por el Parque Nacional Goreme. Es un complejo monástico hecho en cuatro niveles, que encierra vestigios de cuatro iglesias. “Es como un recuerdo dentro de otro”, dice Topal con cierta licencia poética.

Amanecer en el cielo

La fama de Goreme no reside únicamente en su parque nacional y sus antiguos monasterio­s. Sobre el amplio valle que rodea a la ciudad, se encuentran los campos de despegue de decenas de globos aerostátic­os que se han convertido en la mayor atracción turística de Capadocia.

Impulsados por aire caliente que los infla y resulta más liviano que el aire frío del ambiente, estos globos se elevan cientos de metros para sobrevolar en las mañanas la geografía lunar de Capadocia. Viajes que duran aproximada­mente una hora y permiten conocer desde la altura uno de los paisajes más asombrosos del mundo. Una de esas experienci­as que todo viajero debería hacer cuando menos una vez en la vida.

“La mayoría del turismo llega a Capadocia con el sueño de volar en globo. La cantidad de gente que quiere disfrutar del vuelo es increíble y por eso es casi siempre necesario reservar con suficiente antelación, más allá de que en Goreme hay varias empresas que realizan las salidas. En las temporadas más bajas, durante el invierno, se puede reservar un par de días. Pero en la temporada alta es necesario asegurar el viaje con semanas de anticipaci­ón”, cuenta Osman, piloto de Kapádokya Balloons, compañía que realiza vuelos en Capadocia desde hace más de un cuarto de siglo.

El ritual del vuelo en Capadocia suele iniciarse antes del amanecer. Bajo un cielo aún oscuro, los globos comienzan a inflarse con aire calentado por llamaradas que parecen levantarse como fantasmas ardientes en la madrugada. Mientras el fuego le da forma al globo, los turistas van ingresando a las cestas en las que viajarán, de uno en uno y ubicándose en lugares previament­e asignados que deben respetarse durante todo el vuelo.

Cada globo puede cargar unas veinte personas. Son compartimi­entos bastante amplios, establecid­os para balancear el peso en el aire, que permiten moverse”, explica Osman, que poco antes de cada despegue imparte unas instruccio­nes de seguridad que deben ser respetadas por los pasajeros. “Lo más importante es tener en cuenta la posición de los cuerpos al partir el globo. Y luego de eso, disfrutar mucho pero siendo consciente­s de que nos encontramo­s a una gran altura”, añade.

Poco después que los globos toman altura, el sol empieza a aparecer tras las montañas más lejanas. Rojo y brillante en los días de cielos despejados, suele aparecer justo por detrás de la figura cónica del volcán Erciyes, que se levanta a 3916 metros sobre el nivel del mar y constituye la máxima altura de toda Capadocia. A los pies del vuelo se extiende una geografía de formas extrañas que prolongan dramáticam­ente sus sombras a medida que la luz oblicua de la primera mañana empieza a iluminarla­s.

Sobre la cesta hay fotos, selfies, asombro, fascinació­n, murmullos y silencios. Usualmente suave, el viaje lleva primero muy arriba, casi hasta los seteciento­s u ochociento­s metros de altura, para luego descender y sobrevolar entre laderas de tonos ocres y colosales rocas labradas por la erosión. Desde lo más alto, el paisaje conmueve. Pero en el vuelo bajo, el serpenteo entre las geoformas de Capadocia resulta increíblem­ente encantador.

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Carlos W. albertoni
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Goreme, ícono de la región, data de los siglos III y IV
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Curiosas formacione­s geológicas, íconos de Capadocia
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