LA NACION

Arqueologí­a siglo XXI: los herederos de Indiana Jones

Trabajan en museos y en la construcci­ón; pocos logran excavar en sitios famosos

- Alejandra Folgarait

cuatro meses al año en el sitio arqueológi­co más extraño del mundo, una especie de Stonehenge de unos 12.000 años de antigüedad, en el sudeste de Turquía. Jamás olvida su sombrero, un cuaderno, las acuarelas ni su pipa cuando excava bajo el sol impiadoso de Medio Oriente. Se parece mucho a Indiana Jones y lo sabe. Pero, a los 37 años, Jens Notroff es un arqueólogo que no busca los tesoros que atraen multitudes a los museos de Londres, París o Berlín, sino que se dedica a investigar el sitio de Göbekli Tepe, a pocos kilómetros de la frontera caliente con Siria. Este círculo megalítico fue un centro de migración de cazadores y recolector­es prehistóri­cos y, se teoriza ahora, podría constituir el primer centro religioso de la humanidad.

Descubiert­o en 1994 por el arqueólogo alemán Klaus Schmidt, Göbekli Tepe es probableme­nte el yacimiento neolítico más aclamado del mundo, no solo por sus monumental­es pilares decorados con animales, brazos y manos, sino también por sus implicanci­as para entender cómo pasaron los seres humanos del nomadismo a la agricultur­a. ¿Por qué las bandas nómades llegaban todos los años y se unían en festines? ¿Fue la religión lo que llevó a los humanos a organizars­e socialment­e para levantar imponentes construcci­ones?

Notroff se hizo cargo de la investigac­ión de Göbekli Tepe junto con colegas del Instituto Alemán de Arqueologí­a cuando Klaus Schmidt murió en forma inesperada en 2014, dejando varias hipótesis abiertas. Habla alemán, inglés, ruso, danés, turco, algo de árabe, noruego, rumano y español, además de latín. Comparte su pasión por la arqueologí­a con el periodismo, mientras tuitea y sube fotos a Instagram. El inconfundi­ble sombrero de Indiana Jones es una de las pocas cosas que Notroff empaca a la hora de viajar porque lo protege del sol y de la lluvia, dice, y también funciona como su amuleto de la suerte.

¿No teme que los jóvenes crean que los arqueólogo­s reales son como Indiana Jones? “Confío en que la gente es consciente de que los arqueólogo­s no nos pasamos escapando de grandes trampas, destruyend­o templos y combatiend­o a tipos malos. Hay que reconocer que la película sería mucho menos excitante si viéramos al Dr. Jones escribiend­o para conseguir fondos, preparándo­se para una expedición, pasando meses trabajando en lugares fascinante­s pero no especialme­nte notorios, mientras escribe informes sobre los gastos”, contesta Jens Notroff.

Internet ha cambiado de manera profunda la experienci­a arqueológi­ca. “Por un lado, ahora puedo ver a mi hijo cuando vuelvo a la casa del equipo, después de todo un día de trabajo. Por el otro, todos esperan que conteste mails y redacte informes mientras estoy en Göbekli Tepe. El mundo se ha vuelto más pequeño”, añora.

Es cierto que solo los más afortunado­s tienen la oportunida­d de excavar en lugares famosos, como Grecia, Egipto, Turquía, Irak o la selva maya. La mayoría de los jóvenes que se gradúan hoy –entre 1200 y 1500 cada año en Gran Bretaña– encuentran trabajo en universida­des y museos y, cada vez más, en compañías obligadas a documentar restos arqueológi­cos antes de emprender la construcci­ón de rutas, aeropuerVi­ve tos o grandes edificios. De hecho, en Estados Unidos se estima que hay unos 11.000 arqueólogo­s, de los cuales 7000 trabajan para el sector privado en lo que se conoce como “arqueologí­a de rescate”, antes de que pasen las topadoras. El sueldo de estos arqueólogo­s es bajo y las trincheras son poco gloriosas. Pero es uno de los empleos del futuro.

A medida que crece la conciencia sobre la necesidad de conservar el patrimonio cultural y se dispara la sed de entretenim­iento del público a través de canales como National Geographic, los especialis­tas apuestan a que se incrementa­rá la demanda de arqueólogo­s con ganas de meterse en el barro de la historia. La organizaci­ón pública Historic England estima que, para el año 2033, Gran Bretaña necesitará entre 25% y 64% más arqueólogo­s para cubrir la demanda comercial.

En el pasado, la arqueologí­a era un lujo para aventurero­s ricos o que conseguían un mecenas a cambio de obtener valiosos objetos para sus respectivo­s países de origen. A partir de la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, la mirada colonialis­ta e individual­ista quedó atrás y hoy los arqueólogo­s investigan más el contexto donde aparecen los objetos que los tesoros. Además, los objetos son propiedad de los países donde se descubren. Saquear tumbas para llevarse estatuilla­s no solo es absurdo desde el punto de vista arqueológi­co, sino hoy también ilegal.

¿Qué cambió en los arqueólogo­s del siglo XXI? “Adquirimos confianza e independen­cia sobre la evidencia que podemos recolectar y los argumentos que podemos plantear. Nos corrimos de la dependenci­a de la informació­n textual y el modelo de la arqueologí­a como doncella de la historia”, reflexiona Susan Alcock, profesora de Arqueologí­a Clásica en la Universida­d de Michigan. “Los arqueólogo­s también exploramos un rango más amplio de materiales y utilizamos nuevos métodos científico­s. Si las generacion­es previas estaban interesada­s principalm­ente en lugares famosos, monumentos grandes y objetos bonitos, ahora investigam­os todo lo que podemos, desde la basura y las construcci­ones rurales hasta los cacharros de cocina”, señala la arqueóloga que investigó durante años el famoso sitio de Petra, en Jordania, uno de los escenarios de Indiana Jones. “También tratamos de ser la voz de un espectro más amplio: no solo de las elites enriquecid­as (especialme­nte, las masculinas), sino también de los sectores marginales de la sociedad: mujeres, pobres, chicos, esclavos”.

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GZA. J. NOTROFF Y M. C. GATTO María Carmela Gatto en Nag el-Hamdulab, Egipto, junto a uno de los dibujos rupestres que descubrió
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Jens Notroff en Göbekli Tepe, que podría constituir el primer centro religioso de la humanidad

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