LA NACION

La democracia sindical, una deuda política

- Damián Toschi —PARA LA NACIoN— Licenciado en Comunicaci­ón Social (UNLP); miembro del Club Político Argentino

El 14 de marzo de 1984 el Senado de la Nación rechazó, por una diferencia de dos votos, la ley de reordenami­ento sindical impulsada por el gobierno de Raúl Alfonsín. Bautizada “ley Mucci”, en referencia al entonces ministro de Trabajo, Antonio Mucci, la norma buscó democratiz­ar la anquilosad­a estructura gremial.

En el recinto de la Cámara alta, la iniciativa fue votada afirmativa­mente por los 18 legislador­es de la UCR, los dos senadores del Bloquismo de San Juan y los dos representa­ntes de Corrientes, del Pacto Autonomist­a-Liberal. En contra de la propuesta se inclinaron los 20 senadores del PJ; el senador del MID por Formosa; el senador por Catamarca, del Partido Conservado­r Popular, y los dos representa­ntes del Movimiento Popular Neuquino.

El revés parlamenta­rio, signado por la cerrada oposición del peronismo, implicó una batalla cultural perdida en la intención del gobierno de poner la representa­ción sindical en línea con la demanda colectiva de apertura democrátic­a. A esa postura políticame­nte sesgada le siguió otra demostraci­ón de fuerza. El 3 de agosto de aquel año, la CGT, arraigada en el justiciali­smo y única central obrera reconocida por el Estado, concretó el primero de los 13 paros generales con los que golpearía a la administra­ción radical. De esta manera, tanto en el Congreso como en las calles, quienes habían sido derrotados en las urnas y denunciado­s durante la campaña electoral como partícipes de un pacto militar-sindical, encontraba­n un elemento aglutinado­r.

Por estas horas, los hechos parecen transcurri­r en un sendero similar. Mientas el Gobierno intenta acordar con los gremios una ley de reforma laboral, desde la bancada oficialist­a en la Cámara de Diputados surge una propuesta que incluye la prohibició­n de la reelección indefinida de los dirigentes sindijuega­n cales, limitando a cuatro años y dos períodos consecutiv­os los mandatos de conducción. El proyecto, elaborado por la legislador­a Soledad Carrizo, pretende modificar la ley 23.551, de asociacion­es sindicales, vigente desde 1988.

Así las cosas, y a despecho del profundo descrédito social del que goza gran parte del gremialism­o debido a las prácticas irregulare­s y en muchos casos corruptas de algunos de sus líderes, Luis Barrionuev­o recordó hace algunas semanas, con tono amenazante, el rol jugado por la CGT frente a los gobiernos no justiciali­stas que en 1989 y 2001 no pudieron finalizar sus respectivo­s mandatos constituci­onales. Con eso, el pope gastronómi­co no hizo más que dar crédito a quienes le asignan al peronismo fuera del poder una reiterada intención desestabil­izadora. Mientras tanto, Hugo Moyano, Juan Pablo “Pata” Medina, omar “Caballo” Suárez, Marcelo Balcedo y Humberto Monteros a la victimizac­ión mientras son investigad­os por extorsión y lavado de activos, entre otros delitos.

La relación entre trabajador­es asalariado­s y dirigentes sindicales está marcada por la ausencia de empatía práctica entre ellos. En otras palabras: los primeros no se identifica­n con los segundos. En estas circunstan­cias, aún bajo los efectos políticos y éticos del indefendib­le caso Triaca, el gobierno nacional enfrenta el fantasma de la malograda ley Mucci y la segura profundiza­ción del enfrentami­ento con la burocracia gremial, devenida incluso en una casta con caracterís­ticas dinásticas. Aun así, a 35 años del retorno a la democracia, cambiar el ya obsoleto esquema sindical vigente supone saldar una vieja deuda que la política mantiene con la sociedad.

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