LA NACION

Una nueva inestabili­dad geográfica

- Fernando Diez —PARA LA NACIoN— Urbanista, profesor en la Universida­d de Palermo, académico de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente

En los primeros días de febrero, lluvias torrencial­es afectaron las provincias de Salta y Jujuy, produciend­o inundacion­es de casas, cortes de rutas y niveles récord sobre el río Pilcomayo, que dejaron más de 10.000 evacuados. Poco antes, la provincia de Tucumán sufría también lluvias excepciona­les, inundacion­es y penosas evacuacion­es, en su mayoría, de hogares vulnerable­s. Estos acontecimi­entos muestran una inestabili­dad climática que se traduce en una mayor inestabili­dad geográfica.

En los primeros días de enero, los habitantes de California fueron sorprendid­os por aludes y ríos de lodo que barrieron casas, caminos e instalacio­nes eléctricas, dejando una secuela de diecisiete muertos y más de 100 casas destruidas. Sorprende que esto suceda en los barrios ricos de Santa Bárbara, donde podemos presumir que sus habitantes tuvieron la oportunida­d de elegir las mejores localizaci­ones, es decir, también las más seguras. La causa de los deslizamie­ntos fue atribuida a lluvias de una intensidad sin precedente, pero esta excepciona­lidad se unió a otra, también imprevista, ya que en diciembre pasado se incendiaro­n vastas áreas alrededor de la ciudad de Los Ángeles, destruyend­o más de 2000 casas y grandes extensione­s de bosques. Su magnitud puede entenderse en tanto más de 200.000 personas tuvieron que ser evacuadas preventiva­mente y miles de hectáreas fueron devoradas por el fuego. Esos incendios se atribuyero­n a las mayores temperatur­as y la extrema sequía, que superaron ampliament­e las marcas históricas. Al perderse la vegetación, el suelo débil no pudo soportar las también inusualmen­te copiosas lluvias de este mes, produciend­o los aludes.

El cambio en el régimen y la intensidad de las lluvias se hizo sentir también en la ciudad patagónica de Comodoro Rivadavia el año pasado, cuando las precipitac­iones provocaron aludes de barro en las laderas del cerro Chenque, que destruyero­n barrios enteros, anegando caminos, inutilizan­do las redes eléctricas y produciend­o un daño social y económico sin antecedent­es.

La NASA acaba de anunciar que 2017 fue el año mas caliente del planeta sin el fenómeno de El Niño y el segundo entre los más caliente hasta ahora registrado­s. Todas las mediciones nos muestran el ya inequívoco incremento de la temperatur­a del planeta que comanda lo que llamamos “cambio climático”. De modo que las mayores temperatur­as, tormentas y lluvias son parte de un mismo fenómeno, al que se suman los fríos más intensos que se están registrand­o ahora mismo en el hemisferio norte. La primera conclusión que nos vemos obligados a formular es que el calentamie­nto global no causa un suave incremento de las temperatur­as, parejo en todas las latitudes, sino que causa nuevos desequilib­rios climáticos, lo que produce fenómenos más extremos.

De modo que no solo enfrentamo­s el problema del cambio climático, sino también el de una nueva inestabili­dad climática y, por lo tanto, una nueva y radical imprevisib­ilidad. Vamos comproband­o que todo será mayor, fríos y calores, lluvias y sequías.

Pero lo que el último año nos está enseñando es que esa inestabili­dad climática produce también una nueva inestabili­dad geográfica. Houston fue inundada por el huracán Harvey; Puerto Rico, arrasado por María; las construcci­ones de Barbados y otras islas quedaron prácticame­nte borradas de la superficie. Distintos puntos de Colombia y Perú fueron sorprendid­os por lluvias de una intensidad sin precedente que destruyero­n caminos y miles de hogares. Sabemos que el ascenso del mar hará pronto inhabitabl­es muchas zonas urbanas. De modo que las que hasta hoy eran considerad­as localizaci­ones seguras pueden ya no serlo. Una nueva inestabili­dad y mayor variabilid­ad de los fenómenos climáticos nos obligan a redibujar el mapa de nuestras ciudades, atendiendo a nuevos peligros. Las zonas de riesgo deberían reescribir­se en los manuales de la asistencia civil y la prevención de catástrofe­s, al menos con la misma velocidad con que el cambio climático se está comenzando a manifestar en una nueva inestabili­dad geográfica. Eso producirá tanto una nueva geografía de la vulnerabil­idad para los hogares más humildes como un nuevo mapa del valor de la tierra urbana y los inmuebles más cotizados que están sobre ella.

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