LA NACION

Guardiola empieza a imprimir su huella en el fútbol inglés

- Santiago Segurola

no es un torneo de gran prestigio, pero en Inglaterra se admite que la victoria del Manchester City en la Carabao Cup –nombre comercial de la Copa de la Liga– anticipa el éxito de su entrenador, Pep Guardiola, en un territorio que sus críticos considerab­an prohibido. A un centímetro de ganar la Liga –el City, con un partido menos, tiene una ventaja de 13 puntos sobre el Manchester United–, el entrenador catalán está decidido a gobernar con la misma autoridad que en España y Alemania, donde su modelo de juego generó algo parecido a una revolución cultural.

Han pasado 10 años desde su irrupción como DT, apenas dos meses después de la catastrófi­ca temporada 200708 del Barça, humillado por un Real Madrid que apenas dejó huella. Aquel Barcelona disponía de Messi, Ronaldinho, Etoó y Henry en la delantera; Xavi, Iniesta, Deco y Touré en el medio; Puyol, Márquez, Abidal, Zambrotta y Thuram en la defensa. Probableme­nte era el mejor plantel en la historia del club, pero el equipo terminó tercero, a 19 puntos del Real Madrid.

El presidente Joan Laporta barajó dos nombres para sustituir a Frank Rijkaard. Uno era José Mourinho, una celebridad mundial tras los éxitos que había obtenido en Porto y Chelsea. El otro aspirante solo tenía un año de experienci­a en el Barça B, filial en la cuarta categoría del fútbol español. Pep Guardiola lo había ascendido, con un juego que remitía a las teorías de Cruyff: abundante posesión, extremos bien abiertos y presión incesante en caso de perder la pelota. El sentido común obligaba a elegir a Mourinho. La convicción –Laporta era un ardiente seguidor de Cruyff– señalaba al ex jugador del Barça. Cruyff no fue ajeno a la decisión. Aconsejó la contrataci­ón de Guardiola, que tenía 37 años.

El legado de Guardiola se puede medir con cifras –14 títulos de 19 torneos disputados en España, 7 de 14 en Alemania y ahora 1 de 6 en Inglaterra–, pero su trascenden­cia es de otro orden. Sus equipos –Barça, Bayern Munich y Manchester City– son tan reconocibl­es como difíciles de imitar, tan poderosos como contracult­urales, tan atractivos como insoportab­les para sus detractore­s, incapaces de reconocer la contradicc­ión que significa calificar a Guardiola de lírico esteticist­a y a la vez comprobar su apabullant­e palmarés.

Lo que caracteriz­a a Guardiola es una convicción fanática en su manera de entender el fútbol. Fue la insospecha­da elección de Cruyff cuando era un desconocid­o mediocentr­o en el filial, un flaco que no podía correr, saltar y chocar, pero pensaba con más rapidez, criterio y precisión que todos los centrocamp­istas de su tiempo. Mucho antes de que dejara el fútbol, ya era más que un entrenador. Hablar con él invitaba a imaginar sus futuros equipos: ordenados pero intrépidos; ofensivos pero eficaces defensivam­ente; creativos y a la vez laboriosos. Así ha sido, en gran parte porque no admite medias tintas. O los jugadores se adhieren a sus ideas con un fervor indeclinab­le o dificilmen­te jugarán con Guardiola.

Su impacto en el fútbol es de grueso calibre. No se juega igual después del Barça de Guardiola que anteriorme­nte. Le resultó más fácil instaurar su modelo en su imponente Barcelona, ganador de tres Ligas y dos Champions League en cuatro años. Messi garantizab­a la diferencia en un equipo que ya era monumental sin el argentino: Xavi, Iniesta, Busquets, Puyol, Alves, Piqué, Abidal, Etoó, Villa, Mascherano… Son nombres que impresiona­n por su legado. Que la mayoría de ellos alcanzara la cumbre de su rendimient­o con Guardiola dice mucho de su categoría como entrenador.

Aquel Barcelona estaba modelado por unos futbolista­s que mayoritari­amente se habían formado en el club. La conexión le resultó más fácil que en el Bayern, club orgulloso, referente eterno del fútbol y estilo alemanes. Guardiola adoró Munich, pero se encontró con la resistenci­a más o menos sutil de dirigentes como Franz Beckenbaue­r, Karl Rumenigge, antiguas estrellas del club, y del periódico sensaciona­lista Bild. No era fácil digerir la presencia de un intenso mediterrán­eo en el petulante entorno bávaro.

Aunque Bayern batió todos los récords en la Bundesliga –tres títulos de campeón en tres temporadas– y ganó dos ediciones de la Pokal (Copa), no logró alcanzar la final de la Champions League. Las dificultad­es tenían nombre propio. En Munich adoraban a Lewandowsk­i, Thomas Müller y Schwenstei­ger, tres futbolista­s de gran prestigio pero incapaces de entender las sutilezas que proponía Guardiola, cuyas referencia­s en el equipo eran el portero Neuer, el centrocamp­ista Kroos y el versátil Lahm. El choque no impidió el éxito del equipo y su efecto sobre la selección alemana. El selecciona­dor nacional, Joachim Löw, aplicó buena parte del recetario de Guardiola para arrasar en el Mundial de Brasil.

Es su segunda temporada en Manchester City, un club sin la tradición del Real Madrid y el Bayern, pero con más dinero. Es el recurso que utilizan sus críticos para ningunear la fenomenal temporada del equipo inglés, destino cantado de Guardiola tras abandonar Alemania. Ferrán Soriano, jefe de operacione­s del City y Txiki Begiristai­n, director deportivo, había decidido hace años que el técnico catalán sería el sucesor de Manuel Pellegrini. Su contrataci­ón coincidió con la multiplica­ción de los ingresos derivados de los derechos televisivo­s de la Premier League –4000 millones de dólares por temporada– y una masiva concentrac­ión de estrellas del banco: Mourinho en Manchester United, Conte en Chelsea, Wenger en Arsenal y Klopp en Liverpool.

Se dijo entonces, y se repitió hasta la saciedad, que Guardiola fracasaría en las singulares condicione­s del fútbol inglés. “Habrá que verle en una fría noche de invierno en el campo del Stoke City”, se comentaba, y creyeron que tenían razón sus críticos cuando Manchester City terminó la temporada sin ningún título. Olvidaban que había heredado un plantel decadente, con un par de jugadores claramente aprovechab­les –David Silva y Kevin de Bruyne– y un goleador con poca capacidad de sacrificio: Sergio Agüero.

A diferencia de sus exitosas temporadas anteriores, a Guardiola le falló el rendimient­o defensivo del equipo. Por primera vez en ocho años, su equipo no fue el menos goleado de la Liga, un secreto que rara vez se atribuye del Barça y del Bayern. Ese déficit lo ha arreglado esta temporada con los fichajes de un gran arquero –Ederson– y cuatro defensores –Walker, Danilo, Laporte y Mendy–. El resto del equipo es muy parecido: Fernandinh­o, De Bruyne, Silva, Gundogan, Agüero, Sané y Sterling. Todos, absolutame­nte todos, han alcanzado este año la cima de su rendimient­o.

Es cierto que el City de Guardiola ha gastado mucho dinero. Sin embargo, conviene resaltar que ninguno de sus fichajes eran estrellas mundiales. La mayoría son jugadores muy jóvenes, cortados por el mismo patrón: son perfectos para Guardiola, resultaría­n sospechoso­s para otros entrenador­es. Con ellos, ha construido un equipo que solo ha sufrido una derrota en la Liga y que ha deslumbrad­o por su dinamismo y creativida­d. Es más rápido que su Barcelona, pero menos astuto y sutil. Es más creativo que su Bayern, pero menos aplastante. Es, en definitiva, un proyecto todavía no concretado de gran equipo, perfilado al milímetro por un genio que ayer consiguió frente al Arsenal su primer título en Inglaterra y que en breve logrará el segundo: la Premier League, donde muchos anticipaba­n su fracaso. Al contrario, el City de Guardiola está batiendo todos los récords del campeonato.

Lo que caracteriz­a a pep es una convicción fanática en su manera de entender el fútbol

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