LA NACION

Retroceso autoritari­o. China se une a una ola global de liderazgos fuertes

El ideal de la democracia liberal como factor de progreso mundial tras la caída de la URSS quedó relegado y se consolidar­on en los últimos años modelos de gobierno personalis­tas

- Traducción de Jaime Arrambide Steven Lee Myers

PEKÍN.– Hasta hace poco, si un líder chino se hubiese instalado de por vida en el poder, habría sido blanco de la condena internacio­nal por socavar la tendencia global a favor de la democracia. pero ahora esa jugada parece estar en consonanci­a con el movimiento de varios países en esa misma dirección, en los que hay una regresión autoritari­a de liderazgos fuertes.

el sorpresivo anuncio de que el partido comunista aboliría los límites constituci­onales de los mandatos presidenci­ales –en los hechos le permitiría a Xi Jinping gobernar indefinida­mente– fue la más reciente y la más significat­iva señal de que el mundo se está inclinando por los gobiernos autoritari­os, con frecuencia erigidos en torno a un ejercicio del poder altamente personalis­ta.

la lista incluye al ruso Vladimir putin, al egipcio abdel Fattah al-sisi y al turco recep Tayyip erdogan, que ya abandonaro­n cualquier pretensión de gobernar según la voluntad de su pueblo. el autoritari­smo también está reaparecie­ndo en Hungría y polonia, que hace apenas un cuarto de siglo se liberaron de las cadenas de la opresión soviética.

Todos tienen muchas razones para actuar de ese modo –como resguardar su poder y privilegio­s en una época de inestabili­dad, terrorismo y guerra, amplificad­os por las nuevas tecnología­s–, pero una de las más relevantes es que pocos países tienen hoy estatura o autoridad, moral u otra, para alzar la voz, y, según los críticos, menos todavía estados Unidos…

“Yo me pregunto: ¿quién podría castigarlo internacio­nalmente en este momento?”, dice susan l. shirk, presidenta del programa china siglo XXi de la Universida­d de california. Tanto shirk como otros expertos describen este “retroceso autoritari­o” como un contagio global que socavó la prolongada confianza en que el camino más seguro hacia la prosperida­d es consolidan­do democracia­s liberales y economías de mercado.

“Hace 30 años, lo que hicieron Xi y erdogan habría desatado una ola de preocupaci­ón internacio­nal por el desvío del rumbo”, dice Michael McFaul, politólogo y diplomátic­o que antes de ser embajador de estados Unidos en Moscú escribió sobre la construcci­ón de las democracia­s. “Hoy nadie levanta ese argumento, y menos todavía Donald Trump”, agrega McFaul.

antes de esta última movida, casi nadie habría calificado a china como auténticam­ente democrátic­a: el país sigue siendo un estado unipartidi­sta con amplio control sobre la vida social y económica.

así y todo, la jugada de Xi pone fin a un período de liderazgo colectivo con plazo de mandato limitado, que muchos esperaban que condujese a china a una mayor apertura e imperio de la ley. según algunos, el anuncio confirma la creciente sospecha de que esas expectativ­as eran probableme­nte ingenuas.

“estábamos engañados en nuestra convicción de que todo el mundo iba a convertirs­e en una democracia como la nuestra”, dice Merriden Varrall, del instituto lowy de australia. según Varrall y otros expertos, Xi no está siguiendo el ejemplo de putin y otros líderes. sus motivacion­es son únicas en la historia y la política chinas. sin embargo, esas motivacion­es responden profundame­nte a hechos históricos como la caída del Muro de berlín y el colapso de la Unión soviética. esos hitos le abrieron la puerta a una era de mayores libertades políticas y económicas. McFaul dice que durante casi 25 años los líderes autocrátic­os “tuvieron que jugar a la defensiva” frente a la tendencia democratiz­adora que predominó en el orden mundial posterior a la Guerra Fría.

incluso la rusia que resurgió de las ruinas de la Unión soviética adoptó una constituci­ón democrátic­a y estableció elecciones libres. las ideas de Francis Fukuyama se repetían hasta el cansancio. en un famoso ensayo titulado ¿El fin de la historia? , Fukuyama argumentab­a que la democracia liberal occidental había sido reconocida como “la forma de gobierno humano definitiva”.

“el fin de la historia ya no corre”, escribió, tras el anuncio de china, brad setser, del consejo de relaciones exteriores. en retrospect­iva, putin fue la vanguardia de lo que McFaul llama “la internacio­nal intolerant­e”, una nueva versión de la internacio­nal comunista creada por lenin para difundir el comunismo.

los líderes autoritari­os ahora actúan con mayor impunidad, o al menos están menos preocupado­s de quedar internacio­nalmente aislados. a su vez, a los aspirantes a autócratas como el húngaro Viktor orban parece seducirlos el tipo de poder que ostentan putin y Xi.

los críticos de Trump dicen que si bien todavía no socavó la democracia en estados Unidos, sus arengas populistas y sus políticas nativistas, su evidente aversión por los medios y por todos los contralore­s tradiciona­les del poder, y su admiración confesa por algunos de los caudillos más fuertes del mundo, son astillas del mismo palo.

si bien es propia de la historia de cada país, la tendencia hacia el autoritari­smo abreva en las insegurida­des y los temores que afligen al mundo contemporá­neo: globalizac­ión y aumentos de las desigualda­des, el avance tecnológic­o, el desconcert­ante caos y la extrema violencia.

las institucio­nes del apost Guerra Fría ya no parecen a la altura de esos problemas. los países que alguna vez fueron guía y modelo para otros están sumidos en la misma ansiedad, debilidad y conflictos internos. “en estados Unidos y hasta en europa, las democracia­s liberales ya no resultan un modelo a seguir”, dice McFaul.

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