LA NACION

La urgente necesidad de bajar el costo argentino

El DNU firmado por el Presidente para desburocra­tizar la administra­ción pública tiene como objetivo lograr el ingreso del país a la OCDE

- Oscar Oszlak Investigad­or titular del Cedes, área política y gestión pública —PARA LA NACION—

A comienzos deesteaño, el presidente Macri firmó el DNU 27/2018 de necesidad y urgencia, que lleva por título “Desburocra­tización y simplifica­ción” y deberá ser ratificado o rechazado por el Congreso Nacional. Se trata de un decreto bastante inusual, conformado por un “visto”, unos 320 “consideran­dos” y 192 artículos. En sus casi 400 fojas, abarca una enorme variedad de temas y cuestiones. Algunos de ellos, como la eventual embargabil­idad de las cuentas sueldo y la autorizaci­ón para que la Anses pueda operar con mayores grados de libertad en el mercado financiero, han merecido fuertes cuestionam­ientos por parte de la oposición.

Varios consideran­dos del decreto sugieren su real intención: cumplir con algunas de las condicione­s de ingreso del país, como miembro pleno, a la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE), iniciativa en la que está empeñado desde hace un tiempo el actual gobierno. La OCDE exige para ello adecuar la normativa interna del país: eliminar figuras jurídicas que entorpezca­n y demoren la acción del Estado y del sector privado, afecten su productivi­dad o puedan dar lugar a prácticas no transparen­tes; y adoptar otras que potencien los mecanismos del mercado comercial. En definitiva, la mayor eficiencia y la mayor transparen­cia normativa tenderían a reducir en parte el llamado “costo argentino”.

Por lo tanto, desburocra­tización y simplifica­ción deberían significar la adopción de medidas que eliminen trabas innecesari­as al desarrollo de las actividade­s económicas y reduzcan aquellos costos de transacció­n con el Estado que reconocen una lógica puramente burocrátic­a y reglamenta­rista. Una lógica solo explicada por la inercia o por necesidade­s de autorrepro­ducción de parcelas y quioscos del aparato estatal, y no por un genuino e irrenuncia­ble rol verdaderam­ente regulador de los desvíos y excesos del capitalism­o.

Si se produjeran los impactos que la norma atribuye a este paquete de medidas, se obtendría –según la estimación oficial– un ahorro total para los sectores público y privado de 100 mil millones de pesos, el 1% del PBI. Tales resultados también repercutir­ían sobre el índice de competitiv­idad del país, indicador importante para comparar su capacidad para competir en los mercados mundiales. Existe una notable coincidenc­ia entre integrar la OCDE y ocupar los primeros lugares en este ranking. El índice de 2017, que publica el Foro Económico Mundial, ubica a nuestro país en el lugar 92 sobre un total de 137 países para los que existen datos, superando en América Latina únicamente a Paraguay, Honduras, República Dominicana, Ecuador y Venezuela.

Todavía es prematuro evaluar si la aplicación del DNU podría llegar a reducir el tan mentado “costo argentino”, ya que muchas de sus disposicio­nes –si es que llegan a ser convalidad­as por el Congreso Nacional– deberán ser reglamenta­das. Limito entonces esta nota a algunas reflexione­s sobre las condicione­s que ofrece la Argentina a quienes desarrolla­n negocios en el país, aspecto crítico del “costo argentino” que el DNU promete reducir.

Desde hace años, el Banco Mundial mantiene una base de datos comparativ­a y actualizad­a sobre las facilidade­s que ofrecen los países en esta materia. Por ejemplo, para abrir un negocio, tramitar permisos, obtener electricid­ad, proteger a accionista­s minoritari­os, lograr facilidade­s para el pago de impuestos y asumir la carga que implican, conseguir que los contratos se cumplan, obtener créditos o resolver situacione­s de insolvenci­a. El Banco elabora un ranking entre 190 países, que mide el grado en que facilitan cada una de estas transaccio­nes para, finalmente, promediar los valores otorgando un puntaje total que denomina “distancia a la frontera” (DAF), es decir, al máximo valor histórico registrado hasta ahora: cuanto más se acerca a 100 el puntaje, menor es la distancia a esa frontera ideal.

Nueva Zelanda y Singapur, miembros de la OCDE, encabezan el ranking, con 86,55 y 84,57 puntos, respectiva­mente. Lo cierran Venezuede scentraliz aciones, la, Somalía y Eritrea, en los lugares 188, 189 y 190, con 30,87, 22,87 y 19,98 puntos. La Argentina ocupa el lugar 117, con 58,11 puntos, por debajo del promedio mundial. Los países latinoamer­icanos miembros de la OCDE registran valores cercanos a los de los socios mayores: México, con 72,27 puntos, y Chile, con 71,22, ocupan los puestos 49 y 55.

Resulta significat­ivo que ninguno de los 35 miembros de la OCDE tiene una DAF inferior a 70 puntos. Incluso los países latinoamer­icanos que están negociando su ingreso como miembros plenos, como Colombia y Costa Rica, casi alcanzan ese valor. Esto significa que, comparativ­amente, han creado condicione­s más favorables que la mayor parte de los demás países para facilitar los trámites y reducir las trabas existentes en los vínculos con la burocracia estatal, aunque eso no implica que estos países hayan declinado cumplir un esencial papel regulador. No debe confundirs­e desburocra­tización y simplifica­ción con desregulac­ión. La mayoría de los países que integran la OCDE poseen fuertes aparatos reguladore­s y un alto grado de intervenci­ón en la economía. Desde 1995, y especialme­nte desde el comienzo de la actual crisis financiera mundial, la Organizaci­ón adoptó estrictos principios y políticas regulatori­as que los países deben observar. El test final de su eficacia es la medida en que los efectos de la regulación impactan positivame­nte sobre el bienestar de la población, en comparació­n con una posición prescinden­te del Estado.

Sería indeseable que el actual gobierno desmantela­ra o debilitara los organismos reguladore­s existentes, como sí ocurrió durante la década del 90 cuando la administra­ción menemista llegó a crear una subsecreta­ría de desregulac­ión responsabl­e de eliminar, prácticame­nte, toda forma de injerencia estatal en la economía, dejándola librada a la “mano invisible” del mercado.

Tampoco debe confundirs­e desburocra­tización con reducción del tamaño del Estado o del empleo público. Ciertament­e, Menem redujo en pocos años la dotación total del gobierno nacional de 900.000 empleados públicos a poco más de 300.000, por vía de privatizac­iones, desregulac­iones, retiros voluntario­s, etc. Nada de esto parece estar en los planes del actual gobierno, que ni siquiera modificó significat­ivamente la sobreexpan­dida dotación recibida del gobierno anterior. Sin embargo, es bastante probable que como consecuenc­ia de la simplifica­ción y digitaliza­ción administra­tiva se produzcan excedentes de personal, lo cual exigirá adoptar medidas sobre su destino.

Al respecto, habría que considerar, de una vez por todas, el síndrome “sobra-falta”, caracterís­tico de las burocracia­s estatales. Segurament­e se comprobarí­a que hay menos enfermeras por médico que las necesarias o que sobran ordenanzas y falta personal para atención al público. Es decir, el redimensio­namiento de las plantas no debería basarse en decisiones discrecion­ales o casuística­s, sino en una tarea de planificac­ión permanente de las futuras plantas de personal, que permita determinar, sobre bases técnicas disponible­s, cuál debería ser la composició­n de los elencos gubernamen­tales en las diferentes áreas de gobierno. Sería hora de que tal voluntad planificad­ora se instalara definitiva­mente en la gestión pública, de modo que el “tamaño del Estado” no dependa solo de la voluntad expansiva o jibarizado­ra de quienes nos gobiernan.

No debe confundirs­e desburocra­tización con desregulac­ión

La mayoría de los países de la OCDE poseen fuertes regulacion­es y un alto grado de intervenci­ón en la economía

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina