LA NACION

Por qué oponerse a la reelección inmediata

Deberían reivindica­rse, en lugar de objetarse, las constituci­ones de Santa Fe y Mendoza, que no admiten dos períodos consecutiv­os de sus gobernador­es Resulta triste que algunos líderes políticos vean en una clara virtud constituci­onal un defecto o una tra

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S anta Fe y Mendoza han sido y todavía son un ejemplo dentro del territorio argentino por la prohibició­n de la reelección inmediata de gobernador­es y vicegobern­adores que establecen sabiamente sus respectiva­s constituci­ones. Quien aspire a retornar al gobierno en esas provincias debe esperar un período para volver a postularse, según ese inteligent­e precepto tomado de la vieja Constituci­ón Nacional de 1853 que, hasta mediados del siglo XX, recogían las viejas constituci­ones provincial­es.

Lamentable­mente, el actual mandatario santafesin­o, el socialista Miguel Lifschitz, no parece persuadido sobre la sabiduría de esa disposició­n. Acaba de manifestar su deseo personal de ir por otro mandato, en declaracio­nes a El Cronista Comercial. Al menos, obró con prudencia cuando a continuaci­ón aclaró que “no avanzaría demasiado si no advirtiera un fuerte consenso político”, y acotó: “No quemaría las naves para tratar de lograr ese objetivo. Si se diera la circunstan­cia y hubiera consenso político amplio, obviamente que, en lo personal, a mí me gustaría”.

También el gobernador mendocino, el radical Alfredo Cornejo, manifestó en su momento su disposició­n a reformar integralme­nte la Constituci­ón provincial y a incorporar una sola reelección inmediata para todos los cargos. Aunque precisó que no es un debate prioritari­o.

Resulta triste que algunos dirigentes vean en una clara virtud constituci­onal un defecto o una traba para continuar una política.

La prosecució­n de un programa de gobierno que es apoyado por la ciudadanía no requiere, como se pretende hacer creer, de la perpetuaci­ón en el poder de supuestos líderes iluminados.

El inspirador de las bases de nuestra Constituci­ón nacional, Juan Bautista Alberdi, advertía que la esencia de la república reside en la renovación constante y periódica de los depositari­os del poder.

Las reeleccion­es de los mandatario­s, más aún si han sido indefinida­s, como ocurre en distritos como Formosa o Santa Cruz, o como sucedió durante tanto tiempo en las intendenci­as de la provincia de Buenos Aires, hasta que una reciente ley bonaerense fijó un límite, para nada garantizar­on el fortalecim­iento de las institucio­nes.

Lejos de mejorar las condicione­s de la población, la perpetuaci­ón en el Poder Ejecutivo provincial o comunal de muchos dirigentes solo ha servido para que estos construyer­an verdaderos imperios personalis­tas a expensas de la creación de empleo público, de redes clientelis­tas y del sometimien­to de ciudadanos carenciado­s, a quienes no procuraron sacar de la pobreza para que continuara­n siendo carne de cañón para sus aventuras políticas.

El mantenimie­nto, la consolidac­ión y la profundiza­ción de políticas exitosas no depende en modo alguno de la consagraci­ón de un personalis­mo. Por el contrario, este suele ser el germen de la autocracia.

La prosecució­n de las buenas políticas públicas debe descansar en la madurez de la clase política, en la solidez de los partidos y en la búsqueda de consensos duraderos, compatible­s con la necesaria alternanci­a que debe imperar en todo sistema democrátic­o.

Santafesin­os y mendocinos deberían reivindica­r y sentirse orgullosos de las constituci­ones que tienen, en lugar de objetarlas o vilipendia­rlas. Antes de pensar en cualquier reforma con un interés particular, deberían también contemplar los ejemplos de países donde no existe la posibilida­d de reelección presidenci­al inmediata, como Chile y Uruguay, que no por casualidad ocupan lugares de privilegio dentro de América Latina en los rankings de calidad institucio­nal y de transparen­cia pública.

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