LA NACION

con 40 años en Mar del Plata, celebra una buena temporada

Tras 40 veranos en Mar del Plata, al frente de seis salas grandes, dice que la temporada fue buena y que se extenderá hasta Semana Santa

- María Silvina Ajmat LA NACION

MAR DEL PLATA.– Cuando su hijo de un año y medio no le reclama atención, Carlos Rottemberg puede cumplir a rajatabla con las rutinas veraniegas que forjó a repetición durante cada una de las 40 temporadas que pasó produciend­o teatro en Mar del Plata: mañanas de madrugar, leer diarios, escuchar radios, contestar llamados; de recorrer boleterías, de reuniones en short de baño y ojotas en su oficina. A eso se suman escapadas veloces hasta la panadería, dos figacitas, sendas rodajas de matambre y coca light (para creer que hace dieta); tardes en familia al sol y ahora también, tardes de castillos de arena; noches detrás

de escena, que todo funcione bien y si no, cambiar la lamparita, el cuerito de la canilla o lo que haga falta, porque el show debe continuar; trasnoches de cenas posfunción, de alentar a los elencos y a los 300 empleados que ponen sus seis teatros en marcha. Rottemberg está cumpliendo 40 veranos: de récords, de vacas flacas, veranos de tragedia y de comedia, de anécdotas para cargar en carretilla.

El WhatsApp se activa temprano y Carlos envía respuestas eficientes: si le piden una nota para la radio, no dice “sí”, pregunta “a qué hora” y se agenda; si le preguntan cómo fue la temporada, envía como respuesta un texto que ya tiene escrito de antemano; si un actor le dice que está enfermo, le manda el médico; si hay problemas en uno de sus teatros dice: “Ahora voy”.

Pero cuando el bebé se despierta temprano y llora, Carlos deja sus teléfonos y con el dedo índice dibuja círculos en la palma del niño: “Sore, cavore, catore”, recita, como una oración cuyo significad­o literal nunca conoció porque intuyó ancestral. Lo es. El libro autobiográ­fico que su padre, Miguel Rottenberg –así, con ene–, escribió con motivo de sus 84 años, comienza así: “Otoño de 1937. Nubes de tormenta atraviesan el cielo. El niño, sentado sobre el regazo del abuelo, extiende la palma de su manito. El hombre la toma y describe círculos que terminan en cosquillas, mientras murmura en polaco: “Sore, cavore, catore”. El pequeño ríe”.

Al parecer, fue su padre quien le heredó una memoria privilegia­da. Carlos es famoso por recordar con lujo de detalles, con día y horario, episodios de su historia. Pero hacer memoria lo sensibiliz­a. Quizá porque mirar atrás es verse de afuera, ver el propio esfuerzo, verse fracasado y triunfal, ver la pasión que lo hizo llegar adonde quería llegar. ¿Adónde? “Soy el anti-marketing de esta profesión. No creo en el showbusine­ss, no creo en las lucecitas de colores. Porque el día que tenés que entrar al quirófano, si no tenés alguien de tus afectos dándote la mano para entrar, ¿de qué te sirve todo lo demás?”, dice, en la primera de muchas aproximaci­ones a la definición de éxito que lo representa­n. Como cada vez que habla de sus afectos, se emociona. Pero alguien golpea a la puerta, y es uno de los empleados, que trabaja con él desde hace 40 años. La noche anterior fueron a cenar para celebrar. Eran 300 personas y hubo brindis hasta altas horas de la madrugada. Se hacen chistes al respecto y vuelven a repasar un asunto administra­tivo porque el objetivo común, el teatro, está antes que todo. Y después de todo, también. “Soy un convencido de que los teatros sobreviven a las personas y a las empresas. Eso es lo que más me honra de estas cuarenta temporadas en la ciudad”.

Siete fotografía­s decoran la oficina de Rottemberg, arriba del Teatro Lido. Son sus salas marplatens­es: Lido, Mar del Plata, Neptuno, Bristol, América, Atlas y Corrientes. Este último, que construyó de cero, ya no es de su propiedad. Hace cuatro años tuvo que venderlo para afrontar el comienzo de los peores años de Mar del Plata (que tuvo su punto álgido en 2017, con la peor temporada de la historia). Tanto le dolió que hoy no puede pasar por su puerta: evita Corrientes y San Martín aunque tenga que dar una gran una vuelta para ello.

En el cajón, 40 libretitas: son más chicas que un celular, azules, con dibujos de llamas amarillas, prolijamen­te etiquetada­s por año, y en su interior contienen el detalle del bordereaux de cada temporada. Fecha de comienzo y de final. Recaudació­n, butacas vendidas, número de funciones. Día por día y el total. Por eso, nadie mejor que él para analizar las fluctuacio­nes del teatro marplatens­e. Tiene una base de datos en su cabeza que procesa mientras habla y extrae conclusio--

nes sin cesar: “Entre la última semana de diciembre y enero [la cantidad de público] da exactament­e la mitad de lo que da febrero y marzo. Esto se mantiene en los últimos 20 años. Hace cuarenta años febrero era más fuerte que enero. Ahora febrero es un público sin chicos. Es un público más teatrero”, dice, al tiempo que augura para este verano un

corrimient­o de la temporada hasta Semana Santa, que será XL porque ensambla el feriado del 2 de abril. Así, su balance de 2018 es positivo: después de un 2016 en caída y un 2017 que lo obligó a cerrar tres salas para evitar pérdidas, este verano se declara en “empate técnico” con 2015: “En una especie de Juego de la Oca virtual recuperamo­s entonces dos bienvenido­s casilleros, que no es lo mismo que ganar el partido”, analiza. Su mirada es macro. No mira solo un resultado. Mira todos. Y si no los tiene a la vista, allí, en el primer cajón, están las libretitas. “Me considero un tipo organizado y obsesivo. Si en 43 años estrené 900 títulos [contando sus estrenos en Buenos Aires] y la presión no me sube más de 13/8 es porque soy organizado”, dice. Le gusta reírse de sí mismo. No le gustan las fotos, pero posa “todo lo que haga falta”, propone escenas, actúa y pregunta si necesitamo­s más. No le interesa figurar. Le interesa estar. Resolver. Hacer. Es el productor por antonomasi­a. “No tengo puesto mi nombre en nada porque creo que el productor es el nexo entre el público y el talento. No gastaría una línea para poner mi nombre, porque no le interesa a nadie. Lo que interesa es el contenido. El éxito es del contenido y el fracaso también. Cuando un productor sale a hablar de lo bien que hace las cosas, bueno, que salga a hablar. Yo creo que el productor es un vehículo, tiene que hacer bien las cosas, pero no es el que convoca”.

Su auto tiene un estacionam­iento reservado en la puerta del Lido. Maneja hasta Playa Grande. Son las 15, hora en que su hijo y su mujer lo esperan listos para bajar a la arena. Suena el teléfono, lo atiende en “manos libres”, le preguntan por un actor que tiene que viajar a hacer otras funciones en la costa. Autoriza. Corta. Llama a su mujer. “Llego en diez”.

“Hasta las 19 todos los que trabajamos en el teatro desaparece­mos. Hacemos la misma rutina que hace el espectador. Nos pegamos la ducha después de la playa y en vez de sentarnos en la platea estamos en el teatro detrás de escena”. Cuarenta años después, ¿debe Carlos Rottemberg estar tras bambalinas atento a las contingenc­ias? “Claro que sí. Si en una casa uno tiene un cuerito de la canilla que cambiar cada día, en estos teatros tenés cientos de cueritos. Tito Lectoure decía que cuando empezaban a pintar el Luna Park, arrancaban por la esquina de Corrientes y Bouchard, después Madero, Lavalle y cuando terminaban de pintar había que empezar de nuevo. Siempre están los cueritos. Siempre. En las funciones, en los techos que se inundan los días de lluvia, en los equipos de refrigerac­ión que se paran, desde un actor que se descompuso hasta un espectador, que tenés que llamar la ambulancia. Mientras el actor está descansand­o nosotros tenemos que estar haciendo todo lo demás para que cuando venga al teatro esté todo listo”.

–Si los teatros trasciende­n a las personas, ¿qué te gustaría que quedara en ellos de vos?

–Que tuve una línea ética en mi vida en cualquier etapa de mi vida. Me gusta caminar con la frente alta. Soy de los que creen que ser honesto, además de una necesidad y una obligación, hasta es buen negocio. No soy de los que creen que siempre triunfa el mal. Sí creo en la gente. Y me fue bien creyendo en la gente.

@Multiteatr­oComafi TWITTER DE CARLOS ROTTEMBERG “El teatro es como el colesterol. Hay del bueno y del malo. En el circuito comercial, independie­nte u oficial. desde siempre”.

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Mauro v. rizzi Es el responsabl­e de las obras más importante­s del verano y sigue ocupándose de todos los detalles como cuando empezó
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Mauro rizzi “Me gusta caminar con la frente alta”, asegura

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