LA NACION

Un Estado al servicio de la sociedad

- Alejandro Poli Gonzalvo —PARA LA NACIoN—

Una sociedad argentina ideal podría ser definida como la suma de grandes ideas fuerza impulsadas en distintos períodos, pero que nunca se concretaro­n de modo simultáneo. Esas ideas fuerza sintetizar­on con sencillez y gran potencia expresiva los objetivos de sus líderes.

Generación del 80: inmigració­n (gobernar es poblar), educación (educar al soberano), modelo agroexport­ador (granero del mundo). Gobiernos radicales: la Reparación, sufragio universal y secreto, integració­n de la clase media. Primer trienio peronista: justicia social, independen­cia económica, soberanía política. Presidenci­a de Frondizi: desarrolli­smo, inversione­s extranjera­s. Presidenci­a de Alfonsín: recuperaci­ón de la democracia, castigo de los culpables de la represión ilegal. Primera presidenci­a de Menem: supresión de la inflación, privatizac­iones, inserción internacio­nal. Que estos grandes proyectos no tuvieran continuida­d se debe en buena parte al rol fallido en nuestro país de un actor fundamenta­l en las sociedades modernas: el Estado.

En su teoría sobre las revolucion­es políticas, Theda Skocpol observa que tanto la visión liberal del Estado como la marxista coinciden en que asegurarse el control del Estado es el fin último de la lucha política y en que apropiarse de sus recursos permite que intereses particular­es sean transforma­dos en metas estatales. El Estado no resulta una fuerza autónoma y con fines en sí mismo, subordinad­o a los intereses generales, sino que actúa como instrument­o de dominación de un sector de la sociedad sobre otro.

En línea con esta visión, Pierre Rosanvallo­n defiende que la concepción tradiciona­l de la legitimida­d democrátic­a requirió históricam­ente la constituci­ón de un poder administra­tivo objetivo, despegado de cualquier influencia particular. Rosanvallo­n apunta que los políticos viven preocupado­s por conservar el poder, inmersos en luchas partidaria­s signadas por el corto plazo, y que para equilibrar esta visión son necesarios los “sacerdotes del largo plazo”, los administra­dores del Estado que no están sujetos a los vaivenes de las elecciones y son los encargados de tomar en cuenta los intereses estructura­les de la nación.

En este preciso sentido, la imposibili­dad de construir un Estado con fines propios y a largo plaenormes zo en beneficio de los ciudadanos, y no de sectores parciales o de una fuerza política, es causa eminente de nuestra decadencia. El hipertrofi­ado Estado argentino replica el del Antiguo Egipto, donde una casta de funcionari­os y escribas cortesanos del faraón disfrutaba­n de enormes privilegio­s, mientras que en el extremo inferior de la sociedad millones de esclavos trabajaban para sustentar sus riquezas y su ocio. Como ninguna otra nación en el mundo, acumulamos décadas de altísima inflación, que ha carcomido como un virus letal la riqueza de los argentinos y nos ha arrojado al infierno de un 30% de pobres. Hoy existe un extendido consenso de que eliminar el déficit fiscal es prioritari­o. Hoy también se escucha en todos los ámbitos políticos y de opinión que la reforma del Estado es la llave para alcanzar el progreso y la equidad. ¿Por qué entonces no lo hacemos?

El presidente Macri enfrenta el mismo desafío que hizo fracasar a todos los gobiernos desde mediados del siglo pasado: reformar el Estado para transforma­rlo en una estructura ágil y moderna al servicio de la sociedad. Los objetivos de Cambiemos incluyen todas las grandes ideas fuerza de nuestro pasado: mejora de la educación, promoción de las exportacio­nes, cruzada contra la corrupción, fomento de la obra pública, lucha contra la pobreza, incentivo de las inversione­s, consolidac­ión de las institucio­nes democrátic­as, lucha contra la inflación. Pero el Gobierno no ha logrado traducir las expectativ­as favorables que los ciudadanos todavía mantienen, a pesar de las dificultad­es diarias, en una idea fuerza comparable con aquellas brillantes consignas.

Un idea fuerza para la nueva etapa debería comunicar de modo certero la prioridad de reformar el Estado y aliviar el pesado lastre que representa para los argentinos. Si somos rehenes de un Estado que impide liberar nuestra energía creadora, si vivimos bajo la presión de una carga impositiva desproporc­ionada que inhibe la creación de empleo y no brinda a cambio prestacion­es esenciales, si el Estado no está al servicio de erradicar la pobreza y educarnos, si vivimos para el Estado y el Estado no vive para los ciudadanos, el lema buscado se escribe solo: un Estado para nosotros.

Historiado­r, miembro del Club Político Argentino

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