LA NACION

Me reprocho no haber estado en un equipo grande cuatro o cinco años –No debe ser lo mismo pelear por no descender acá que en Inglaterra, como te tocó en el Birmingham.

- Texto Rodolfo Chisleansc­hi | Foto Mauro Alfieri

Con 30 años, vive una nueva etapa en Vélez; su experienci­a de más de una década en el exterior y la comparació­n con la sociedad argentina; ganar títulos en Europa es su cuenta pendiente

La pantalla LED del estadio José Amalfitani acompaña la voz de la locutora para dar la alineación del equipo local y la imagen va mostrando a los jugadores tal como se ha puesto de moda en buena parte del mundo: primero levemente de perfil y después girando para quedar de frente mientras cruzan sus brazos. Todos repiten el movimiento. Todos menos uno. Cuando llega el turno del número 9, la voz se hace todavía más estridente y el rectángulo luminoso se llena del rostro serio, con un gesto a medio camino entre la dureza y la travesura, de un hombre que se besa el escudo de la camiseta antes de sonreírle a su gente. En las tribunas estalla la ovación y se rompen las manos para aplaudir al hijo pródigo, al ídolo de un club que de buenas a primeras casi se había vaciado de referentes, que se sentía huérfano.

Mauro Zárate, el último eslabón de una dinastía que comenzó con su hermano Sergio hace más de 30 años, es la tabla de salvación a la que decidió agarrarse todo Vélez. Por eso miles de personas organizaro­n una caravana para ir a recibirlo a Ezeiza, y otros tantos se congregaro­n en el estadio el día de la presentaci­ón oficial. En una época donde el sentido de pertenenci­a lleva pegada la etiqueta de frágil, el reconocimi­ento a la fidelidad y el amor solo puede devolverse con las mismas monedas.

–Vélez es mi casa. Ni siquiera necesito adaptarme. Me pasó la primera vez que volví y ahora de nuevo.

–Es decir, que todavía no llegaste a preguntart­e por qué te habrás metido en este lío…

–No, ni voy a plantearme nunca esa pregunta. Siempre dije que volvería si el club lo necesitaba y desde el primer momento que empecé a carburar la posibilida­d de venir sabía dónde iba a meterme.

–¿Eso incluye todos los problemas que envuelven permanente­mente al fútbol argentino?

–Conozco bien este fútbol y nada me resulta extraño. No es el mejor del mundo, para nada, pero nosotros estamos acostumbra­do y amamos esto: llegar a la cancha y escuchar los cantitos, todo el folklore de las banderas y los bombos... Nos gusta a los jugadores y a la gente, le gusta al futbolero. Es algo que en España, por ejemplo, no ves. Quizás Italia se acerca un poco más. Y en Inglaterra, aunque es muy lindo porque los fans son seguidores y aprietan y apoyan muchísimo, la cultura es otra, muy diferente a la nuestra. –Claro, nada que ver cómo lo toman ellos y nosotros. Allá cuando vieron que iba a ser difícil salvarse ya empezaron a planificar la temporada siguiente en Segunda. Mirá si es diferente que el último partido lo ganamos 4 a 0, y aunque no nos sirvió para quedarnos en la Premier, la gente se metió en la cancha a celebrar y a saludarnos ....

–¿Te afectan en el día a día las polémicas que rodean permanente­mente al fútbol local?

–En el tema de los árbitros no me meto. La verdad es que no sé si está bien o mal, pero no me meto. Sí que me molesta, y me duele, jugar sin que haya hinchas visitantes en las tribunas. Hay que entender al Gobierno y a la policía, que a veces no da abasto, pero me parece horrible. Esperemos que todo este tiempo que pasamos así haga pensar dos veces a aquellos que en algún momento

hicieron quilombo o generaron problemas e incidentes y podamos conseguir que el público visitante vuelva a las canchas.

–¿Ustedes oyen lo que les grita la gente desde las tribunas?

–Depende de cada jugador. Me imagino que cuando voy a tirar los córners me deben insultar 500.000 veces, pero yo no escucho nada. Solo puedo prestarle atención a la pelota.

–Me refería más a los insultos de los hinchas propios, los que ya están a los gritos contra el que falla un pase a los dos minutos.

–Eso pasa, uno sabe que pasa aunque no los oiga. No sé, cada persona es diferente. Hay muchos que no dicen nada y algunos que van a la cancha a putear. A ese habría que preguntarl­e si piensa que así está ayudando, si quiere que el equipo gane o que el jugador que está insultando se sienta mal, juegue cada vez peor y que el técnico lo saque. Porque los insultos lo que hacen es meterle presión al jugador, y de esa manera cada vez que entre en la cancha lo va hacer mal. El problema es que hay gente que va pensando en sacarse la mierda que tiene adentro.

–¿Notás la misma intoleranc­ia en la calle? ¿Eso también exige readaptars­e?

–La realidad es que la vida cotidiana la vivís con un poquito de miedo de que pase algo, sobre todo cuando la familia sale a algún lado. Por eso tratamos de movernos por lugares que sean seguros. Esta es una de las primeras cosas que te planteás cuando pensás en volver al país, porque en Italia es raro que haya algún problema y en Inglaterra, nunca. Es una tranquilid­ad que no se paga con nada.

–¿Y cómo convencist­e a tu mujer?

–Por suerte no tengo que convencer a nadie y siempre decidimos juntos. Ponemos los pro y los contra en la me sa y ahí vemos qué es lo mejor para ella, para los nenes, para mi carrera deportiva…

–Te fuiste hace más de diez años, y aunque volviste durante una temporada, llevás la tercera parte de tu vida afuera. ¿Llegaste a desarraiga­rte?

–Sí, después de tanto tiempo te vas alejando un poco en todo sentido. Y eso que siempre estuve prendido a la radio y a la tele de acá, tenía un aparatito que me permitía ver todos los programas, pero igual. Veníamos un mes de vacaciones, me gustaba, pero llegaba un punto que

ya me quería ir otra vez. –Desarraigo, temores, insultos… Parece difícil entender tu regreso. –La camiseta, siempre dije que volví por la camiseta.

–Echemos la vista atrás. Año 2007. Un gol tuyo le da a la Argentina el último Mundial Sub 20 que se ganó hasta ahora. Pero si uno mira los apellidos que jugaron ese torneo de Canadá en 2007, ve a Agüero, a Banega, a Alexis Sánchez, a Vidal, a Chicharito Hernández… –Sí, y Brasil tenía a Alexandre Pato y a Jo.

–¿Qué sentís cuando comparás la evolución de ellos con tu carrera?

–Me reprocho no haber estado en un equipo grande durante cuatro o cinco años luchando por cosas importante­s. Es cierto que la temporada que estuve en el Inter peleamos el campeonato y jugamos la Champions, y que en Lazio gané tres copas, algo que nunca había pasado en el club, pero sí, me faltó eso. –Fue muy llamativo que te fueras a jugar a Qatar a los 19 años…

–La idea original era estar un año y salir hacia otro lado, y de hecho me fui bastante rápido a un club importante como Lazio, pero reconozco que aquella no fue la mejor decisión. Me perjudicó y hoy me arrepiento un poco de haberla tomado. – Lo extraño es que tu caso no era el un chico de familia humilde que necesitaba firmar un contrato grande con la mayor urgencia posible. Cuando es así, siempre se tiende a echarle la culpa al representa­nte... –Pero yo no puedo porque no tenía representa­nte, y es cierto que en casa no estábamos para nada mal. Le di más valor al tema económico, tengo que decirlo bien claro porque fue así. Me pagaban más del triple de lo que me ofrecían en Europa, me adelantaro­n el año completo en el momento de firmar, se hicieron cargo de los seis meses en los que me fui a préstamo al Birmingham… En lo económico fue increíble, pero si ese año hubiera estado en un equipo europeo quizás habrían pasado otras cosas, como que me convocaran para la selección mayor. No sé, tal vez habría sido todo diferente. Y después, cuando me fui de Lazio, tampoco lo hice de la mejor manera. Algunas decisiones que tomé no fueron las mejores, pero bueno, vamos a ver… –¿Eso significa que no tirás la toalla de jugar en un grande?

–Tengo 30 años. Diego Milito llegó al Inter más o menos a esa edad y salió campeón y goleador de la Champions. ¿Por qué no puede pasarme a mí? –¿Te volviste loco en algún momento?

–Sí, puede ser, cuando no me salían las cosas. Pero también tengo que aceptar que hubo un tiempo en el que no me estaba manejando bien afuera de la cancha. Me refiero a cuidarme, a comer bien. Y entonces adentro del campo de juego se me hizo más difícil rendir. –¿Con qué te quedás de lo vivido afuera?

– Con todo. El paso por Lazio fue hermoso, el año del Inter fue muy lindo, igual que en Fiorentina. Y la Premier League… la Premier es la mejor liga del mundo. Haber jugado ahí tres años es una maravilla. –¿Qué proyectás cuando hoy mirás para adelante?

–Nada. Es una de las primeras cosas que empecé a mejorar. Es una parte del acelere que tengo que quitarme. Lo único que pienso es en hacer un buen entrenamie­nto mañana y seguir preparando la semana para el siguiente partido.

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Zárate, a los 30 años, no duda: “Volví por la camiseta, Vélez es mi casa y no necesito adaptarme”

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