Cuando el fútbol cambia votos por insultos
Serio, el presidente de River, Rodolfo D’Onofrio, afirma en conferencia de prensa que en el país “hay problemas más importantes” y que “es un disparate” pensar que el presidente de la Nación, Mauricio Macri, pueda estar metiéndose con el fútbol. Macri venía de reunirse unas semanas antes con Jorge Sampaoli y con Chiqui Tapia. Con el Mellizo Barros Schelotto se reunió al día siguiente de los insultos en el Monumental. Los mismos que se habían escuchado primero en San Lorenzo y se multiplicaron la última fecha en otros estadios. Por el árbitro, porque se apaga la luz, por política, por catarsis o porque sí. Nunca había sucedido algo así. La pelota que ayudó a ganar votos ahora devuelve insultos.
La promesa era “despolitizar” el fútbol. Sin embargo, casi no hay hoy columnista político que pueda excluir a la pelota en cualquiera de sus análisis. Que primero intervino de lleno en la AFA posGrondona. Que jugó en contra de Marcelo Tinelli, eventual competidor político. Que dialogó con Gianni Infantino y Alejandro Domínguez, presidentes de la FIFA y la Conmebol, respectivamente, para acordar una Comisión Regularizadora amiga. Que aceptó, como mal menor, el triunfo de Chiqui Tapia, con Daniel Angelici detrás y su tropa en tribunales de Disciplina, Ética y Apelaciones. ¡Si hasta la selección dejó de jugar en River y se mudó a la Bombonera! Y a Rusia no irá Hinchadas Unidas Argentinas, pero sí La 12. Macri bromea con el fútbol cada vez que se junta con otro presidente. Instalará una Casa Argentina en Moscú durante la Copa. Quiere la sede del Mundial de 2030. El fútbol como metáfora del país. El país como metáfora del fútbol.
Boca, por su popularidad y sus éxitos, siempre atrajo al poder. Mucho antes que Macri, y cuando ni siquiera existía el peronismo, estaba el general conservador Agustín P. Justo. En 1924, como ministro de Guerra del presidente radical Marcelo Torcuato de Alvear, Justo dio el puntapié inicial en un amistoso Argentina-Uruguay. Ya presidente de la Nación (1932-38), años de Fraude Patriótico y Década Infame, repitió el rito y entregó trofeos en partidos de Boca, cuya Comisión de Hacienda lideró. En 1936 autorizó por decreto la concesión de préstamos especiales para construir estadios. Él mismo colocó en 1938 la primera piedra de la Bombonera. “Hincha 798” de Boca, Justo ayudó luego a conseguir préstamos para completar la construcción. Murió en 1943. Boca lo honra con un busto que sobrevive en la Biblioteca. Justo, lo despidió ese día el orador, “vivirá perennemente en la mente y el corazón de los boquenses y será siempre el amigo y protector de Boca Juniors”.
Justo impuso como presidente de Boca a su yerno, Eduardo Sánchez Terrero, recordado con cariño en el club. Antes lo había puesto en la AFA. Bajo la presidencia de Sánchez Terrero (193739), la AFA decidió no jugar el Mundial de 1938. Se enojó con la FIFA luego de que Francia ganó 19-4 la votación por la sede de un Mundial que la Argentina sentía suyo. Cientos de hinchas protestaron la decisión ante las puertas de la AFA. La selección venía de vencer ante Brasil en la final del Sudamericano. Ganaría luego cuatro de los cinco Sudamericanos de 1941 a 1947. La Argentina no asistió finalmente al Mundial 38 porque los cinco clubes más grandes negaron sus jugadores e impusieron el voto calificado que les había dado la gestión de Sánchez Terrero. La historia suele citar al peronismo cuando habla de fútbol y política. Pero fue ese mismo decreto de 1936 de Justo el que también ayudó a River a construir el Monumental. Igual que Boca, River le agradeció designándolo socio honorario.
Los dos grandes, baches incluidos, siempre gozaron de protecciones especiales. Lógica de un poder ahora cada vez más concentrado, próxima Supercopa incluida, a 1000 pesos la popular y con TV codificada. La grieta no es BocaRiver, sino grandes vs. chicos. Se produce en el marco de la renovada presión oficial por un fútbol SA, que llega en medio de causas fiscales o judiciales, como ya sufrieron clubes, el sindicato de Futbolistas Agremiados y hasta el propio Chiqui Tapia, que todavía tiene una denuncia abierta. El fútbol y la política saben negociar con una barra. Es más compleja la puja cuando decenas de miles insultan de pie en un estadio. Se dificultan los “focus group” y las maniobras de “servicios” también amigos. Y, además, no hay blindaje posible, aunque alguna TV baje el volumen y el narrador elija no escuchar. Más ridículo suena aún el árbitro que ahora quiere prohibir. “Para la derecha –dijo una vez el escritor uruguayo Eduardo Galeano– el fútbol era la prueba de que los pobres piensan con los pies, y para la izquierda el fútbol tenía la culpa de que el pueblo no pensara”. A veces, por su ruido siempre excesivo, el fútbol puede ser subestimado y también sobreestimado. Por las dudas, los presidentes prefieren esquivar a la multitud de los estadios. “Territorio anárquico e inasible”, escribió un historiador. La tribuna, cualquier futbolero lo sabe, tiene tradición histórica de rechazo burlón a las élites del poder. Y más aún al poder concentrado.
Boca, por su popularidad y éxitos, siempre atrajo al poder. Mucho antes que Macri