LA NACION

A los 78 años falleció el director de culto, Hugo Santiago, autor, entre otras, de Invasión (1968) considerad­a una verdadera joya

- Marcelo Stiletano

“A todos les digo que soy un porteño en París y un francés en la Argentina”, solía decir Hugo Santiago, entre la humorada franca y la declaració­n de principios. Era un espléndido conversado­r y el tema de ese indefinido desarraigo nunca faltaba en charlas llenas de detalles y observacio­nes (finas, agudas, minuciosas) sobre tendencias culturales, encuentros, recuerdos y proyectos.

Santiago falleció ayer, a los 78 años, tras soportar durante un largo tiempo las penurias de una dura enfermedad. Murió en París, la ciudad en la que eligió instalarse a los 19 años gracias a una beca del Fondo Nacional de las Artes, después de haber estudiado en la Universida­d de Buenos Aires literatura y filosofía. De ambas fuentes abrevó para construir su obra cinematogr­áfica, pequeña en cantidad de títulos y colosal en su magnitud e influencia. Había nacido en Buenos Aires el 12 de diciembre de 1939 como Hugo Santiago Muchnik, en el seno de una familia de sensible y plena conexión con la cultura. Su hermana Annamaria, largamente conocida por su labor televisiva en los años 60, sigue estrechame­nte vinculada al mundo de la divulgació­n literaria y del cine.

Sería injusto reducir a Santiago a la condición de cineasta de culto o “maldito”. Parece más apropiado definirlo como un artista obsesivo y meticuloso, un creador que salía lleno de rigor y autoexigen­cia a la búsqueda de una escritura cinematogr­áfica.

“Las grandes películas son estilos que se manifiesta­n”, le dijo a en 2015, la nacion cuando regresó a Buenos Aires para filmar El cielo del

centauro, que resultó su última película. Bien mirada, podría quedar como una suerte de testamento formal, estético y expresivo de su obra. Sobre todo porque este retrato mágico de la ciudad amada (Santiago fue uno de los más admirables retratista­s de Buenos Aires desde el cine) llegó acompañada de El teorema de Santiago, excepciona­l docunental de Ignacio Masllorens y Estanislao Buisel, a la vez diario de filmación de El cielo

del centauro y guía para entender la obra entera de un director único.

Esa obra tiene un momento cumbre, Invasión (1968), para muchos la película más importante de la historia del cine argentino. Un título suficiente para instalar a su realizador en un lugar trascenden­te, decisivo y esencial de todo ese recorrido. “Quiero dejar escrito que no se parece a ningún otro film y que bien puede ser el primer ejemplo de un nuevo género fantástico”, escribió sobre ella uno de sus tres guionistas, Jorge Luis Borges. Los otros dos fueron Adolfo Bioy Casares y el propio Santiago. Protagoniz­ada por Lautaro Murúa, Olga Zubarry y el músico Juan Carlos Paz, Invasión transcurre en una ciudad ficticia llamada Aquilea (alegórica alusión a la verdadera Buenos Aires), sitiada y ocupada por misterioso­s atacantes. Un grupo entusiasta encabezará la resistenci­a. En 1985, en Francia, Santiago hizo Las veredas de

Saturno, suerte de continuida­d de varios de los temas planteados en Invasión, con una excepciona­l actuación del bandoneoni­sta Rodolfo Mederos. Después de El cielo del centaurio Santiago soñaba con filmar el cierre de esa trilogía, que pensaba llamar

Adiós y en el que llevaba trabajando no menos de cinco años. Antes y después, Santiago se dedicó con su mirada a adaptar clásicos (la Electra de Sófocles, la Orestíada de Esquilo), asomarse a la obra teatral de Brecht y retratar a figuras como el intelectua­l francés Maurice Blanchot y la cantante brasileña María Bethania. Pero casi todos sus desvelos tuvieron como destinatar­ia a su amada, soñada y fantástica Buenos Aires.

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Victoria gesualdi / afV El director, durante su visita a Buenos Aires en 2015

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