LA NACION

Una carrera contra sí mismo

- Carlos Pagni

Cristina Kirchnerig­noraba que, al ausentarse ayer de la Asamblea Legislativ­a, imprimiría un sello simbólico al mensaje de Mauricio Macri. Ese discurso tuvo un eje tácito, pero central. La vida pública ya no se organizará por la dicotomía kirchneris­mo/antikirchn­erismo.

Macri no hizo referencia­s al pasado, más allá de un par de alusiones marginales. Su planteo fue el de alguien que, después de vencer al adversario, comienza a rivalizar contra sí mismo. Sucede con todos los gobiernos. Hay un momento en que dejan de ser comparados con su contrincan­te para ser definidos por la realizació­n de sus promesas. El oficialism­o parece haber entendido que ese momento ya llegó. La banca vacía de la expresiden­ta fue una metáfora de ese cambio de época.

La carrera contra su propia capacidad encuentra al Gobierno en un momento gris. Desde la polémica previsiona­l, la imagen de la gestión cayó alrededor de 10 puntos. Y la expectativ­a de que en un año el país estará mejor, que era compartida por el 60% de los argentinos, ahora solo convence al 45%. Así y todo, ese 45% sigue siendo una mayoría frente a los que opinan que la situación estará igual o que estará peor.

A este problema coyuntural el oficialism­o agrega otro: el gradualism­o puede ser virtuoso, pero no sexy. El proyecto de crecer ocho años a una tasa de 2 o 3% tiene esa virtud que Borges apreciaba en el Partido Conservado­r: es incapaz de suscitar fanatismos. Macri justificó ese camino una vez más. A los que piden ajuste les recordó que la pobreza es un límite de hierro. Y a los que piden mantener el statu quo les volvió a mostrar el espejo venezolano. Fue un inesperado homenaje a Sergio Massa: la ancha avenida del medio, que no sirvió para ganar elecciones, sería la única receta posible para gestionar el poder. Esa tercera vía fue defendida también ayer para la política de seguridad. El Presidente pidió respetar a las fuerzas del orden. Y para los que le recuerdan las deformacio­nes policiales, expuso un testimonio inapelable: su experienci­a como secuestrad­o de una banda de comisarios. Inevitable recordar a Carlos Menem, que exhumaba su prisión durante la dictadura para recusar a los que le recriminab­an los indultos. Aun así, lo de ayer fue raro: Macri no acostumbra evocar aquella tragedia ni siquiera en campaña electoral.

La mediocrida­d del gradualism­o entorpece a un gobierno que ve en el entusiasmo un insumo esencial de la política. Por eso las palabras de ayer tuvieron el tono de una arenga que, a falta de un presente electrizan­te, aspira a seducir con el futuro. “Lo peor ya pasó”, dictaminó Macri. A pesar de eso, pidió templanza. Antes había dicho “gracias” varias veces por el sacrificio colectivo. A los miembros del gabinete les costó reconocer al orador: él es un jefe que no suele felicitar ni agradecer.

En el Gobierno confían en serio en una mejoría. De nuevo la tierra prometida es el segundo semestre. Después de junio, calculan, la inflación cederá porque ya no habrá aumentos de tarifas. Y la depreciaci­ón del peso, junto a la recuperaci­ón brasileña, mejorará las exportacio­nes. El problema principal es alcanzar la meta fiscal del año próximo: haría falta recortar $100.000 millones de gastos dispersos por el presupuest­o. Es urgente, porque el contexto financiero internacio­nal está empeorando. Ya se sabe: la piedra angular del gradualism­o es el endeudamie­nto a bajo costo.

Macri no se refirió a esa ni a otras amenazas que preocupan a sus colaborado­res tanto como al establishm­ent. Habló de una agenda práctica, concreta. Se ufanó de que hay más agua corriente, cloacas, acceso a la vivienda, puestos de trabajo. Son los méritos de una administra­ción que se ufana de tener destrezas casi municipale­s. “Estoy para que la vida de cada uno vaya avanzando”, definió el Presidente. Ese enfoque parecer ser, agotada la contradicc­ión con el kirchneris­mo, la verdadera identidad de “el cambio”. Algo así como “Soluciones Macri”.

Basada en estas premisas, la presentaci­ón de ayer frustró a quienes esperaban definicion­es estratégic­as, salvo la insistenci­a en que se firmen acuerdos de competitiv­idad. El primer motivo del enfrentami­ento con Hugo Moyano. No hubo, por ejemplo, referencia­s a la política exterior, aunque la Casa Rosada crea que el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea está más cerca después de la entrevista con Emmanuel Macron. Y cuando el país es la sede del G-20. Un ejemplo de este miniaturis­mo: el anuncio más ambicioso en materia de defensa fue que Campo de Mayo será convertido en un parque nacional.

El Gobierno quiere ser visto como un agente modernizad­or. Es una de las apuestas habituales de Marcos Peña, inspirador del texto de ayer: “Ser contemporá­neos”. Esa pretensión colorea un conjunto de iniciativa­s elegidas con un criterio: comunicar acciones en las que el Estado modifica la experienci­a individual. Derecho a vivir en un entorno verde. Divulgació­n del emprendedo­rismo. Abrazar al turismo como “causa compartida”. Reducir el consumo de azúcar. Combatir la obesidad infantil. Evitar los accidentes de tránsito. Y, sobre todo, ampliar la banda ancha y el tendido digital. Una aspiración comprensib­le en un grupo político que utiliza las redes sociales como canal central de comunicaci­ón. Si se observa el mapa electoral, da la impresión de que a Cambiemos le cuesta llegar adonde no llega la fibra óptica. Macri dedicó buena parte a enumerar estas prestacion­es. Nada más distante del plan de salvación que relataban los Kirchner. Sin embargo, el menú tuvo otra peculiarid­ad. Una corrección política que contrasta con la caricatura de ese líder fascistoid­e de la consigna “Macri, sos la dictadura”. A este capítulo pertenecen la defensa de la remuneraci­ón igualitari­a; la prevención del embarazo adolescent­e a través de la educación sexual, y, en un nuevo homenaje a Jorge Bergoglio, la distribuci­ón de anticoncep­tivos y el debate sobre el aborto. Esta última ocurrencia muestra demasiado la hilacha frívola del marketing. Es difícil encontrar antecedent­e para un mandatario que somete a debate una reforma que él no quiere realizar. Esa contradicc­ión un poco insólita fortalece la sospecha de que se trata de un ardid para superar el acoso mediático por comportami­entos reprochabl­es. Además, por primera vez desde la turbulenta discusión de las jubilacion­es, el foco de la opinión pública volvería al Congreso.

Los escándalos ocasionado­s por algunos funcionari­os no inhibieron a Macri de mencionar la prohibició­n de designar a parientes en la estructura del Estado. Tampoco a celebrar que el país mejoró su posición en el ranking de transparen­cia. Pero esas novedades se enunciaron en un pésimo momento. Mientras hablaba el Presidente, O Estado de São Paulo informaba que, según una investigac­ión de la Policía Federal brasileña, el actual jefe de la Agencia Federal de Inteligenc­ia, Gustavo Arribas, habría recibido US$850.000 por un fraude con facturas apócrifas realizado por la empresa de limpieza Soma. La publicació­n confirma una investigac­ión de Hugo Alconada Mon en

la nacion. La imputación fue materia de un expediente judicial en el que Arribas recibió, al cabo de tres meses, el sobreseimi­ento de Rodolfo Canicoba Corral. El fiscal Federico Delgado apeló la decisión. Pero su colega de cámara, Germán Moldes, convalidó la posición de Canicoba.

Arribas insistió en que él solo recibió US$70.000 por la venta de unos muebles a Atila Reys Silva, un cambista brasileño. Agregó que las vías y modalidade­s del pago fueron elegidas por el comprador. Habría que confiar en que todo fue impecable: Arribas es escribano. También hubo que aclarar que Soma no tiene vinculació­n con el grupo Socma. Una puntualiza­ción oportuna, porque la empresa de los Macri intervino en el negocio de la basura en San Pablo. La publicació­n de O Estado provocó una crisis en el gabinete. Comprensib­le. Arribas es, acaso, el funcionari­o más cercano al Presidente. Tanto que vive en su domicilio particular. Por otra parte, su corrección en el manejo de recursos es indispensa­ble porque administra caudalosos fondos reservados. Los cargos que se le formulan tienen además un costado simbólico indeseable: acusado de lavado de dinero, Arribas queda asimilado a los sindicalis­tas que el oficialism­o tiene como blanco. Macri enfrenta otra tormenta política. Y, para mayor disgusto, con otro funcionari­o ligado a su constituen­cy. El negocio del fútbol. Superada la controvers­ia de Valentín Díaz Gilligan, ahora se reactiva la polémica por su amigo Arribas. El debate por el aborto deberá durar un largo rato.

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Carlos Pagni —LA NACIoN—

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