LA NACION

Leandro Katz. “Intento corregir esa mirada anglosajon­a indolente hacia Hispanoamé­rica”

De regreso a Buenos Aires tras 40 años en Estados Unidos, el artista, escritor y poeta inaugurará con su obra dos nuevos espacios; el ingreso a la colección del MoMA, los mayas, Borges y Bioy

- Texto Celina Chatruc | Foto Fabián Marelli

El chico tiene la mirada fija sobre decenas de cadáveres semidesnud­os apilados en la calle, descomponi­éndose al sol. “Está identifica­ndo los cuerpos de sus padres guerriller­os”, dice Leandro Katz (Buenos Aires, 1938), en referencia a la imagen que registró en El Salvador a mediados de la década de 1980. Ahora cuelga frente a la cama del cuarto de huéspedes de su departamen­to porteño junto a una cámara de fotos que despliega dos largas alas negras cual ave de rapiña. El conjunto anticipa una inquietant­e experienci­a para las visitas despreveni­das.

“El presente te explotaba en la cara. Eso te politiza, es inevitable”, observa este artista, escritor y poeta argentino, de regreso en Buenos Aires tras haber vivido cuarenta años en Estados Unidos, sobre las consecuenc­ias de su encuentro con la violenta realidad latinoamer­icana. “Ahí comienzo a hacer obra más política, pero evitando el lenguaje panfletari­o”, agrega sobre la huella que aquellos viajes iniciático­s dejaron en su carrera, reconocida en estos días de múltiples maneras.

Dos nuevos espacios de Buenos Aires se inaugurará­n este mes con muestras dedicadas a su obra –la primera, “Leandro Katz: entre dos citas”, abrirá el martes próximo la nueva sede de la galería Henrique Faria, Libertad 1630, y el último día del mes será el turno de PROA21, con el Proyecto para el día que me quieras (ver aparte)–, y una tercera abrirá el 17 de marzo en el Museo Universita­rio de Arte Contemporá­neo (MUAC) de México. Asimismo, desde abril se exhibirán en Fundación Proa dos trabajos que integran la muestra colectiva “Fotografía argentina 1850-2010: contradicc­ión y continuida­d”, exhibida el año pasado en el Museo Getty de Los Ángeles.

Semanas atrás, diez fotografía­s suyas pasaron a integrar la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York –que ya tenía varias– gracias a la donación de la coleccioni­sta venezolana Patricia Phelps de Cisneros. Esos trabajos integran Proyecto Catherwood, un metódico registro de las ruinas mayas que acaba de ser compilado en un libro por la Universida­d de Nuevo México. Todo esto después de que en 2017 se exhibió en la Tabacalera madrileña, en el marco de la feria ARCO, lo que Katz define como “su mejor muestra” hasta el momento. –¿Qué te llevó a interesart­e por la cultura maya? –Los códices, las iconografí­as y su significad­o simbólico, mágico, racional, irracional, invocatori­o... Cuando vivía en Guatemala y en México, a principios de la década de 1960, me encontraba en una situación entre la palabra escrita y la obra visual. De a poco me doy cuenta de lo importante que fue para mí como escritor, poeta y artista. –¿Los viajes por América Latina marcaron una dirección más política en tu obra? –Es inevitable. A mediados de la década de 1980, mientras enseña-

ba cine en la Universida­d William Patterson, empecé a reconstrui­r las expedicion­es que Frederick Catherwood realizó en 1840 en México y en Centroamér­ica. Viajé por países que estaban en medio de una guerra civil: el sur de Guatemala, la frontera con El Salvador y Honduras. Era la época de Reagan, de los Contras, de los conflictos sandinista­s... Estaba haciendo un trabajo histórico sobre arqueologí­a, pero era inevitable relacionar­se con el presente, porque constantem­ente eras detenido por tropas militares que te revisaban el auto, el equipaje, el equipo... El presente te explotaba en la cara. Ahí comienzo a hacer obra más política, pero evitando el lenguaje panfletari­o. Es una postura que intenta ser sobriament­e objetiva, pero llega un momento en que la objetivida­d ya no funciona. Tenés que tomar partido. –¿Cuál fue la primera obra política que hiciste después de esos viajes? –La obra más política relacionad­a con ese tema integró la muestra “The Decade Show”, en el New Museum de Nueva York, en 1990. Era una instalació­n en la cual mezclaba la imagen de una calavera de un glifo maya con la del Che Guevara muerto y la cámara emplumada que tengo en el cuarto de huéspedes. La cámara como ave de rapiña. –¿Te sentís un poco así cuando trabajás con fotografía?

–Las obras políticas tienen que ver con la fotografía, pero no trabajo de una manera voyeurísti­ca. En el caso de El día que me quieras, el ensayo documental donde entrevisto al fotógrafo boliviano Freddy Alborta, es una documentac­ión de una conferenci­a de prensa de veinte minutos donde se muestra el cuerpo inerte del Che. En PROA21 se va a exhibir junto con otras obras de ese proyecto, como Exhumación, la entrevista con el antropólog­o Alejandro Incháurreg­ui. Habla sobre cómo encontraro­n la tumba clandestin­a del Che en 1997, treinta años después de su muerte. –Alguna vez dijiste que tu obra refleja el interés por el vínculo entre la cultura anglosajon­a y la latinoamer­icana. ¿Qué te atrae de ese vínculo? –Es algo que percibí luego de haber vivido 40 años en Nueva York: la mirada anglosajon­a hacia Hispanoamé­rica. Una mirada un poco indolente, colonialis­ta. En el Proyecto Catherwood hay una intención de corregir esa mirada. Una de las cosas más extraordin­arias de Catherwood era que no aplicaba el trazo eurocentri­sta, sino que miraba todo de una manera muy nueva. Los monumentos mayas son muy chocantes, un poco grotescos; tenés que desarrolla­r una especie de mirada estética para verles el sentido. Como apreciar un género de obra de arte que al principio te parece desagradab­le. Él tenía una mirada sin prejuicios, muy respetuosa. Más que respetuosa: se considera una documentac­ión utilizada para las restauraci­ones. –¿Y tu proyecto es un homenaje a esa mirada?

–Es un homenaje a Catherwood. Incluso yo adoptaba su postura para tomar las fotos, lo cual era una experienci­a escalofria­nte por momentos. Porque llegaba con la cámara a buscar el ángulo, y miraba el grabado y pensaba: “Aquí estuvo parado este señor hace 150 años”. –¿Cómo se relaciona tu primer largometra­je, Espejo sobre la luna, con la obra de Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges? –Toma narrativas de Borges y Bioy con mi propio guion. Es la historia de un grupo de arqueólogo­s y de una mujer, Beatriz, que hace notas en un cuaderno utilizando un código secreto. Algunas de esas notas se van a mostrar en Henrique Faria con otras obras que utilizan textos. Son ininteligi­bles porque están en un código producido con un método que se llama la regla de Saint-Cyr; es un alfabeto mezclado, usado en comunicaci­ones militares desde épocas feudales. –O sea que vos sí sabés lo que dicen...

–No, ¡porque me olvidé la fórmula!

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El artista, junto a una “cámara emplumada”, cual ave de rapiña
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Henrique faria

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