LA NACION

El policía que sedujo a Cristina y a Macri

- Laura Di Marco

En junio de 2013, el comisario Néstor Roncaglia no imaginaba que los sucesores de su jefe político K lo nombrarían al frente de la Federal. Ya había sobrevivid­o a una interna política entre la ministra Nilda Garré y el secretario Sergio Berni y estaba por sobrevivir a una lluvia de balazos. Era un sábado al mediodía y volvía de un operativo en Campana. Apenas entró la camioneta en el garaje de su casa, en olivos, cuatro asaltantes lo atacaron. Recibió un balazo en el tórax y otro en la mano derecha. El video de aquella entradera circula en YouTube. Las imágenes muestran cómo Roncaglia, herido, se saca la campera y dispara con su arma, antes de caer al piso. Estuvo varios días al borde de la muerte. Y aunque no pudo probarlo, hoy sospecha de que su casa fue “entregada” por un exintegran­te del Batallón 601, que lideraba una banda narco desmontada por él años atrás.

Cuando fue nombrado jefe de la Federal, apenas asumió Macri, no conocía ni al Presidente ni a su ministra de Seguridad, pero ya había transitado un largo camino como policía de Estado. La investigac­ión y las organizaci­ones narcocrimi­nales son su especialid­ad. “Yo te lancé al estrellato”, solía bromear Berni, en la era K. Roncaglia parece navegar, ahora, en medio de otra grieta, la de los ministros Patricia Bullrich y Germán Garavano. Tiene años de entrenamie­nto.

Cambiemos fue votado, entre otras cosas, para mejorar la política de seguridad, devaluada por un hipergaran­tismo tan estéril, a la hora de los resultados, como su otra polaridad, el manodurism­o. Sin embargo, la percepción social, ratificada por las estadístic­as, indica que la seguridad no mejoró con el nuevo poder. Lo que sí avanzó, en contrapart­ida, es el combate contra el narco. Esta segunda sensación térmica encaja con las cifras oficiales. En 2017, el secuestro de drogas ilegales aumentó un 170% con respecto a 2015. Pero ya en 2016 se habían registrado avances. Durante el primer año macrista, la incautació­n de sustancias ilícitas aumentó un 70%. La ministra Bullrich, su jefa, lo valora puntualmen­te por estos resultados. Le acaba de delegar la guerra entre familias narcos, desatada en Rosario. Poco antes de eso, fue el último funcionari­o de Cambiemos en ser recibido por el Papa.

Lo paradójico es que, hasta el día anterior a su nombramien­to, fue jefe de la División de Drogas Peligrosas dentro de un gobierno cuestionad­o por haberles abierto la puerta a los barones de la droga, a través de fronteras vulnerable­s. La propia Cristina usó el dato el año pasado, durante la campaña. “Pero si yo lo tenía a Roncaglia, igual que ustedes”, se despachó.

¿Qué cambió? ¿Por qué Macri nombró a Roncaglia? En el Gobierno, no dudan: por su operativid­ad y profesiona­lismo. Y por sus aceitados vínculos con los jueces federales y la DEA. ¿Por qué cambiaron los resultados si el funcionari­o a cargo es el mismo? Por una decisión política que priorizó esa batalla. Y probableme­nte porque la división de las policías –la Federal y las locales– ayudó a focalizar la energía de la fuerza que lidera Roncaglia en los delitos federales, como el narcotráfi­co. Antes de ese desdoblami­ento, el jefe de la Federal se tenía que ocupar, incluso, de las cuestiones administra­tivas de las 54 comisarías de la ciudad de Buenos Aires. Entre los uniformado­s admiten que la Policía de la Ciudad –ahora a cargo de la seguridad de los porteños– carece de la preparació­n necesaria. Esa carencia de expertise explicaría la falta de resultados a la hora de combatir el delito común.

Sin un anclaje ideológico propio en esa área caliente, Macri suele “comprar” las propuestas de Bullrich y las recetas de la demagogia punitiva –como diría Ricardo Gil Lavedra– que le acercan las encuestas de Durán Barba. Macri cree en los expertos. Hace unos meses, una reunión con jefes policiales en olivos, en la que estaba Roncaglia y que fue revelada por el propio Macri a algunos periodista­s, dejó ver ese costado amateur. Durante un almuerzo, el jefe de la Federal relató pormenores de un operativo antinarco en la villa 31. Durante el allanamien­to, un grupo de fuerzas especiales se topó con un hombre que salió de golpe desde una casilla, les disparó y huyó por una calle de tierra. El agente de la fuerza especial evaluó el contexto y declinó disparar. El narco estaba en fuga y había arrojado el arma. “Pero tendría que haber disparado igual”, interpretó Macri. Cuando hay casas de chapa, es muy fácil que la bala pase de lado y mate a cualquiera, contrapuso Roncaglia, quien además se ocupa de la seguridad presidenci­al. Macri insistía en su tesis hasta que el policía preguntó: “Pero, Presidente, si la bala mataba a una nena de 12 años, ¿quién se hacía cargo? Porque la gente, así como aplaude, en dos minutos te entierra”.

En la Argentina no hay carteles, sino organizaci­ones; son entre 200 y 300 y suelen estar interconec­tadas. El auge del narco hizo mermar sustancial­mente otros negocios del crimen organizado, como el atraco a bancos o los asaltos a blindados. Las pymes fabricante­s de drogas parecen ser más fáciles y rentables. Las drogas de síntesis –el éxtasis es la estrella– han reconfigur­ado todo el escenario. Somos un país de tránsito, consumo y fabricació­n, aunque no de producción. Productore­s son aquellos que generan la materia prima; fabricante­s son los que proveen los precursore­s químicos. El 60% de esta constelaci­ón está integrada por colombiano­s, peruanos, bolivianos y paraguayos; el resto está en manos de argentinos. Según Roncaglia, los extranjero­s no quieren “asociarse” con argenti- nos porque les “mexicanean” las entregas y no cumplen los códigos. Toda una metáfora.

Su despacho en el Departamen­to Central de la Policía Federal, sobre la calle Moreno, no parece la oficina de un comisario, no al menos de uno tradiciona­l. Está inundado por una onda zen. Luces cálidas, fotos familiares, lámparas de sal y una estantería de vidrio abundante en condecorac­iones. Por el patio caminan mujeres “cabos” con pelo largo y prolijos alisados, en un ámbito tradiciona­lmente verticalis­ta.

“Yo digo que matar a alguien por la espalda siempre es controvert­ido, y el policía debe explicar y justificar por qué disparó. En Estados Unidos se puede, pero acá hay otra sociedad y otra cultura. Se debe analizar la totalidad de las circunstan­cias. No se debe interpreta­r la doctrina como una invitación a matar, sino a actuar contra el delincuent­e y preservar la vida”, mecha, cuando le preguntan por el polémico caso Chocobar, que no solo generó una discusión en la sociedad, sino dentro de su propia fuerza. En estos matices, se inclina por el uso de las Taser, las pistolas eléctricas que neutraliza­n a un criminal, pero sin herirlo.

“Los que hablan fácilmente de matar… ¡no tienen idea de lo que es matar! Porque, a menos que seas un loquito, ese impacto te dura toda la vida”, reflexiona. En su primer enfrentami­ento con delincuent­es, cuando arrancaba en el oficio, mató a un ladrón y estuvo 15 días sin dormir. Aquel rostro aún ronda en sus noches. En tiempos de populismo policial, entre la ideología y los hechos suele haber un abismo.

Durante el primer año macrista, la incautació­n de sustancias ilícitas aumentó un 70%

La ministra Bullrich, su jefa, valora a Roncaglia puntualmen­te por estos resultados

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