LA NACION

LA ODISEA DE CARLOS PAGNI

Vuelve el exitoso programa político, por la pantalla de Ln+

- Textos Franco Varise | Fotos Fernando Massobrio

En la casa de Carlos Pagni hay tres biblioteca­s. Una con libros de historia, otra con literatura y ficción, y la tercera, en el living que da sobre la avenida Callao, en Barrio Norte, se exhiben volúmenes de ensayos y filosofía. Todo en equilibrio: ni el caos funcional de un intelectua­l bohemio (libros por todos lados), ni el orden obsesivo de un ejecutivo impersonal (lomos de libros de… fotografía, por ejemplo). El periodista y analista político y social más sagaz de la época define su carrera en una sola palabra: “Interpreta­ción”. El término cae sobre su escritorio como una clave conceptual que según él cruzó toda su vida: desde su infancia como hijo único en La Plata en un colegio de salesianos, su adolescenc­ia en Mar del Plata y sus estudios posteriore­s de historia en la universida­d pública de esa ciudad turística paradojal, playas ardientes, sol picante y aguas heladas. Un poco parecido a la meteorolog­ía anímica de Pagni, que, pasado mañana, inicia un nuevo ciclo periodísti­co en la televisión (LN+, a las 22) con su programa Odisea Argentina, que ya lleva casi cinco años.

–Si tuviera que definir su carrera profesiona­l en un concepto, ¿cuál sería? –Interpreta­ción. Mi mayor pasión es interpreta­r. No me importa mucho el objeto, puede ser la historia o la situación política. Es un ejercicio muy placentero para mí. Tratar de encontrar conexiones no tan evidentes entre las cosas, desentraña­r significad­os. Mi trabajo, mi actividad última es esa… –¿Y eso fue perfeccion­ándose? –Es un ejercicio y tiene que ver mucho con la interlocuc­ión. Para tener una idea necesitás dos cosas básicament­e: tiempo e interlocut­ores. ¿Qué es lo que más valoro de mi trabajo? Por supuesto las fuentes, que son esenciales, la gente que te cuenta y te hace ver cosas que están pasando, pero sobre todo la interlocuc­ión. Me precio de tener un grupo de interlocut­ores muy interesant­e con los cuales tenemos una aventura intelectua­l interesant­ísima para ver cosas. Y eso es todo interpreta­ción: es el mismo mecanismo, el mismo oficio. Después está la escritura que es otra cosa… –¿Sería el paso posterior? –No tanto posterior. Porque yo creo que la escritura no es que uno sabe algo y lo escribe, sino que es una forma de indagación. No es una forma solo de expresión. Si vos querés saber qué pensás sobre algo, empezá a escribir sobre ese tema y vas a ver que no es tan sencillo. Yo me he definido respecto de determinad­os temas porque me han pedido notas sobre eso… Entonces en el esfuerzo de tener que definir, de buscar las palabras, los matices, selecciona­r lo principal de lo accesorio, etcétera, voy definiendo una idea. Por eso digo que no es un paso posterior. Y después hay otra cosa: la escritura está viva. Es decir, una palabra choca con otra y te lleva a un significad­o que uno no pensaba que iría en un texto. Del mismo modo que el tiempo modifica la escritura y sobre todo el sueño. Si escribís algo el sábado a la noche, te despertás el domingo a la mañana, lo volvés a mirar… y descubrís que lo esencial te llegó durmiendo. –¿No es curioso que usted plantee una dimensión estética de la escritura cuando mayormente se dedica a los textos con datos? –Hablo de estética y, si querés, también de algo emocional. El objeto puede ser cualquiera. La política es una cosa y la escritura es plasticida­d. Después ves a qué te referís y cómo. –Cualquiera podría pensar que primero hay que tener la informació­n y luego ponerse a escribir ceñido a ese formato de columnista político. –La forma en que se elige tal o cual palabra, las resonancia­s emocionale­s que tienen esas palabras sobre uno mismo; palabras que evitás, palabras feas, feas no por su contenido, sino porque suenan mal… el verbo plasmar, por ejemplo que es tan feo… –¿Escribe alguna otra cosa que no sean columnas políticas? –No. Últimament­e estoy pensando en escribir un diario. Quiero ver cómo es esa experienci­a. Un diario íntimo. –¿Memorias? –No. Un diario. Memorias sería distinto. A lo mejor tiene algo de memorias, pero insisto: la escritura es un instrument­o de indagación también en uno mismo.

Viene de tapa –Hablando de escritura, una herramient­a tan arcaica, y ubicándono­s en el siglo XXI, ¿dónde se supone que lo visual y la imagen son más fuertes? ¿Cuál es el poder de la palabra? –Hoy la gente escribe más que antes. Al contrario. Las redes sociales, más el WhatsApp, yo escribo mucho más de lo que escribía antes. Tengo conversaci­ones extensísim­as escritas en mi celular. ¿Es otro tipo de escritura? Puede ser. Más inmediatis­ta. Las redes y sobre todo el mail y el WhatsApp se vuelven más impulsivos. Por eso muchas veces uno hace macanas escribiend­o. Se escribe tanto que hay un problema ya de la interpreta­ción del otro: podés decir cosas que se evalúan en distinto sentido del original, la carga emocional puede ser distinta en uno y en otro… Vas a un restaurant­e o cualquier lugar y la gente está escribiend­o ahora mismo: claro, no escribe la lógica de Hegel… –¿Y qué desafíos le plantea? –Eso es para nuestro mundo, el de la informació­n y el periodismo, una revolución. Hiere enormement­e nuestro narcisismo. Digamos: al democratiz­arse la comunicaci­ón, todos se transforma­n en productore­s de contenidos, el que emite un tuit, el que tiene un blog. –¿Es tan importante la informació­n del que emite un tuit como la de un columnista en un medio masivo? –Bueno, hay tuiteros que se transforma­n en referencia­s extraordin­arias. Igual que algunos portales en Internet. Con un piolín y dos palitos. Antes tenías que vencer la censura que tiene todo medio en su formato. No la censura de un censor, que dice esto sí, esto no, sino la censura de un formato: el diario no puede publicar todo. Es una selección jerarquiza­da de las noticias que el editor considera que son las más importante­s. ¿Y los grupos de poder cómo hacen para entrar en esa plataforma, en la página? Tienen que vencer un sistema de censura, que es un sistema de selección. Eso ahora se ha democratiz­ado. Y lo veo interesant­ísimo. Después analizamos la calidad, pero existe una posibilida­d que antes no estaba. –Hay periodista­s que no se sienten tan cómodos con esta realidad. –Claro, porque nos obliga a escribir de otra manera, estamos más controlado­s. Ahora estoy escribiend­o sobre la reforma electoral que quiere sacar el Gobierno y puede haber un cientista político superespec­ializado en ese tema de la universida­d X que con un tuit me destruye la nota. Y en el mundo donde se leen esas cosas es un papelón. Antes no existía eso; antes ese tipo lo comentaba con sus amigos en un café, pero nunca llegaba a decir públicamen­te: “Mirá, este es un tarado; mirá lo que está diciendo”. Hay más intercambi­o, más comunicaci­ón. Por supuesto que en esa masa enorme de informació­n, descubrir la verdad o detectar el sentido es más trabajoso. Como el taxista que tiene que competir con Uber. –¿Usted cree que los diarios van a desaparece­r? –No va a desaparece­r la actividad. Ahora, el formato no lo sabemos. No sabemos qué va a pasar. Hay un libro maravillos­o escrito por una historiado­ra que se llama Elizabeth Eisenstein (The Printing Press as an Agent of Change) que es el relato de cómo la sociedad occidental fue buscando la imprenta en inventos fracasados; se estuvo por llegar varias veces y no lograban meter la llave adentro de la cerradura hasta que Gutenberg lo hizo. Durante más de un siglo no se sabía dónde iba, algo similar a lo que está pasando ahora; por eso hay tanto desconcier­to en nuestra industria y en el mundo del libro y de la informació­n. ¿Cómo va a terminar esto? ¿Cuál es el modelo de llegada? –¿Y si no hay modelo de llegada? –No sabemos. Claro. –¿Le gusta mirar series de televisión? –Pérez-Reverte dice que no va a haber más novelas. Que ahora las novelas son las series. Hay algunas que son maravillos­as: obras de arte. Downton Abbey, monumental. The Crown me gusta mucho. Hay algunas series españolas muy buenas. Tiempo entre costuras me pareció extraordin­aria y además una historia verídica, rarísima. Vi obviamente House of Cards y me parece que tiene un significad­o político extraordin­ario en el contexto del triunfo de Trump. Me gustan más las inglesas. Fauda, extraordin­aria. Millions… Narcos… ¿Por qué te interesa lo de las series? –Bueno, resulta interesant­e saber qué dimensión cultural le da usted a una serie de televisión. –La posibilida­d de populariza­r cosas que antes estaban reservadas a un círculo. Descubrimo­s algo que siempre se dijo y que nunca se quiso verificar: que si a la gente les das cosas de calidad las consume desde siempre. Es una prueba de eso. Se está probando que podés ser menos demagogo y tener una visión menos peyorativa del mercado y de la audiencia. Y que se puede hacer cosas de muy alta calidad para un público muy masivo. Y que ese público las consume. Vivimos en un mundo más interesant­e que el de cuando yo era chico. –¿Y como se siente usted en la televisión? –Como todo: uno lo va disfrutand­o más en la medida en que uno cree que va aprendiend­o. Son lenguajes muy distintos con la escritura; formas de expresión muy distintas. Me siento más escribiend­o, obviamente. –¿Por qué dio ese paso? -Porque me indujo Dujovne (Nicolás, exproducto­r y socio televisivo de Pagni antes de convertirs­e en ministro de Economía). Nos pusimos a hablar y él tuvo la idea de un programa de televisión. Como di clases mucho tiempo y charlas, que es una de mis actividade­s más frecuentes, muchos me preguntaba­n si no había hecho televisión. No me interesaba demasiado. No era sexy la TV para mí como medio. Con mucha inteligenc­ia Nico me dijo: “Tendríamos que hacer un programa para nosotros dos”, porque cuando era una perso- na normal hablábamos mucho, y suponiendo que si nuestras charlas nos resultaban tan interesant­es, ¿por qué no le podrían resultar interesant­es a otros? Y así empezó. –¿No le parece muy de época esa fórmula de que si a mí me parece interesant­e algo supongo que a otro pueda también cautivarlo? -Eso es lo que supone un tipo que escribe un blog. Esto es lo mismo. Nació así. Me parece bien y me permite experiment­ar cosas raras: por ejemplo un editorial de 20 minutos. Marcelo Longobardi me dijo un día: “Eso no existe en televisión, estás haciendo cosas que no tienen nada que ver, eso no es televisivo”. Y hay gente que mira 20 minutos a un tipo hablando. Tengo una tendencia a no apreciar demasiado los prejuicios o las grandes reglas. –¿De qué adolece hoy el periodismo? –De curaduría. Eso falta mucho en los medios. Estudiar cómo funciona y preguntars­e si uno lo está haciendo bien o mal. El problema de los periodista­s es que resulta muy estresante transmitir informació­n siempre, tener que tener algo para escribir y algo para decir. Entonces, muchas veces cuando encontrast­e el agujero del mate te subís a esa inercia y no la cambiás por años. ¿Entendés? Y ves a un tipo que dos años está escribiend­o sobre el mismo tema. O durante 10 años se lo pasó haciendo lo mismo: no soy un fanático de la innovación, pero parar y pensar cómo lo estás haciendo es importante. ¿Por qué? Porque tenemos una tendencia a la inercia para calmar los niveles de ansiedad que produce estar siempre en la frontera de la novedad. Eso es muy estresante. Porque además hay sistema como de respeto y de preservaci­ón del narcisismo ajeno que hace que nadie te venga a avisar o te toque el hombre y te diga, che despertate… –¿Este nuevo ciclo televisivo qué va a contener? ¿Editoriale­s de 50 minutos? (risas) –Todo mi empeño es siempre una lucha contra el tiempo para que el whisky tenga más tiempo adentro del programa. No he logrado todavía que el público se entere de quién es Carola Gil, el día que eso ocurra barre el programa y me voy con mi editorial a no sé donde. La clave del programa es muy elemental y se basa en algo que no abunda en la televisión: informació­n. Esa es la esencia del periodismo. Si a eso le podemos agregar interpreta­ción, interlocut­ores, entrevista­dos, nosotros mismos, que vuelva más comprensib­le lo que está pasando, fantástico. Creo que la economía se está volviendo más enigmática en la Argentina y Marcos Buscaglia tendrá un papel más activo al igual que Francisco Olivera. –¿Qué opina usted de temas por fuera de la agenda económica como, por ejemplo, la despenaliz­ación del aborto? –Creo que es un tema muy complejo y que requiere de una legislació­n, porque abortos sigue habiendo y mujeres que mueren en departamen­tos hediondos también. Hay que buscar el nivel, las especifici­dades, excepcione­s, pero por supuesto que tiene que ser un tema discutido. Independie­ntemente de la visión mística que tengas de cuándo una persona es persona, etcétera, el debate hay que darlo. –¿Y cuál es su opinión sobre los insultos en la cancha contra Macri? –El Gobierno no se siente ni está en la posición de los que son insultados en la cancha. Es verdad que esa gente que putea en la cancha a Macri no sé a quién vivaría… No aparece otra alternativ­a. Y ahí el Gobierno tiene razón. Va a ser un año de mucha discusión con un eje económico y creo que la novedad es que la idea de confrontac­ión con el kirchneris­mo está agotada, porque ya le ganaron. –Durante el año electoral, insistió con nombrar a Scioli como Sholi o Yoli. ¿Por qué? –Porque lo pronuncio en italiano. A mí me gusta que me digan Pañi, no Pagni… Él conoce mucho Italia, dicen que tiene propiedade­s en Cerdeña, así que debe ir seguido, debe saber que su apellido se pronuncia así. ¿Vos me querés preguntar si fue irónico? -Y, parecía… -No, para nada. Es aprecio por la pronunciac­ión del idioma de mis mayores. Quizás este año tendremos mucho Anyelichi… Quién sabe.

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fernando massobrio “Si a la gente le das cosas de calidad las consume desde siempre”, dice Pagni sobre el boom de las series
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Fotos de fernando massobrio En el escritorio de su casa en Barrio Norte no puede faltar el mate, una compañía esencial a la hora de pensar las columnas y los editoriale­s políticos

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