LA NACION

A los bostezos por el discurso de Macri

- Carlos M. Reymundo Roberts

Llegué a sentir temblores de emoción mientras escuchaba, parado en uno de los palcos, el discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso. ¡Qué épica! ¡Qué conmovedor­a apelación a la lucha contra las fuerzas del mal! ¡Cuánta magia en esas palabras que sacudían y movilizaba­n! Sí, realmente eran entretenid­os los mensajes de Cristina. Mentirosos, una prolija acumulació­n de deformacio­nes y falsedades, pero imperdible­s. Nada que ver con Macri, un profeta del marketing que convierte una cadena nacional en prospecto de autoayuda y nos previene contra la comida chatarra, el exceso de glucosa y el sexo sin protección.

Cristina leía a Laclau y llegaba al Parlamento para hablarnos, con un credo posmarxist­a, de la bestia depredador­a del mercado. Macri escucha a Durán Barba y, ante la magna Asamblea Legislativ­a, recomienda el uso del cinturón de seguridad. Abogada, filósofa, historiado­ra y docente, ella nos explicaba el mundo. Empresario, el Presidente predica sobre el efecto multiplica­dor de la industria del turismo. Populista, ella hablaba cuatro o cinco horas. Futbolero, él habló “un tiempo”: 45 minutos.

Yo no entendería a Macri si no lo hubiera oído a Eduardo Fidanza decir que para Cambiemos la política es una app, una aplicación: algo que sirve para resolver un problema o facilitar la vida cotidiana. Así, el contraste con el kirchneris­mo no puede ser más brutal. Cristina creía que el origen de todos los males eran Estados Unidos, el juez Griesa, los poderes concentrad­os y los medios hegemónico­s. Para el Gobierno, no vamos a ser felices mientras no tengamos las calles asfaltadas, cloacas y tendido eléctrico, y estemos conectados a Internet. “¡Fuera los buitres!”, clamaban las pancartas de la década ganada. “¡Banda ancha!”, piden ahora. Hemos pasado de un proyecto fundaciona­l a un proyecto funcional. Néstor y Cristina mandaban a De Vido a Caracas a urdir, entre otros negocios, la emancipaci­ón de la Patria Grande. Macri acaba de mandar a Andrés Ibarra, ministro de Modernizac­ión, al Mobile World Congress, en Barcelona, una de las mayores ferias tecnológic­as del mundo. Por supuesto, los viajes de don Julio eran más divertidos.

Todas estas cosas venían a mi cabeza anteayer mientras bostezaba el discurso de Macri. Es obvio que el tipo odia hablar, y sabe que todos odiamos que hable. No queremos oírle decir que la inflación está bajando: ¡queremos que baje! o que “mejoramos 20 posiciones en el ranking de transparen­cia”: queremos que le dé vacaciones a Arribas, el CEo de los espías, hasta que convenza a la Justicia brasileña de que no recibió 850.000 dólares de coimas en el caso Lava Jato. En realidad, lo que no me gusta son las cadenas nacionales por motivos que no estén plenamente justificad­os. Solo habría que usarlas en casos muy excepciona­les, como lo marca la ley. No sé por qué convertimo­s en un gran acontecimi­ento el hecho de que diputados y senadores vuelvan a laburar.

Van a decir que siempre veo el vaso medio vacío. No es así. Me encantó el anuncio de que Campo de Mayo va a ser un parque nacional, al cual podrían seguirle parques nacionales en las dilatadas estancias sureñas de Lázaro Báez, con sus tesoros escondidos. En ese caso se hablaría de parques nacionales y populares. Y que se debata el aborto en forma seria, científica, a fondo; al menos un par de años, ruega Durán Barba. otro aspecto muy positivo fue que el Congreso parecía un Congreso y no, como otras veces, una cancha de fútbol, con lluvia de papelitos, cartelería, cánticos y barrabrava­s. Solo se entonó, sobre el final, el hit amarillo, “Sí, se puede”, que hace las delicias de grandes y chicos.

Las bancas vacías de Cristina y de Máximo no me inspiraron, como a todo el mundo, acusacione­s tremendist­as, tipo “quieren negarle legitimida­d al Presidente”, “son antisistem­a” o “es el Club del Helicópter­o”. Cristina no fue porque está preparando muy concienzud­amente los alegatos que presentará en los dos juicios orales y públicos que deberá enfrentar en los próximos

A Máximo lo llamé para preguntarl­e por qué no había ido al Congreso: “Ah, ¿era hoy?”

meses, por el dólar futuro y las irregulari­dades en la adjudicaci­ón de obras públicas. Rechaza los juicios, pero está fascinada con que sean orales y que haya público.

A Máximo lo llamé ese mismo día para preguntarl­e a qué se había debido su tan sentida ausencia. Se desperezó y me dijo: “Ah, ¿era hoy?”.

A la hora de las declaracio­nes a los medios, sana costumbre que ya forma parte indisolubl­e de este evento, el que salió en punta y de punta fue el golpista institucio­nal Eduardo Duhalde, que pronosticó una crisis como la de 2001 y la caída de Macri. Eso sí, aceptó la invitación a la honorable sesión del Congreso. Quiere que la hecatombe lo sorprenda cerca del teatro de operacione­s.

Terminada la ceremonia, Macri dejó el Congreso raudamente. Pero antes de subirse al auto saludó a la gente que se había congregado en la calle, frente a la puerta: unas 10 o 15 personas, con toda la furia. Está bien, Mauricio: lo tuyo no son las grandes multitudes, la idolatría de las masas, las flores arrojadas desde los balcones a tu paso; a vos te basta con “likes” y retuits, y con que se acuerden de bajar tu aplicación a la hora de ir a votar.

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