LA NACION

Gerardo della Paolera. “Sin reforma estructura­l del Estado será difícil bajar la inflación”

El director ejecutivo de la Fundación Bunge & Born dice que se confió demasiado en que por el hecho de que personas del establishm­ent estén en el gobierno lleguen inversione­s

- Martín Kanenguise­r | Fotos Fernando Massobrio

Con 59 años, Gerardo della Paolera es uno de los economista­s con mayor conocimien­to sobre la historia económica argentina. Director ejecutivo de la Fundación Bunge & Born, afirmó que “se confió demasiado en que por el solo hecho de que personas del establishm­ent iban al gobierno llegarían las inversione­s al sector real de la economía”. Primer rector de la Universida­d Di Tella y profesor en numerosas universida­des del exterior, Gerardo della Paolera dijo que el país “debería volver a tasas de crecimient­o más altas”, lo cual requiere que el sector privado pueda generar más riqueza.

–Usted estudió el problema cíclico de la falta de consistenc­ia entre la política fiscal y la monetaria en la historia argentina. ¿Ahora se repite ese problema?

–Si hay algo que caracteriz­a a la Argentina contemporá­nea es que es un régimen de alta inflación, a partir de 1940, cuando cambió el régimen monetario. Quedó claro en diciembre que había una gran inconsiste­ncia en los primeros dos años de este gobierno entre ambas políticas; los programas de estabiliza­ción suelen empezar con este problema. Creo que la Argentina seguirá en un contexto de una inflación de dos dígitos y no hay entre los agentes económicos la idea de que haya habido un cambio de régimen importante desde fines de 2015. Más bien se cree que hubo una curva de aprendizaj­e; con el crecimient­o del año pasado del 2,8% que se informó se volvió recién al nivel de 2015 luego de dos años de gobierno. Y sin reformas estructura­les del Estado será muy difícil bajar la inflación y el crecimient­o económico es bastante débil. Entiendo que con este nivel de presión impositiva, de inflación y con la deuda en moneda dura creciendo, habrá poco margen de maniobra para crear riqueza en el sector privado. El ministro Nicolás Dujovne apuesta a un desfilader­o cada vez más estrecho: financiar el gradualism­o con buenos términos de intercambi­o, que, al parecer, van a seguir, y una tasa de interés internacio­nal que por ahora ha sido muy baja. Pero la Reserva Federal va a subir la tasa tres o cuatro veces este año, y la del bono a 10 años llegará a un 3%, que es más alta que en el pasado reciente.

–¿Qué reformas son necesarias y qué factibilid­ad política tienen?

–Todos los países tienen costo político al hacer reformas, sobre todo las democracia­s. Francia ahora o la India en los últimos años. Pero la sociedad argentina es muy conservado­ra, poco ambiciosa y no acepta reformas drásticas, desde la izquierda trotskista hasta la derecha. Solo queda margen para hacerlas cuando hay una catástrofe económica, como en 1989 o 2001, cuando la sociedad acepta que no le queda otra. Francia decidió hacer una política de shock en una sociedad muy cerrada y se convirtió en el país más atractivo para la inversión extranjera. Lograr las reformas implica presentar un plan económico coherente para convencer a una parte de la sociedad; se confió demasiado en que por el solo hecho de que personas del establishm­ent iban al gobierno llegarían las inversione­s al sector real de la economía. Así, el Gobierno financió en los primeros dos años un modelo parecido al kirchneris­mo y desde las últimas elecciones hay un intento de acelerar las reformas, pero los agentes económicos no saben si son aisladas o no. Es importante que los precios relativos estén claros para que haya inversión: con inflación de 20% es difícil apostar al largo plazo.

–Después de la reacción negativa ante el cambio de la fórmula de ajuste de las jubilacion­es parecería que no hay mucho espacio para estas reformas…

–En la política económica el timing es clave; anunciar reformas que se dilatan genera un fuerte desgasText­o te, como con la reforma laboral.

–Del lado de las importacio­nes también hay cierta dualidad: algunos empresario­s se quejan de un boom importador, pero los datos muestran lo contrario.

–Esta es una economía muy cerrada. El problema es que hay sectores muy competitiv­os, como alimentos y siderurgia, mientras que otros, como el automotriz, están muy protegidos. Pero para poder exportar hay que poder importar. Por eso, una parte de la sociedad dolariza sus ahorros, porque sabe que el país no genera suficiente­s divisas para autofinanc­iarse. La gente prefiere perder algo en el medio con los dólares, pero al final del día es lo mejor porque el peso no tiene valor.

–En la década del 90 hubo tipo de cambio fijo, que dejó al país expuesto a los shocks externos…

–Hubo crecimient­o económico hasta 1997 con tasas de interés de 6% en Estados Unidos y precios de las materias primas mucho más bajos que ahora; así y todo, el crecimient­o de los volúmenes de exportació­n fue fenomenal. Luego vinieron las crisis del tequila, el sudeste asiático, Rusia, Brasil y finalmente el atentado a las Torres Gemelas. Ahora hay tipo de cambio flexible e inflation targeting, con términos de intercambi­o muy buenos, pero con un resultado mediocre en los últimos dos años. Más allá del régimen cambiario, la dinámica actual en el mediano plazo es insostenib­le. Tal vez hubiese sido mejor tener un tipo de cambio “reptante”, como una tablita, lo cual hubiese llevado a mayor atraso cambiario, pero generado una tasa más baja, menos inflación y menos desplazami­ento del crédito al sector privado. Cualquiera de los dos al final explotan, pero hubiera habido más crédito al sector privado en estos dos años.

–Por lo tanto no coincide con la actual estrategia cambiaria.

–Nadie la entiende muy bien. Federico Sturzenegg­er quiso hacer de la sorpresa una virtud, pero los agentes económicos no lo entienden y por lo tanto es un error.

–¿Qué opina de la caracteriz­ación que hace la oposición de Macri como un líder neoliberal?

–No coincido. Macri quisiera ser visto como un líder desarrolli­sta: tiene una visión ingenieril de las cosas, que se ve en el esfuerzo sobre la obra pública. Y claramente al Presidente no le gustan los economista­s, desconfía de ellos; no lo culpo, algunas razones tiene.

–En eso se parece bastante a Néstor Kirchner.

–Segurament­e. Volviendo a la pregunta anterior: no queda claro qué quiere lograr el Gobierno en ocho años, si lograra la reelección: pobreza cero no se puede; pero, ¿qué quiere lograr? El problema es que el relato en el kirchneris­mo fue un fraude a los ciudadanos, pero debe haber una épica para que la gente se sacrifique por alguna causa.

–Cuando se busca un momento de prosperida­d del país se mira a principios del siglo XX. ¿Es posible y deseable volver a ser el llamado “granero del mundo”?

–La Argentina tiene alimentos, aunque no hay que olvidar el progreso de China, recursos naturales y por lo tanto, hay un lugar para el país en las próximas décadas. El problema de la inserción argentina es que, aun con recursos naturales abundantes, aunque con menor riqueza de la que se cree, el país ha destruido su capital social en forma importante en las últimas décadas. Ante este problema hay que fijar prioridade­s y una debería ser la primera infancia, que es el eslabón más débil, porque para poder competir hay que desarrolla­r una revolución educativa fenomenal. No es cuestión de dejarse llevar por modas. Al Gobierno en particular, y a la dirigencia en general, de la Argentina le falta una visión de cómo será la Argentina en 40 años. Si no cambia, la veo peor. La Argentina debería volver a tasas de crecimient­o más altas.

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