LA NACION

Hijos en casa ajena: reglas de etiqueta a seguir

Ciertos consensos tácitos entre los padres en torno a temas como el respeto a los mayores, el cuidado de la intimidad y el manejo del dinero colaboran para que la convivenci­a sea lo más armónica y disfrutabl­e posible

- Sebastián A. Ríos

¿Hay que hacerles caso siempre a los adultos a cargo? ¿Y llevar algo de comer? ¿correspond­e algún presente para los anfitrione­s cuando se trata de estancias largas? En esos casos, ¿cómo es el manejo del dinero que los chicos eventualme­nte llevan para gastos personales? ¿Y cómo se maneja el tema de la intimidad a la hora de, por ejemplo, el baño o de cambiarse la ropa? Estas son algunas de las muchas preguntas que los padres se formulan cuando sus hijos son invitados a pasar una noche, un fin de semana o unas vacaciones en casas de amigos. Y aunque las opiniones al respecto varían de familia en familia, existen ciertas “reglas de etiqueta”, ciertos consensos tácitos que facilitan estas situacione­s.

“Portarse mejor que en la casa de uno” es una máxima a la que adhieren muchos padres a la hora de dar el “sí” cuando sus hijos preguntan si pueden ir a la casa de tal o cual. “con respecto a las buenas costumbres, obviamente siempre les digo que se repite como himno ‘por favor’, ‘gracias’, ‘buen día’, ‘buenas noches’. Si no te gusta la comida decís ‘no, gracias’ y ¡no se abre nunca la heladera de otro!”, cuenta Soledad Bolomo, de 44 años, mamá de chicos y adolescent­es de 20, 15 y 9 años.

En materia de autoridad, los padres suelen coincidir que cuando el menor juega de visitante esta la ejerce el adulto anfitrión, y que el llamar a papá o a mamá para dirimir si seguir las reglas de la casa solo aplica a cuestiones de fuerza mayor. “los padres que están ahí ofician de autoridad y donde van mis hijos deben tener claro que es la autoridad la que pone las reglas –afirma Fabiana Suárez, de 35 años, mamá de un chico de 15 y una chica de 14–. Si son padres que se exceden cuando ‘se ponen la gorra’, ellos sabrán si no se sienten cómodos si vuelven ahí o no, pero no es opción no responder a esa autoridad”.

Por el contrario, agrega, “si son padres más permisivos que nosotros, mis hijos tienen claro cuáles son nuestras reglas y hasta dónde ellos avanzan o no, pero tengo claro que estoy delegando la autoridad en alguien y tengo que confiar. lo mismo espero de alguien que manda a sus hijos a mi casa, que confíen en mi criterio, y por eso soy más cuidadosa cuando hay invitados que cuando no los hay”.

“la autoridad es siempre del mayor a cargo. cuando mis hijas son las invitadas confío en su buen criterio para que me llamen ante algún problema”, coincide natalia Rivas, mamá de tres chicas de 7, 13 y 16 años. “cuando estoy a cargo de menores ajenos, soy bastante clara con lo que se puede y lo que no, y cumplo (y hago cumplir) las pautas prefijadas. así que existe un primer filtro: mis hijas les avisan a sus amigas que acordamos las actividade­s, hacemos un contrato tácito que no se modifica a no ser por causas de fuerza mayor. Si alguna es poco permeable a esas reglas en general deja de participar de estos encuentros”, agrega natalia, que acaba de volver de Mar del Plata, a donde fue a pasar unos días con una de sus hijas y dos de sus amigas.

“las normas de protocolo son tácitas y varían de acuerdo con cada niño, con la edad de los amiguitos y, sobre todo, con cada familia –afirma celeste celano, jefa del Servicio de Pediatría del Sanatorio Modelo de caseros–. lo más importante sería destacar el sentido común por sobre todas las cosas, en donde es saludable sentarse con los hijos antes de acudir a casas de amigos, y conversar sobre el comportami­ento en la inserción y dinámica de la familia a visitar. Entender que el diálogo es la herramient­a necesaria para iniciar cualquier acción es la manera de asegurarno­s de que estamos haciendo lo correcto. los niños necesitan límites y precisan que les hablemos de ellos”.

Colaborar con las comidas

aunque no es manda torio, muchos padres y madres coinciden en que es una buena costumbre que cuando los hijos van a casa ajena por períodos que implican desayunos, almuerzos, meriendas o cenas lleven algún comestible para compartir. “Siempre llevan algo para compartir. Según el horario, algo para merendar, postre, helados, algo para el desayuno, bebidas, etcétera –dice Soledad–. Si son golosinas, incluso pienso si hay hermanos para que lleven cantidad suficiente como para compartir con ellos también. El otro día uno de mis hijos más grandes se juntó con diez amigos en la casa de uno de ellos: llevó dos gaseosas y plata, ya que pagaban entre todos la pizza”.

“Hay chicos que cuando invitan a dormir piden plata para pedir pizza, otros que no –agrega Fabiana–. En mi casa, hasta cierta cantidad de invitados, la comida la ponemos nosotros; si son un malón acepto que se autogestio­nen con delivery”.

El tema del dinero adquiere importanci­a cuando se trata de estancias largas, como puede ser las vacaciones en las que los hijos son invitados por familia de amigos. Existen distintas modalidade­s para colaborar con el gasto que representa un veraneante extra. “además de hacerme cargo de costos obvios como pasajes, excursione­s o salidas, mi hijo cuando es invitado de vacaciones por amigos lleva dinero para colaborar con los gastos comunes, como ir al supermerca­do o salir a comer afuera”, cuenta Javier Jiménez, de 39, papá de dos chicos de 13 y 15 años.

“cuando mi hija se fue de vacaciones con otra familia, yo desconocía el manejo financiero que ellos hacían con su hija así que acordé que tendrían ambas el mismo presupuest­o y que lo determinab­a la familia que las llevaba”, agrega Fabiana.

como anfitriona de grupos a veces numerosos, natalia cuenta que “en vacaciones básicament­e acordamos un monto diario por invitada. Si son muy chicas, para administra­rse me lo dan a mí; si no, cuando llegamos a destino hago las compras en común, divido por las que somos y cada una me da su parte. Si vamos a comer afuera, cada una paga lo propio”.

Si de largas estancias se trata, muchos consideran una regla de etiqueta tácita un agradecimi­ento a la familia anfitriona que va más allá de lo verbal. “Siempre hago algún regalo a los anfitrione­s a la vuelta –cuenta Fabiana–. además, le doy plata a mi hija antes de ir expresamen­te para que algún día invite algo, desde churros en la playa o salir a tomar un helado”.

Mariana González, de 42 años, mamá de un varón de 14 y una nena de 9, actúa de la misma forma: “Este verano mi hijo se fue de vacaciones con la familia de un amigo, y llevó de regalo un adorno para la casa de veraneo, así como plata para invitar a su amigo a alguna actividad”.

Cuidados personales

Uno de los aspectos que más preocupan a los padres cuando sus hijos comienzan a ir a casas ajenas es el cuidado de la intimidad, ante situacione­s como la de tener que cambiarse o bañarse fuera del hogar. “ni mi hijo ni mi hija se bañan en casas ajenas, ni nada que tenga que ver con su higiene personal tiene lugar fuera de casa –dice Mariana–. cuando van a dormir a la casa de amigos van bañados o se bañan al día siguiente. También les digo que si se tienen que cambiar lo hagan a puertas cerradas”.

natalia, desde el lugar de anfitriona, coincide en la necesidad de resguardar la intimidad de los invitados: “cuando vienen a casa yo soy más que cuidadosa con su intimidad, extremando las formas para que no haya ningún malentendi­do –cuenta–. con las más chicas, si tengo que hacer algo que mínimament­e pueda ser malentendi­do antes hablo con la mamá, y llegado el caso prefiero que, por ejemplo, no se bañen en casa y se queden sucias antes que invadirlas”.

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