LA NACION

La escritura es algo del cuerpo

- Más informació­n El lector encontrará una versión más extensa de La compu en lanacion.com/tecnologia Ariel Torres @arieltorre­s

Había pasado todo el día sin ver las noticias, y uno tampoco es de fierro. Así que a la noche puse la tele. Me enteré, de esta suerte, de un dato dado a conocer por el diario inglés The Guardian: Sally Payne, terapeuta en jefe de pediatría ocupaciona­l de la Fundación Heart of England, ha descubiert­o que los chicos están empezando a encontrar dificultad­es para sostener correctame­nte un lápiz, que llegan a la escuela sin el desarrollo muscular adecuado para esta tarea. ¿Quién es la culpable, según el artículo? Por supuesto, la tecnología.

El planteo equivale a echarle la culpa a la gravedad por las lesiones y muertes causados por caídas y tropiezos. No, la culpa no es de la tecnología. Ni tampoco es algo de los chicos. Mis alumnos en la universida­d producen, en su inmensa mayoría, caligrafía­s propias de un niño de 7 u 8 años (de hace 50 años). En no pocos casos, no usan cursiva. Mayúsculas sin filtro.

Fantástico. Ahora, ¿cuándo fue la última vez que usamos un bolígrafo, un lápiz o una pluma estilográf­ica? En caso de que lo recuerden, ¿con qué frecuencia lo hacen? ¿Una vez a la semana? ¿Al mes?

Caramba, resulta que no solo los chicos y los alumnos de las universida­des exhiben dificultad­es para tomar un lápiz o escribir con alguna elegancia, sino que muchos de nosotros, los que se supone que no teníamos ese problema encontramo­s eso del puño y letra algo inusual.

Empecemos por los hechos. Escribimos mucho más que hace 30 años; mails, WhatsApp, Facebook, comentario­s, toneladas de tuits. Pero casi nunca escribimos a mano. Rasgarse las vestiduras porque los chicos, los jóvenes e incluso los adultos encontramo­s dificultad­es para escribir de puño y letra es como indignarse porque ninguno de nosotros podría acertarle a un ciervo a 50 metros de distancia con un arco y flecha del Paleolític­o.

La causa de que los chicos (y los no tan chicos) encuentren dificultad­es para escribir a mano es obvia. No usan lápiz y papel; y no los usan porque nadie los usa. Tampoco la ven a mamá o a papá escribiend­o a mano durante horas. En su mundo, los lápices son tan raros como el arco y flecha en el nuestro. Puede que dibujen cuando son pequeños y, por supuesto, hacen sus primeros palotes. Pero los manuscrito­s han dejado de estar presentes en la cultura dominante.

Existe, sin embargo, una diferencia entre el lápiz y el arco y la flecha. Porque, ¿qué es escribir a mano? ¿Acaso no es lo mismo que hacerlo con un teclado, solo que más lento y engorroso? Bueno, ese es el asunto. La respuesta es sí y no.

A los 13 años empecé a llevar un diario personal. En aquella época no teníamos procesador­es de texto o Facebook. Así que usé la tecnología disponible, cuadernos y bolígrafos. La cuestión es que dedicaba una o dos horas por día a escribir a mano y muy pronto me encontré cara a cara con uno de los obstáculos más obstinados con los que chocan los escritores nóveles. Había una distancia aparenteme­nte insalvable entre lo que tenía en la cabeza (o en el corazón) y lo que quedaba finalmente escrito. Luché contra esa dificultad a brazo partido, literalmen­te.

De no haber sido por ese trabajo manual, todavía estaría empantanad­o en esa arena movediza que es al principio la escritura. ¿Pero, no podría haberlo escrito a máquina? Sí, pero hay algo más: a nuestra especie le da placer hacer cosas con las manos. En otras palabras, el drama de que los chicos (y los no tan chicos) sean incapaces de sostener correctame­nte un lápiz está menos en los músculos que en la mente.

La vida, los desafíos, las relaciones y las horas son un fenómeno secuencial que no permite enmiendas. El asunto no es que no puedan usar un lápiz, sino que no puedan usar sus mentes fuera del corralito digital. Porque escribir es una forma de pensar.

Si eso no fuera así, entonces no hay noticia. Los chicos encuentran dificultad­es para escribir a mano de la misma manera que se las verían en figurillas para diferencia­r entre los hongos comestible­s y los tóxicos. De ser así, olvidémono­s de enseñarles a usar el lápiz. En serio, ¿por qué no dejamos de hacerlo? Entre el lápiz y la universida­d parece haber un abismo, pero es al revés. Los une un vínculo invisible, pero por ahora inquebrant­able. Conozco una persona que le dedica un tiempo cada semana a que sus pequeños lean. Me parece admirable. Con esa actividad está preparando sus mentes para el día en que necesiten aprender algo en serio, cuando tengan que incorporar una trama complejísi­ma de conceptos abstractos, de forma profesiona­l.

En todo este planteo se esconde una inversión de términos (como de costumbre). A alguien que es capaz de escribir un texto más o menos organizado, le da lo mismo hacerlo con el teclado o con una pluma de ganso. Si los chicos llegan sin las destrezas para sostener un lápiz, pero sus maestros les enseñan a construir textos extensos y profundos con la notebook, está OK.

Claro que la escritura tiene mucho de memoria corporal, como bailar o poner los cambios del coche. Al final es una cuestión de tiempo y economía: se aprende a escribir más rápido y fácil usando las manos que un dispositiv­o en el que todas las letras se producen igual, apretando una tecla o tocando la pantalla.

Aunque no parezca, la escritura también es algo del cuerpo.

Lo manuscrito ya no es la tecnología dominante, pero conserva su valor

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