LA NACION

Para qué nos sirve tener esperanza

- Miguel Espeche El autor es psicólogo y psicoterap­euta @MiguelEspe­che

Es lo último que se pierde… dicen, y deben tener razón. Es que la esperanza (a ella nos referimos) empieza… cuando se termina la esperanza. Sigue allí, callada, aun cuando se le niega existencia en momentos en que la mente y las circunstan­cias se confabulan para que digamos basta, no va más.

No quiere decir que la esperanza sea infalible en cuanto a sus propósitos iniciales. A veces tenemos esperanza de que nuestro equipo mejore su performanc­e en la tabla de posiciones, y eso no ocurre, o, para ir a cuestiones más trascenden­tes, en ocasiones esperamos en vano una cura para una enfermedad o tenemos esperanza de que alguien querido cambie, pero no… no cambia. Sin embargo, si se nos permite la reflexión: ¿es esa “falla de objetivos” una derrota de la esperanza? ¿O se trata de un cambio de rumbo (a veces doloroso, por cierto) de esa esperanza, que sigue allí, pero con un horizonte diferente?

“Mientras hay vida hay esperanza”, dicen, o también puede decirse, invirtiend­o los términos, que “mientras hay esperanza hay vida”. No sabríamos decir a ciencia cierta si las frases anteriores se cumplen siempre, pero sí podemos decir que se cumplen bastante, y con eso nos basta por hoy.

Por edulcorada que suene a veces la forma de nombrar la esperanza, sobre todo cuando oculta un voluntaris­mo bobo y banal, digamos que no es un tema menor. En las situacione­s más límites la esperanza pierde la condición de ilusión o de idea, y se transforma en el latido del corazón que se resiste a dejar de cumplir con su tarea. Allí la esperanza es la vida que busca vida, sin preguntar por los pronóstico­s para hacer lo suyo.

Es conocida la historia de Viktor Frankl, quien en el campo de concentrac­ión percibió que aquellos más esperanzad­os contaban con mayores recursos para sobrevivir. No era una garantía y tampoco una ilusión desmedida al punto de negar lo real. Era eso: esperar algo de la vida, aunque ese “algo” no estuviera a la vista y la “realidad” pareciera mostrar otra cosa. Debemos decir que sería tonto desmerecer el valor de la ilusión como fuente de sentido, sobre todo allí donde flaquean los sentidos.

Ser desesperan­zado es una moda cultural que acompaña a Occidente desde hace un tiempo. Se lo ha asoen ciado a la inteligenc­ia, así como se asocia a la zoncera el ser esperanzad­o, desmerecie­ndo el hecho de que, en general, los desesperan­zados parasitan a los esperanzad­os.

La esperanza es la fuerza de la vida, y consiste en una alianza entre el propio corazón y el horizonte hacia el cual se dirigen todos los afanes. Por esto último es que corroboram­os aquello del principio: los objetivos enunciados pueden fallar, pero no así la esperanza, que muta y a veces pierde visibilida­d, pero está allí, incluso disfrazada de otra cosa.

La idea de que la esperanza trasciende los objetivos deseados (esperanza de que todo vaya bien, de que el país crezca, de que River juegue a algo, de que un ser querido se cure) permite algo que hace que el ser humano tenga una fortaleza muy especial: no necesitar ver para creer. Esos objetivos pueden fallar, pero ese caso la esperanza sigue allí, si bien se actualiza de algún modo ya que lo que cae es lo esperado, no la capacidad de esperar.

Digámoslo sin temor: la esperanza da resultado, es eficaz, sirve, permite salir de situacione­s graves, levantarse de las cenizas, trascender el dolor. No se trata de pavotas ilusiones, sino de un “sistema” que habilita a transitar la noche gracias a la certeza de que el sol aparecerá en la mañana. Las ilusiones vanas existen, pero no son la esperanza. Esas ilusiones que endulzan pero no alimentan son imágenes voluntaris­tas que violentan lo real a modo de narcótico. La esperanza, por el contrario, surge de una fuente tan genuina como un latido, y está siempre allí, sobre todo, para el que quiera percibirla.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina