LA NACION

La adaptación a la variabilid­ad climática,

- por Marcos Gallacher y Daniel Lema

Anivel macro –y para los principale­s cultivos de exportació­n– la sequía tiene como consecuenc­ia la caída en el ingreso de divisas al país. Si no existen restriccio­nes en el acceso al mercado internacio­nal de capitales, la merma de producción no resulta mayor problema, ya que representa una reducción temporaria en la recaudació­n; por ende, es un incremento solo temporario en el déficit fiscal. En todo caso, el problema no es uno de caídas temporaria­s de ingresos por exportació­n, sino de niveles altos y permanente­s –cuando no crecientes– de gasto público.

La cosa es distinta a nivel de la empresa agropecuar­ia. La variabilid­ad interanual de ingresos puede ser traumática. Decisiones de diversific­ación entre cultivos y, en algunos casos, de zonas de producción, estructura de capital y endeudamie­nto, y de uso de tecnología, cobran gran importanci­a.

Adaptarse a riesgos requiere evaluación correcta de estos. Como señaló el destacado psicólogo Daniel Kahneman (premio Nobel de Economía 2002), varios “sesgos cognitivos” caracteriz­an nuestro razonamien­to. Por ejemplo, una investigac­ión, que realizamos hace algún tiempo, muestra que asesores de empresas agropecuar­ias tienden a subestimar la variabilid­ad de rendimient­os. En efecto, si bien estiman correctame­nte los rendimient­os promedio que pueden lograrse, en forma sistemátic­a subestiman la dispersión de rindes alrededor de este promedio. Este exceso de confianza lleva a subestimar –en algunos casos en forma notoria– la probabilid­ad de pérdidas. En la producción de granos el exceso de confianza se refleja –por ejemplo– en los altos precios pagados con frecuencia por el alquiler de tierras.

Una sequía generaliza­da moviliza interés por cómo gestionar riesgos. Pero ocurre lo mismo que con nuestra salud: empezamos a cuidarnos cuando ya estamos excedidos de peso o con alto colesterol. Así sucede con la gestión de riesgos: nos acordamos del problema cuando ocurre una sequía. Como ejemplo de lo anterior, no se ha explorado con suficiente atención el rol potencial que pueden cumplir los seguros paramétric­os o “de índice” como herramient­a de gestión de riesgos. En estos seguros la indemnizac­ión no se gatilla en base a daño observado en una empresa, sino cuando se cumplen ciertas condicione­s en la región donde la empresa está ubicada. Por ejemplo, un productor de Pergamino que contrata un seguro paramétric­o cobraría indemnizac­ión si el índice de su zona (de lluvias o rinde promedio), incluido en el contrato, cae por debajo de cierto nivel.

En otro trabajo, realizado para el Banco Interameri­cano de Desarrollo (BID), estimamos la “disposició­n a pagar” (DAP) de productore­s de soja por un seguro de este tipo. Nuestros resultados muestran una DAP de entre 1,5 y 2,0 qq/ha de soja, resultado que supera el costo esperado (indemnizac­ión + costos administra­tivos) en el que incurriría­n las empresas asegurador­as. En principio estarían dadas las condicione­s para el desarrollo de un mercado de estas caracterís­ticas. La implementa­ción de un programa de seguros paramétric­os, sin embargo, requiere sistemas de recolecció­n y validación de datos, y cuidadoso diseño en lo relativo a prima a cobrar y mecanismos de reaseguro para las compañías asegurador­as.

Centrar la problemáti­ca del riesgo climático en declaració­n de “emergencia agropecuar­ia” no parece el camino más adecuado. En todo caso, la política pública debe apuntar a generar condicione­s para que se solidifiqu­e el resultado de la empresa (menos impuestos y trámites, mejor infraestru­ctura), y paralelame­nte contribuir a que se desarrolle­n alternativ­as novedosas de gestión de riesgos. Los autores son director de la Maestría de Agronegoci­os de la Ucema y profesor de la Ucema, respectiva­mente.

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